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Mostrando entradas de 2016

Feliz Navidad y Feliz Camino

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N o es falta de imaginación; ni desgana; ni tampoco ganas de aparentar o de desaparentar y sí, posiblemente, de respeto, mucho respeto. Respeto, principalmente, a las creencias de cada uno; a las ideas, sueños, deseos y esperanzas de cada uno. Pero sobre todo, respeto a la Vida. Y respetando la Vida, respetemos, también, esa vía espiritual y humana, que es el Camino. C omo ya decía el año pasado, aproximadamente por estas mismas fechas, hay una leyenda atribuida a los pigmeos africanos, que habla de un niño que encontró en la selva un pájaro que cantaba primorosamente y se lo llevó a su casa. Cuando le pidió a su padre que le trajera comida para alimentar al pájaro, éste se negó y lo mató. Llegados a este punto, cuenta la leyenda que el hombre mató al pájaro, y con el pájaro, mató el canto y con el canto, se mató a sí mismo. No nos matemos a nosotros mismos. Y sobre todo, no matemos el Camino. F eliz Navidad y Feliz Camino

La Soterraña de Olmedo

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'Los agujeros negros del universo no son nada comparados con los agujeros negros de nuestro pasado' [Peter Kingsley (1)] M enos conocido fuera de su ámbito provinciano y eclipsado, en parte, por la meritoria dramaturgia de Lope de Vega y su famoso, audaz y desdichado caballero, la medieval Villa de los Siete Sietes , Olmedo esconde un tesoro mariano –aparte del tesoro mudéjar de su románico, estilo al que ha dedicado un meritorio Parque Temático -, que si bien su historia conocida pretende remontarse a esos episodios milagreros y propagandísticos que la diplomacia cristiana supo tan bien aprovechar en su favor en ese turbio periodo de la Historia conocido como Reconquista, el hilo de Ariadna de sus antecedentes conducen, inevitablemente, a esos oscuros laberintos mistéricos celtas y al eco cavernario –siempre presente, a pesar de los esfuerzos por silenciarlo de los Primeros Padres de la Iglesia- de la Gran Madre : el santuario de la Soterraña. No deja de ser un hech

Infiesto: Santuario de la Virgen de la Cueva

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Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan... E co de esas manifestaciones de la Gran Madre , surgidas desde lo más profundo de la noche cavernaria y útero metafórico al que retornó el primer homínido en busca de consuelo y protección, algunos enclaves todavía parecen transmitir, a pesar del exceso de beatitud judeo-cristiana que los engalana, cual hacen las bolas en el tradicional árbol de Navidad, parte de ese ancestral magnetismo que hizo de ellos lugares sin duda alguna especiales. Infiesto, a escasa distancia de Arriondas y del entorno mágico de Cangas de Onís, Covadonga y los Picos de Europa, conserva, algunos insignificantes metros más allá de donde Tánatos expende billetes para la nave de Caronte -el Tanatorio-, uno de esos lugares especiales y posiblemente, también, el origen de aquélla coplilla popular que los sufridos aldeanos dedicaban a los cielos y los niños -cuando el Corte Inglés y los juguetes apenas eran u

La Cabrera: convento de San Antonio

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N o es falta de valoración, pero sí de conocimiento, aquello que muchas veces nos induce a buscar fuera de las fronteras de la comunidad donde vivimos, unas maravillas que, por afortunadas circunstancias, parecen ser más prolíficas en comunidades foráneas. En este caso, y bueno es reconocerlo, puede decirse que ignorancia - mea culpa, Sophia me absolva - y casualidad -dudo que no se pudiera aplicar aquí el parámetro causalidad, o como diría Paulo Coelho, cada uno llega a los sitios en el momento en el que se les espera , pero eso ya es otra historia que tal vez cuente algún día cuando hable de ese curioso fenómeno que se llama sincronismo -, me sorprendieron cuando hace unas semanas emprendí un viaje corto sin más objeto que valorar y cumplir con una invitación a comer, así como con la perspectiva de pasar unas breves horas en grata y amistosa compañía. Cierto es, también, que junto con la invitación y parafraseando a Goethe, se me tentó con la vieja levadura , haciéndome saber de

