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Mostrando entradas de agosto, 2009

Viaje a las Merindades burgalesas

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Don Benardino: el Último Custodio

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'Lo importante no es conocer todas las respuestas, sino conocer y comprender bien las preguntas' [Rafael Alarcón Herrera] D ecía el escritor norteamericano Ambrose Bierce, que la letra a es la primera letra de todo alfabeto construido como es debido . Dejando toda ironía al margen, no puedo por menos que comenzar como es debido ésta pequeña crónica, haciéndolo precisamente con ésta letra, la a , precursora de la palabra agradecimiento, con la cuál pretendo honrar la figura de un párroco, cuya extraordinaria disposición y amabilidad, me impactaron profundamente durante mi visita a las Merindades burgalesas: Don Bernardino. D ebo no obstante, aclarar, antes de proseguir, que mi acceso a ésta notable persona, a este celoso Custodio de varios de los templos más emblemáticos de la Merindad del Valle de Mena –como Santa María de Siones, San Lorenzo de Vallejo o San Pedro Apóstol, de El Vigo- no hubiera sido posible sin la planificación de otra persona, a la que me honro en considera

Valle de Boides: Monasterio Cisterciense de Santa María

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N o me preguntéis por qué, pero siempre que pongo los pies en un antiguo, milenario monasterio cisterciense, siento un extraña sensación. Una sensación que me induce a pensar que no estoy solo, y que otros pasos se funden con mis pasos y una sombra, alargada, misteriosa, pero en modo alguno siniestra, se pega a mi sombra de similar manera a como lo hace la lapa sobre las rocas de la playa o en las dársenas de los puertos. L a sombra a la que me refiero, de antiguo linaje y fantásticas referencias, se remonta al año 1118, cuando menos, y los pasos de los caballeros que nacieron para la Historia en aquélla fecha y sorprendieron al mundo en los siglos posteriores, aún resuenan en los edificios que un día los albergaron. Me refiero, como habréis podido suponer, a los Pauperes Frater Milites Salomonis Templi o pobres caballeros del Templo de Salomón. L ejos de considerarlos una obsesión, comienzo a pensar en ellos como en un ardid con el que me sorprende el destino, sin importar el lugar e