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Mostrando entradas de junio, 2009

Peregrino en el Norte: Luarca

L a Villa Blanca de la Costa Verde. O, como dice la canción, un balanceo de cuna mirando al mar . Acercarse hasta esta hermosa ciudad asturiana enclavada a la vera del Cantábrico, constituye una auténtica aventura. Un viaje en el tiempo, donde los recuerdos -lejos de desaparecer para siempre en los abismos del olvido- brotan del corazón con la fuerza de antaño, cuando no más, en épocas en que madurez y nostalgia son un camino preparatorio para el invierno de la vejez. Porque Luarca es uno de esos lugares, especiales como pocos, que permanece siempre en un rinconcito del corazón, como la tierruña no abandona nunca el alma del asturiano, que no importa cuán lejos esté, para soñar siempre con el momento de regresar a ella. I deada como emplazamiento militar en sus orígenes -primero los celtas y después los romanos, una vieja historia repetida de luchas y conquistas- no fue sino hasta bien entrada la Edad Media cuando alcanzó su máximo esplendor, siendo el eje de la actividad marinera en l

Magic Aqua

'La verdad está en la belleza misteriosa' Albert Einstein '...la consciencia lo impregna todo y hay sustancias, como el agua, extremadamente sensible a las vibraciones los sentimientos y los pensamientos que almacenan esa información...'. 'El agua existe en el Universo y se comunica con él. Por ejemplo, cuando la Luna está llena, podría cambiar la estructura del agua'. 'El agua es espejo de nuestro corazón que transmite nuestros sentimientos y pensamientos'. 'El agua es como el plano de nuestro deseo e ilusión que se refleja a través de su cristalización'. 'Hay cuatro principios a tener en cuenta: forma, pureza, ley de similitud y resonancia'. [Extracto de una entrevista realizada por Julián Peragón a Masaru Emoto]

Enclaves de Poder VI

A lto T ajo: B arranco y S antuario de la V irgen de la H oz -

Enclaves de Poder V

M onasterio de P iedra - A lto T ajo: S antuario de la V irgen de M ontesinos -

Enclaves de Poder IV

S an B audelio de B erlanga - E l C añón del Rí o L obos - M onasterio de S an J uan de D uero ...éntrase, luego, hasta el puente, y, antes de él, ancla en San Juan de Duero, con sus tapias húmedas de río, frente a la ermita de la Virgen y a la vista de la ciudad... ¡Q ué cumplida y hermosa descripción, ésta que Juan Antonio Gaya Nuño puso en labios de su inmortal santero de San Saturio!. Corría el año 1953, y poco podía imaginar entonces éste vecino de Tardelcuende, que su obra sería un referente imprescindible para todo aquél que quisiera profundizar en la Soria tradicional y costumbrista. D ebo a mis padres, sin embargo, el acierto en la elección del lugar. Aquél que, espléndido en ubicación, constituye en el presente una ruina con un claustro maravilloso y en verdad único, medio románico, medio bizantino, con un gran arco de herradura moro, un estilo híbrido quizás debido a los caballeros hospitalarios . E sto decía de mí Audrey Bell, cuando, allá por el año 1924, me inmortalizaba

Enclaves de Poder III

C onquezuela S uelo pasar desapercibido, y sin embargo, ¡cuánta historia atesoro alrededor de mi entorno!. Aunque haya perdido parte de mi atractivo, y ya no exista la laguna que me diera fama -las malas lenguas aseguran querer reponerla- nunca he dejado de ser un lugar especial. De manera que, si me lo permitís, intentaré explicaros el por qué de estas afirmaciones, dándoos algunas pistas para que juzguéis por vosotros mismos. D e mi historia conocida, puedo decir con mal disimulado orgullo, que ya tenía una faceta como enclave sagrado y dedicado al culto, desde tiempos ancestrales como, por ejemplo, la Edad del Bronce. Prueba de mis afirmaciones, la podéis encontrar en ese pequeño corazón vital que recibe el nombre de cueva de la Santa Cruz , donde los hombres del mencionado periodo histórico dejaron testimonios de sus creencias animistas, en forma de cazoletas, grabados rupestres y otras representaciones de carácter funerario. S i os detenéis un momento -siquiera por curiosidad o si

Enclaves de Poder II

S anto T oribio de L iébana N ací llamándome San Martín de Turieno, como así atestiguan algunas crónicas que se remontan, cuando menos, al año 828, siendo Eterio y Opila varios de mis primeros abades. De humilde señorío, los Picos de Europa fueron mi solaz y mi cuna. Entre sus brumas eternas, sus verdes valles y la solidez inquebrantable de sus montañas, fui creciendo y madurando, aunque no fue, si no, hasta el siglo X, cuando un acontecimiento -¿fortuíto?, dejo la pregunta en el aire, porque he de advertiros que no creo en las casualidades- consiguió que mi fama se extendiera, y que a partir de entonces se me considerara como un enclave de especial relevancia. E n efecto, dicho acontecimiento se produjo cuando en una cueva cercana -a la que desde ese momento se conoce como la Cueva de Santo Toribio o la Cueva Santa- se descubrieron los restos del santo, así como también las reliquias que habían sido traídas de Tierra Santa -es de suponer que por el propio Toribio- y puestas a buen rec