Sepúlveda: iglesia y santuario de la Virgen de la Peña

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E n la parte alta de la ciudad, allá donde termina ese alargado brazo chinesco que es el casco antiguo de Sepúlveda y apenas alejado unos insignificantes metros de la sede de la Guardia Civil, otro notable santuario nos recuerda, como en el anterior de Brihuega, la veneración a una Mater , que si bien el color no lo evidencia en la talla que se venera en el altar mayor de la iglesia, sus orígenes son tan oscuros -¡oh, hijas de Jerusalén! - como la matriz donde se la encontró: la Virgen de la Peña. La cueva donde se halló la imagen, en ese singular siglo XII en el que parece que hubo una auténtica explosión de apariciones y descubrimientos marianos –algo comparable a lo sucedido apenas terminada la Segunda Guerra Mundial con esas cosas que se ven en el cielo -, en los que los guardianes del Camino, es decir, esos cambeadores y celosos guardianes de la tradición que fueron los templarios, casualmente no andaban lejos, todavía existe en la actualidad, si bien la última vez que estuve

Brihüega: iglesia y santuario de la Virgen de la Peña

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'MEFISTÓFELES: No es bueno descubrir tan gran misterio... Hay diosas en sus tronos solitarios, que no rodea el tiempo ni el espacio; resulta muy difícil hablar de ellas. ¡Son las Madres!'. [Goethe: 'Fausto'] S iempre resulta una experiencia realmente emocionante, tener la oportunidad de acceder a un antiguo lugar de culto, independientemente de la provincia donde éste se sitúe, sin importar, después de todo, que los efectos del tiempo y sobre todo, aquellos quizás más importantes provocados por la mano del hombre, resten una buena parte de la excelencia sacra que éste tuvo en su momento. Uno de los más interesantes, y a la vez, del que todavía podemos sacar relevantes conclusiones, no es otro que este Santuario de la Virgen Peña. Localizado en la histórica ciudad alcarreña de Brihuega, nos revela no sólo lo que debió de ser, en tiempos, un verdadero centro espiritual de culto a la figura primordial de esa Gran Diosa Madre que, llámese como se quiera –

Montserrat

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'...llegar allí es tu meta, / más no apresures el viaje. / Mejor que se extienda largos años / y en tu vejez arribes a la isla / con cuanto hayas ganado en el camino, / sin esperar que Ítaca te entristezca. / Ítaca te regaló un hermoso viaje. / Sin ella el camino no hubieras emprendido, / más ninguna otra cosa puede darte. / Aunque pobre la encuentres, Ítaca no te engañó. / Rico en saber y en vida, como has vuelto, / comprendes ya qué significan las Ítacas...'. [Kavafis: Poema a Ítaca] H ablemos de Santuarios. O de la vuelta a Casa. O de ese mítico viaje a Ítaca, que nos retiene o nos hace avanzar de oca en oca, permitiéndonos volver a tirar porque nos toca, para devolvernos transfigurados al lugar de partida, que al fin y al cabo, de eso se trata. Hablemos de lugares, de sentimientos, de anhelos, de esperanzas. Citémonos con Eros y con Psique y mientras ellos se rechazan con argumentos irreconciliables, hagamos las paces con Deméter y con María. Revolquémonos en esto

El Pasatiempo de Betanzos

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' Y todo es una parte del diverso Cristal de esa memoria, el universo; no tienen fin sus arduos corredores y las puertas se cierran a tu paso; sólo del otro lado del ocaso verás los Arquetipos y Esplendores...' [Jorge Luis Borges] N on xove en Betanzos, cuando el viajero cruza el umbral, apenas una sencilla puerta de barrotes deslucidos y oxidados por el tiempo y la humedad, y accede, metafóricamente hablando, a ese otro lado del ocaso, donde sabe, supone o incluso presiente -como en los proféticos versos de Borges, que rondan su memoria-, que le esperan, sin aspavientos de ocarina, tambor, gaita o dulzaina, multitud de Arquetipos y Esplendores. Es el famoso Pasatiempo; el regalo de un indiano desprendido -el viajero sonríe para sus adentros, cuando recuerda que en la vecina Asturias se referían a ellos como americanos del pote -, que posiblemente pensara que con la aportación de algunos duros de la época, recobraría unos afectos que la vida le arrebató cuan

Betanzos...de los Caballeros

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B etanzos es un poema. Un poema de rimas melancólicas que, como las nieves de antaño en las que se refugiaba el poeta Villon cuando el otoño pintaba estrellas de ocre fugacidad en su pecho, aluden a un pasado que tal vez no fuera mejor, pero seguramente sí más interesante. De hecho, el peregrino, el caminante o simplemente el taciturno buscador de quimeras que piense en él, reparará que su sobrenombre, de los Caballeros , no es una gratuidad, sino que éstos figuran en su pasado con similar persistencia a como el árbol, antecesor de la cruz, figuraba per secula seculorum en los escudos del antiguo reino del Sobrarbe; entiéndase, nuestro actual Aragón. Pulcra e inmaculadamente aposentado en su honorífico sillón, el docto historiador –a su manera, poeta también, pero de la rima sosa y fácil de la Historia-, verá en esa referencia, una alusión inequívoca al universo estelar de la nobleza galaica, cuya estrella principal, sin llegar, no obstante a alcanzar la luminosidad de Sirio o a

