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Mostrando entradas de 2017

Hinojosa: la enigmática ermita de Santa Catalina

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E l Camino se torna más críptico y misterioso, a medida que nos vamos adentrando en una región, que aun teniendo muchas cosas que decir, parece enmudecer irremisiblemente, herido su corazón por la pérdida de ese nevero fantástico a donde se supone que fueron a parar la mayor parte de sus nieves de antaño , si por tales –y admito que no es la primera vez, ni será la última que parafraseo a François Villon-, entendemos una riqueza patrimonial, que en muchos casos –demasiados, bajo mi punto de vista-, se ha perdido en esos comparativos campos de Flandes que históricamente se tragaron la mayor parte de esa enorme riqueza que supuestamente saturaba las bodegas de los galeones que arribaban al puerto de Sevilla procedentes del Nuevo Mundo. Un Nuevo Mundo del que, si bien los historiadores modernos van admitiendo, siquiera a regañadientes la presencia, más allá de las costas de Labrador, de los aguerridos marinos escandinavos siglos antes de que Colón tropezara misteriosamente con sus map

Buscando dragones por la Alcarria

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L a Alcarria y sus enigmas. Probablemente, uno de los lugares que todavía conserva un resto muy significativo de esos misterios que en forma de bestia apocalíptica aterrorizaban al hombre medieval, se localice en ésta escondida población de Valdeavellano, y más concretamente, en su iglesia dedicada a una figura que, por las encendidas polémicas levantadas a lo largo de los siglos, bien podría ser considerada, al menos metafóricamente hablando, como Nuestra Señora de las Tormentas : María Magdalena. En efecto, la iglesia a ella dedicada, si bien bastante reformada, hasta el punto, por ejemplo, de no hallar rastro alguno de los capiteles originales, que presumiblemente tuvo que tener su galería porticada, conserva, no obstante, esa dulce rusticidad, que se aprecia, sobre todo, en su ábside o cabecera, así como una interesante portada principal, que hemos de situar en el lado sur de la nave, donde se advierten, en algunos de sus elementos, como los nudos de la segunda arquivolta –que

De la Alcarria peregrina: el monasterio de Monsalud

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A unque parezca increíble, en vista de su aspecto actual, el monasterio de Monsalud fue el más antiguo y a la vez, el más poderoso de los cuatro monasterios fundados por la Orden del Císter en la provincia de Guadalajara. De los otros tres, el monasterio de Bonabal, situado en las proximidades de Retiendas, corrió pareja suerte, y hoy día apenas es una ruina irreconocible donde Mater Gaia, progresivamente, va recuperando lo que en buena ley le pertenece. Otro tipo de suerte bien distinta, sin embargo, corrieron los monasterios de Óvila y de Buenafuente del Sistal. Mientras que éste último continúa albergando una comunidad de monjas del Císter y alentando retiros espirituales entre los conversos, el monasterio de Óvila –situado en las proximidades de lo que siempre se han conocido como las Tetas de Diana-, fue trasladado, piedra a piedra a los Estados Unidos, a la mansión de Randolph Hearst, el que fuera uno de los más grandes magnates del mundo del periodismo, cuya vida fue magistr

Cuenca: el Seminario de Villalba de la Sierra, el Ventano del Diablo y la Ciudad Encantada

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V illalba de la Sierra, es un pueblo que se sitúa, aproximadamente, a una veintena de kilómetros de la capital conquense, pudiéndose añadir que su paso es poco menos que obligado para todos aquellos que tengan la intención de dirigirse hacia esos dos grandes hitos de magia natural, que son la Ciudad Encantada y el nacimiento del río Cuervo. De hecho, es precisamente a partir de aquí, cuando el paisaje deja de ser soberanamente solano, un tanto monótono y por defecto lineal, para transformarse en extravagancia gótica, donde dos inigualables canteros –la erosión y un río poblado de multitud de leyendas sobre ninfas y dianas, el Júcar-, se pusieron de acuerdo, hace milenios, para elaborar en silencio, sin prisa pero sin pausa –como requiere toda buena artesanía-, un mundo fantástico en el que quebradas, farallones y singulares desfiladeros semejan, metafórica y comparativamente hablando, templos y catedrales naturales, donde todavía se respira, a poco que se ponga en guardia el olfato

Cuenca: San Pantaleón o las nieves de antaño

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S e pregunta el peregrino, observando con tristeza los tristes muñones de lo que, allá por el siglo XII, fuera la ermita de San Juan Bautista, posteriormente conocida como de San Pantaleón, si quizás los custodios del Camino, ese Temple anegado en polvo y sudor que fue bautizado en el martirio al amparo de los Santos Lugares, y del que dicen los olvidados cuentos de la abuela que rendían pleitesía aquí al santo Jano cristiano del equinoccio de verano y también al santo médico –el milagro de la licuefacción de cuya sangre, maravillaba originalmente a los peregrinos medievales que se adentraban por el norte de Burgos, y más concretamente, por su Merindad de Losa-, huyeron un día de otoño hacia aquél otro santuario inaccesible, pero quizás más seguro, después de todo, donde el poeta Villon situaba –yo sigo opinando, que dejándose aconsejar por una adolecida Musa de la Melancolía-, las nieves de antaño. El lugar, situado a escasos metros de la catedral, semeja un desgarro de forma rect

