Don Quijote y el jardín encantado de Sierra Mágina
Es en ese lugar, de cuyo nombre sí quiero acordarme, que un matrimonio emprendedor decidió un buen día invertir sus ahorros, convirtiendo en hotel una antigua casería situada en las estribaciones de una sierra misteriosa que, por una curiosa desvirtuación ortográfica, cabe suponer, cambió su primigenia virtud de Mágica por Mágina.
Junto a la casería, haciendo pendiente y a la vez frontera natural con varias casas y en la distancia, con el infinito olivar jienense, un pequeño jardín custodia, celoso y engalanado de otoño, antiguos misterios que, aún sin remontarse a la época en la que los moros escondían sus tesoros con las malas artes de la hechicería frente al avance arrollador de los reinos cristianos, sí puede guardar cierta relación con el maleficio del olvido. Es por eso, sobre todo, que no tengo duda de que se trata de un jardín encantado, en el que de alguna manera, el tiempo se ha detenido con el fin de hacernos saber que estamos en un lugar especial.
Un lugar en el que existen pequeños estanques de aguas quietas que reflejan las lágrimas de la luna hasta bien entrada la madrugada; estanques en los que navegan, como en un pequeño triángulo de las Bermudas, hojas de mascarón quebrado y velas hechas jirones, sobrevoladas a trechos por libélulas que evolucionan graciosamente a través de las corrientes de las hadas. El sonido del agua del manantial, que se desliza pendiente abajo, hasta abrazarse con un río que aún conserva en su recuerdo la gritería de niños felices que hace años le confiaron sus barquitos de papel, con el noble y aventurero propósito de unirse a los buques corsarios de los Mares del Sur. Asientos de piedra que brotan de la tierra como casas de gnomos, encantadas y petrificadas sin remisión cuando los hombres dejaron de creer en ellos.
Antes de llegar a la curva, a mitad de pendiente y paralela a la corriente que desea ser doncella fluvial, un jardín privado agoniza sin remisión, guardando celosamente el nombre de un propietario que, a juzgar por el desconocimiento de las gentes del lugar, parece haber sido raptado por las hadas hace cientos de años.
Todo el que se acerque verá, a través de la vieja verja de hierro deslucido, a un hidalgo caballero, con casco y lanza en ristre, cabalgando un rocín flaco y escoltado por un galgo corredor, al que acompaña también, más fiel de corazón que por cabeza, un rubicundo escudero de nombre Sancho y apellido Panza, que tal vez -sólo digo, tal vez- encontró aquí, en este diminuto jardín encantado de la Sierra de Mágina, la ínsula prometida por un señor que, al igual que los grandes emperadores, como Federico II, reposa dormido en un lugar escondido, esperando el momento de retornar, con el fin de volver a picar espuelas y desfacer entuertos.
Comentarios
Ella estuvo siempre allí. Quizá... esperándonos.
Un fuerte abrazo, Caminante.
En fin, como diría Gila "es broma" -Gila el humorista, no el Sultán de Magina-, tendré que superarme para hablar de lo mismo sin decir lo mismo. Porque me niego a soslayar dicho mágico lugar, por mucho y muy bien que otros hayan hablado de él.
Compadre Juancar, pues te quedaste a las puertas, menester será que salte yo las tapias de dicho jardín...
Salud y fraternidad.