Compludo, un hito medieval en lo más profundo del Valle del Silencio

Apenas el discurrir del arroyo es un susurro temeroso, una nana dulce que adormece a unos árboles viejísimos, cuyas raíces se aferran a una tierra milenaria, con sabor propio. No hay carteles a la vista, como en otros lugares, pero inmediatamente se sabe que este bosque es puro Bierzo. Un bosque encantado, donde es difícil no tener sensaciones de ambigüa complejidad. Se ven, y de alguna manera, se presiente que ellos también te ven a tí; que te observan con interés, desde el silencio de unos troncos que se retuercen de sabia vejez; unos troncos cubiertos de una curiosa barba verde, que les confiere el aspecto inocente y a la vez salvaje que los canteros medievales representaban con harta frecuencia en los capiteles de las iglesias. Hay una ausencia de aves, no obstante, que no deja de ser desconcertante. Antes de llegar a la herrería, es difícil no percatarse de ello y preguntarse si el calentón de San Genadio continúa siendo una especie de barrera infranqueable que no se les permite traspasar. El Silencio es Oro, desde luego, pero se echan de menos esos trinos armónicos que, después de todo, otorgan la felicidad y la vitalidad a un bosque.
La herrería es un edificio extraño, macizo e imponente, que derrocha esa gallarda fuerza eterna que le confiere la piedra. La noche ha sido gélida, y su aliento, astral como el abrazo de la Dama de la Guadaña, no sólo se advierte en la capa de escarcha que tapona cual masilla los poros de la tierra, sino también en los impresionantes carámbanos que, cual longevas barbas, se balancean de unos arcos de medio punto, a través de los cuales se advierten los engranajes de su fragua medieval. Hay también una pequeña cascada, la blancura lechosa de cuyas aguas semejan litros de leche vaciándose de un cántaro volcado.
De vuelta al camino, es difícil no verse acompañado por la relevante sensación de haber estado en un lugar único. Quizás por eso, ese humo feliz que se escapa por los chimeneas de unos hogares que comienzan a despertar, o esos primeros rayos del sol iluminando los piramidones más altos de los montes, o esa placa que recuerda a San Fructuoso y el lugar donde decidió fundar su monasterio a instancias del rey Chindasvinto y esposa dejen, en el fondo, de tener un interés sustancial. En lo más profundo del Valle del Silencio, aún late un corazón tan viejo como el mundo. Un corazón sagrado llamado Bosque. En definitiva: Gaia impera.
(1) Paulo Coelho: 'Aleph', Editorial Planeta, S.A., 1ª edición, septiembre de 2011, página 16.
Comentarios
Cuando mi escoba voló Compludo esa carretera no era tan ancha, ni tan buena, algo profunda si la recuerdo, en agosto el frescor de los árboles, un paisaje tan frondoso que el musgo en la piedra siempre está presente y la cascada de la herrería, que bonitas tus fotos con los carámbanos invernales.
En el último viaje por El Bierzo nos adentramos en la otra parte del Valle del Silencio, que ¡Ahí las carreteras caminitos de cabras aún! Pero recuerdo unas ruinas muy ruinosas en Compludo de un antiguo monasterio visigodo, que en otro tiempo, junto a Carracedo, fueron los más notorios de León.
Un besote.