San Miguel de Breamo

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C uenta la tradición, o la leyenda o ese afluente de los ríos de la memoria que generalmente vienen siendo los dimes y diretes de los pueblos, bendito e inagotable tesoro, que fueron los caballeros templarios quienes, allá por el año de 1187 y coincidiendo con la derrota del ejército cristiano en la batalla de los Cuernos de Hattin -que supuso el comienzo del fin del Reino Cristiano de Jerusalén, y por defecto, del dominio de éstos de Tierra Santa-, levantaron este misterioso poema de piedra en la cima de este solitario monte, hoy en día invadido de eucaliptos, desde el que se tiene una visión decididamente privilegiada de Pontedeume y su bahía. L a Historia, por el contrario, no menciona o no quiere mencionar a los templarios y sí hace constar, sin embargo, la presencia, cuando menos hasta los siglos XV ó XVI, de los canónigos regulares de San Agustín. Pero hay un detalle, que cuando menos, induce a la suspicacia: los documentos que avalan ésta última presencia, son posterior

El románico peregrino de La Coruña

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T iene La Coruña, entre otros muchos atractivos, desde luego, dos antiguas iglesias románicas que, situadas en el interior del casco antiguo, atraen irremisiblemente la atención del peregrino: la iglesia de Santa María do Campo y la iglesia de Santiago. Más o menos contemporáneas, en ambas se aprecian detalles y elementos no exentos de interés que, a la postre, contribuyen a enriquecer, siquiera sea de una manera lúdica y cultural, los pormenores de un viaje que ya de por sí conlleva unas especiales características. Posiblemente más conectada con aquello que los especialistas consideran como influencia compostelana , la portada principal de la iglesia de Santa María do Campo, orientada hacia poniente, ya nos muestra, en la escultura de su tímpano, un tema que nos vamos a encontrar en numerosas iglesias situadas, sobre todo, a lo largo de la costa: la Adoración de los Magos. Una escena, en la que, en el caso que nos ocupa, se da especial relevancia a la figura de María, pues bien ob

La Torre de Hércules

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H ay quien opina, que en este mismo lugar estuvo un día situada la bailía templaria de Faro, que daría origen a esta hermosa ciudad que es La Coruña. Otros, por el contrario, opinan que no, que en realidad, ésta se encontraba entre las marismas situadas más al interior. Y por supuesto, hay también muchos que ni siquiera consideran la presencia de los monjes guerreros ni en este preciso lugar, ni tampoco en sus alrededores y que los establecimientos del Temple en Galicia no fueron tan importantes como pudiera pensarse a priori y como nos gusta especular a los románticos. En realidad, tampoco importa mucho el detalle de si, en lo más alto de este faro que, según cuenta la leyenda, se eleva sobre los restos del rey Breogán -desmadejado en tiempos protohistóricos por la certera maza de aquél posterior Cristobalón que fue Hércules-, hubo en algún nebuloso momento del siglo XII, centinelas templarios oteando un horizonte sombrío, cuya neblina matinal en muchas ocasiones ocultaba la lleg

Santa María de Cambre

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S e dice, se comenta, se rumorea que en Cambre hubo monjes cambeadores que ejercieron también el noble arte de la hospitalidad, atendiendo a los peregrinos que se dirigían a la tumba del Apóstol, siguiendo las pautas del camino de la costa, aquél que también se denomina Camino Inglés y que cuenta, o contaba en el pasado, con muchos lugares de atención. Y dicen, también, que aquellos monjes guerreros mostraban con orgullo una cruz roja en sus blancas vestiduras, a la altura del corazón, lugar que suele atraer como un imán a las flechas más certeras, independientemente de cuales sean las intenciones del Cupido en ciernes que las lance. Por otra parte, y al igual que esos muertos , a los que C.G. Jung dedicó lo que posiblemente sean sus sermones más gnósticos y crípticos, no se sabe a ciencia cierta si vinieron de Jerusalén sin encontrar lo que estaban buscando o sí vinieron de la ciudad santa, por contra, con las alforjas repletas de tesoros como aseveran numerosas leyendas. Pero, s