Cuenca: la catedral de Santa María de Gracia

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A lgo parece seguro: y es que cierzos ventosos hicieron que las ocas de Huelves levantaran el vuelo, llegaran a Cuenca y después del cruento asedio a que fue sometida la guarnición mora y en el que destacó el arrojo de ciertos monjes-guerreros, custodios, por otra parte, del Camino, dejaran una apreciable dosis de su arcana sabiduría, no sólo en los escudos heráldicos –algunos, malheridos por esa rémora que acompaña siempre al tiempo y que se llama erosión-, en las viejas arcadas con las que de cuesta en cuesta se va uno tropezando mientras recorre la espiral de callejas en ascenso de la parte antigua, sino que también, y sobre todo, en esa espléndida joya gótica en la que, como se aventuraba en la entrada anterior, no sólo pintan Copas y Espadas, sino que además, por desgracia, sufrió los embites demoledores del mazo de Bastos en una partida contemporánea, perdiendo parte de su estructura original, detalle por el que puede infundir la sensación de parecer una torre de Babel inacab

El Camino de las Ocas pasa por Huelves

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N o vi rastro de la Nave Blanca de Lord Dunsany, cuyas huellas creí vislumbrar en Ávila, extramuros y a orillas del río Adaja; pero en ese frenesí que es la vida, en definitiva ese sueño esa ilusión , sí percibí –o así al menos me lo pareció-, un lugar de anidaje de una misteriosa y anónima bandada de ocas itinerantes, que es de suponer que dejándose llevar por los intrépidos avatares de la Reconquista, recalaron poco menos que a la vera de una ciudad que lleva por nombre el apellido de un cardenal que, como Constantino, también vio ese invictus et in hoc signo vinces en el cielo: Tarancón. Huelves se llama el lugar en cuestión y hemos de situarlo –tiro de piedra va, tiro de piedra viene- a unos setenta kilómetros de una capital, la conquense, en cuya catedral pintan no sólo Copas, sino también Espadas templadas en el bautismo del martirio y a juzgar por lo perdido, también algún que otro Basto, cuyo golpe devolvió los husos de sus pináculos al cesto de la Parca. D e este conc

La ermita de San Segundo de Ávila

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E l Camino –fatiga, espinas, expectativas o desesperaciones aparte-, es también un espléndido carburante para activar el motor de los sueños. No importa cómo se haga, ni tampoco los lugares a donde uno decida ir, bien sea por voluntad propia o dejándose llevar en volandas por ese Papá Ganso que es Mesir Destino , experto piloto que en ocasiones navega a favor de la corriente y otras, sin embargo, bracea sin timón y encomendado a Dios en aguas turbulentas. Hablando de aguas, de corrientes y de turbulencias, todavía me pregunto si la última vez que mis pies hoyaron esa tierra arévaca tauromaquizada con la sangre de los bueyes de Gerión –en cuyo cartel mitológico figura ese gran diestro que fue Hércules, quien posteriormente se convirtió en el encargado de sacar a hombros al Niño en las plazas monumentales de iglesias y catedrales-, y que en el fondo puede llegar a imaginarse que es Ávila, no se me adelantó, por poco, la Nave Blanca de aquél gran soñador -ignoro si también fue pere

Ávila: la peregrina iglesia de Santiago

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A orillas del río Piedra me senté y lloré …Así comienza una obra entrañable de esa extraña, cuando no stevensoniana personalidad entre peregrino, escritor, poeta, místico y novelista que caracteriza a ese soñador de caminos –quizás los mismos que antes que él, perturbaran la brújula de poetas expertos en barquitos de papel y mundos concebidos dentro de pompas de jabón, como Machado-, llamado Paulo Coelho. Mentiría si dijera que la última vez que estuve en Ávila –un domingo de febrero, de un año que poco importa porque apenas ha comenzado a dar sus primeros bostezos y aun puede presumir de barbilampiña sonrisa e infantil poderío sabiendo todavía lejos la tradicional Misa del Gallo , preludio al anuncio de su próximo Getsemaní -, me senté a orillas del río Adaja y lloré. Pero sí es cierto, que no por más teresiana que se precie o con más halo de mística medievalidad con la que se engalane de cara a presentar las credenciales de su inherente protagonismo en el bien llamado Siglo d

Omeñaca y la leyenda de los siete infantes de Lara

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A firmaba Álvaro Cunqueiro, ese amerlinado soñador nacido en pleno corazón mindoniense –cuya arteria principal es San Martiño, considerada como la primera catedral gallega-, que Villon llamaba nieves a las bellezas del pasado (1), por lo que resulta completamente justificada su contagiosa melancolía, cuando en uno de sus famosos versos se preguntaba o echaba en cara al mundo, aquello de: ¿dónde van las nieves de antaño? . Pregunta o no del millón, es posible que exista un lugar –como el Cementerio de los Libros Olvidados , de Carlos Ruiz Zafón o el Cementerio de los Barcos Perdidos , que Charles Berlitz supone o suponía en ese imaginario Triángulo de las Bermudas -, depositario de esas nieves , testigos enmudecidas por la mácula del olvido, de cualquier tiempo pasado, fuera éste o no, mejor. Soria no es marinera, si bien por las beneméritas aguas de ese paternal río Duero, que deja atrás la ermita de San Saturno –perdón, quise decir, San Saturio-, haciendo un pluscuamperfecto arc