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Mostrando entradas de octubre, 2020

La joya gótica de Castro Urdiales

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  Tiene Castro Urdiales, además de la belleza que le proporciona su situación y su condición como uno de los principales puertos del Mar Cantábrico, una de las joyas góticas más impresionantes y carismáticas, de cuantas se levantaron, cuando menos, en la milenaria Comunidad de Cantabria: su iglesia, que iba camino de convertirse en catedral, dedicada a la figura de Nuestra Señora de la Asunción. Su ábside, mirando hacia el este y dándole la espalda a ese vehículo inmemorial de transmisión de cultura y sabiduría que es el mar y también dándole la espalda al pequeño castillo y su faro, nos recuerda, en los gestos fieros e incluso burlones de sus guardianes, las gárgolas, ese lenguaje secreto o argot, que según el misterioso autor Fulcanelli, utilizaban las hermandades de canteros medievales, no sólo para comunicarse entre sí, sino también como una forma de expresión codificada, por la que tan sólo los verdaderos iniciados podían acceder a su oculto mensaje. Éste, su mensaje, aún mal heri

Mirador de la Peña Ubiña: lugar de conciliábulo de las brujas asturianas

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‘Round about the cauldron go; In the poison’d entrails throw... Double, double toil and trouble; Fire burn, and cauldron bubble’. [‘Giremos alrededor del caldero; arrojemos en él entrañas envenenadas... Redoblemos, redoblemos trabajos y afanes; ¡que arda el fuego y que hierva el caldero!’] William Shakespeare: ‘Macbeth’, acto IV, escena I En tiempos de Shakespeare, la brujería era un tema que estaba a la orden del día. A pesar de tratarlo en numerosos episodios de sus dramas y tragedias, el inmortal William –ese niño bonito, mimado por su madrina la Musa- jamás fue desconsiderado y mucho menos irrespetuoso, siendo consciente, con toda probabilidad, que se trataba de un mundo alternativo, rescoldo, acosado y perseguido, después de todo, de un universo ginolátrico –el Mundo de la Diosa, o si lo prefieren: ‘aquello que ya existía, antes de que Dios creara el cielo y la tierra’- que siempre se negó a desaparecer, siendo particular y furiosamente atacado por un judeo-cristianismo al que, co

La catedral de Ávila o Alicia a través del Espejo

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Escapar de un dragón de piedra, como es la Sierra de Guadarrama, deja plena libertad para disfrutar sin sobresaltos de la perpendicularidad de la Meseta. Aunque claro, nunca se sabe lo que realmente te puedes encontrar en esas ecuaciones de exponenciales paradojas, que forman la equis de los caminos y la i griega del destino. Lo pensé después de salir de casa: ¿quién tuvo la culpa, el conejo blanco o el conejo negro?. Frente a semejante integral y sintiéndome como Alicia, sólo puedo decir que atribulado ante tan exponencial incógnita, el rastro del conejo blanco se truncó misteriosamente con la huella del conejo negro. Lo crean o no, cuando dejé atrás las murallas de Ávila y penetré en la catedral, ésta se convirtió en un Espejo, a través del cual, me sentí transportado a otro mundo muy diferente del que había dejado atrás, unos minutos antes de sacar el ticket y rechazar amablemente el auxilio de las audio-guías. Es cierto, no obstante, que en el silencio de la nave y acongojado por s

El arcoiris y la catedral

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Si hay edificios, cuya madre es la Tradición y cuyo padre es el Misterio, no me cabe la menor duda, de que son las grandes catedrales medievales. Las catedrales medievales, además de ser una respuesta a las obsolescencias de los precedentes templos bizantinos o románicos, son también lugares que vuelven a reivindicar el antiguo pacto que hizo Dios con los hombres, después del Diluvio Universal. Por ello, no sólo no es extraña la presencia, metafóricamente hablando, de los arcoíris –el símbolo por antonomasia de tal pacto- sino que además, constituyen un motivo de deleite para los sentidos, que no tardan en claudicar frente al inconmensurable poder de lo hermoso. Los culpables de tan extraordinario fenómeno, fueron aquellos mismos que buscando a Dios en las alturas, urdieron esas paletas solares, la vidrieras, por cuya mediación, ese genio expresivo que es el sol, se convertía en el heraldo divino, haciendo filigranas, cuyo mimetismo cromático se materializaba en magnéticos colores, cap

H.P. Lovecraft y Luarca

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  Nunca he estado en Massachussets, lugar donde el prolífico escritor y padre de una de las más sobrenaturales mitologías, Howard Phillips Lovecraft, situó numerosos de sus espeluznantes relatos de terror –sirvan como ejemplo de los más sobrecogedores, La sombra sobre Innsmouth y El horror de Dunwich- donde el mar constituía, metafóricamente hablando, ese inconsciente junguiano, en cuyos sobrecogedores abismos habitaban las fobias más siniestras que han aterrorizado a la humanidad desde el alba de los tiempos. Pero dado que la imaginación es un lujo al alcance de cualquiera, no tengo ningún reparo en imaginarme aquéllas costas, sus abismales profundidades y sus mortales arrecifes supuestamente poblados de singulares criaturas, muy similares a nuestras costas asturianas, que al fin y al cabo, nada tienen que envidiarlas en cuanto a espectacularidad, belleza, leyenda, tradición y entidades mitológicas. De hecho, y para ir entrando en materia, es de todos conocido, que en esas sobrecoge