Santa María la Real de Sar

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'...el occidente. Allí se pone el sol. Allí está el auténtico crepúsculo y es más bonito que aquí. Sólo allí, en occidente, el mundo se da cuenta de que muere. Por eso, en occidente, los hombres aman la historia; porque ella les recuerda incesantemente que los hombres y las civilizaciones son mortales...' (1) E n el Camino de Regreso, el peregrino recala por segunda vez en Compostela. Pero en ésta ocasión, lo hace lejos -o cerca, según se mire- de la Plaza del Obradoiro, de las exquisiteces no siempre bien comprendidas del Maestro Mateo y sin la necesidad implícita de volver a presentar sus respetos a los restos mortales del Apóstol o, en su defecto, a las cenizas de Prisciliano. Sus pensamientos, a veces vitales a veces mortales, como ese occidente que, según Mircea Eliade vive tan apegado a su sentido de la propia mortalidad, van y vienen, vienen y van en tal sucesión, que hay un momento en el que, comparativamente hablando, piensa que en su interior se está desarrolla

Noya: enigmática Santa María a Nova

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'Cuando abandonéis por fin la iglesia de Santa María, una nueva lápida quedará apoyada contra sus muros. Alguien tallará por ti en el lenguaje eterno tu ascendencia y tu linaje, las cosas que has hecho en tu vida y la fecha de tu nacimiento junto con la de tu muerte, que será ese día, durante el cual habrás adquirido una nueva identidad y un nuevo nombre que no podrás revelar jamás y por el que siempre deberás responder ante ti mismo...' (1) R ecuerdo con nostalgia, la primera vez que recalé en Noya y visité este enigmático lugar, que todavía, al cabo de los siglos, continúa siendo la igrexa de Santa María a Nova . Por aquél entonces, yo tenía otro nombre: un pequeño círculo de amistades -hoy día dispersas por las vicisitudes de ese viento inconmovible que se llama siroco-, me llamaban, precisamente, como al protagonista principal de esta formidable novela de Matilde Asensi: el Perquisitore . Era el rastreador implacable que perseguía los antiguos misterios, una vez aba

San Xulián de Moraime

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'El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer. No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida es la senda futura y recorrida. El rigor ha tejido la madeja, no te arredres. La ergástula es oscura, la firme trama es de incesante hierro, pero en algún recodo de tu encierro puede haber una luz, una hendidura. El camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha...'. [Jorge Luis Borges] N o llegan ni siquiera a media docena los kilómetros que separan Muxía de otra población, asentada más al interior, pero que conoce bien todo peregrino, pues sin duda en su acercamiento a la iglesia, hallará en la fría escultura de la piedra detalles de interés, que pueden o no hacer más sutil y relevante su, en apariencia, viaje iniciático: Moraime. Todavía quedan suficientes huellas de su primitivo origen bizantino en l

Santa María de Muxía

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'Para el caminante, para el peregrino de la Vida, la dicha y el gozo renacen cuando se descubre un nuevo horizonte que alcanzar' (1) D e Santa María de Fisterra a Santa María de Muxía y tiro porque me toca. En realidad, el santuario que destaca en esta hermosa villa marinera, es el de la Virxen da Barca . Aun quedan lágrimas negras de chapapote en algunos lugares de la costa, y sobre todo, encallecidos en ese viejo hatillo que, a fin de cuentas, es el hábito benito del recuerdo. Después del Prestige , la desgracia -por algo será que nunca vienen solas, como dice el sabio refranero popular-, se abatió también sobre este memorable santuario. Mortalmente herido por un rayo, el peregrino pasa de largo y recala en una pequeña iglesia románica que, desde lo más alto y encajada entre singulares peñas vigila con nostálgica parsimonia esa mar impredecible, de la que nunca se sabe con qué te puede sorprender. Sobre uno de los Agnus Dei que coronan su tejaroz, una gaviota observa

Santa María de Fisterra

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'En donde estuve, aun en las espinas que quisieron herirme, hallé que una paloma iba cosiendo en su vuelo mi corazón con otros corazones. Hallé por todas partes pan, vino, fuego, manos, ternura...'. [Pablo Neruda] E n el Camino de Regreso, el peregrino no puede evitar detenerse, por segunda vez, en ésta entrañable iglesia de Santa María de Fisterra, distante, aproximadamente, un kilómetro del faro. Quizás, por una vez en su camino, se sienta menos fascinado por el estilo -gótico inglés, según algunos-, por la cruz patada que luce en su ábside y por el misterio de la pirámide que, como ha podido comprobar en su largo caminar por la celtiña Galicia, caracteriza a la gran mayoría de sus templos. Dentro de lo que cabe, el templo se le antoja como un centinela herido que da la espalda a la mar, justamente a ese brazo marino que se adentra en la tierra y cuyas olas, ahora en calma, braman en época de temporal, arrastrando a las arenas reliquias labradas