Briones
El
camino continúa y una vez dejados atrás los interminables llanos castellanos,
las agridulces historias caballerescas de don Lope y el humilde encanto mudéjar
de los templos olmedinos, el
peregrino encamina sus pasos hacia otra tierra legendaria, conocida en el mundo
entero por la brillantez del tesoro magenta que brota a borbotones de las venas
de su afortunada tierra: La Rioja. A un lado quedan, también, los místicos
montes, quebradas y desfiladeros del norte de Burgos –la proximidad del
desfiladero de Pancorbo, acerca al recuerdo del peregrino la emoción de viajes
anteriores-, así como la cercanía de otra tierra no menos mítica, Euskalerría, y una llanada, la alavesa,
cuya sanguina savia comparte protagonismo, cuando no rivalidad, con la
anterior. Rioja Alta. El primer punto de destino es una ciudad, Briones, sobre
cuya génesis corren innumerables fuentes de agridulce sabor que confluyen en el
sarmentoso mar de la Historia. No en vano, vista en su conjunto desde la
distancia –por ejemplo, a la altura de uno de sus complejos bodegueros más
reconocidos, las Bodegas Vivanco-, el
casco histórico de Briones, elevado sobre un montículo, como sus precedentes,
los antiguos castros, semeja un pequeño y somnoliento baluarte varado en un
espacio-tiempo netamente medieval. Destaca, asentada por encima de las antiguas
murallas, hacia la izquierda y orientada al este, el atractivo diseño de la
ermita, de planta octogonal, del Santo
Cristo de los Remedios –y de hecho, bastante similar, en líneas generales,
a la ermita de la Vera Cruz de
Sigüenza-, levantada en el siglo XVII sobre las ruinas de la antigua iglesia
románica de San Juan Bautista, y en cuyo interior, aparte de la venerada talla
del Cristo doloroso y el recuerdo a una Virgen
Negra por excelencia, la de Guadalupe, el peregrino tiene ocasión de
encontrarse con otro venerable personaje, estrechamente ligado al Camino de
Santiago: Santo Domingo de la Calzada. Más orientada hacia el centro del casco
histórico y situada junto a la Plaza Mayor y el Ayuntamiento –antigua casa
palacio del siglo XVIII, que en su momento perteneció a los Marqueses de San
Nicolás, en cuyo escudo, puede apreciarse la significativa figura de un árbol a
cuyo pie permanece un fiero dragón alado, así como también el lirio o flor de
lis-, destaca la impresionante mole de la iglesia-colegiata de Santa María,
también conocida como de la Asunción, en cuyo interior, soberbio y pintado
sobre uno de los lienzos de la nave, el gigantón Christóforos o San Cristóbal, recuerda, como un aviso de atención a
navegantes, el mismo servicio a Cristo que el que ya prestara Hércules
anteriormente a Dionisos. Como si del bauceant
templario se tratara –comparativamente hablando-, luz y penumbra guardan el
sueño carismático de una Virgen Teothokos,
la de la Estrella, que reina
eternamente sobre el Retablo Mayor, no muy lejos de una monumental escultura
ecuestre de Santiago, o de los artísticos cenotafios que guardan los sepulcros
de algún relevante miembro de la poderosa familia Mendoza, junto a las
alegorías, henchidas de referencias paganas –como en la catedral de Astorga,
lugar de obligado paso también del peregrino-, que entre míticas ramas y otras
yerbas de guardar, conforman el dintel de acceso a las diversas capillas.
Alegorías, sobre todo en cuanto a referencias a los antiguos cultos –recordemos,
que el Cristianismo ya se consideraba sucesionista
desde los tiempos de los primeros Papas- presentes en los numerosos hombres-verdes que, por ejemplo, también
en el frontal del coro comparten protagonismo con un apostolado que juega con
el lenguaje de los símbolos en base a los objetos o utensilios que les
caracteriza. Simbolismo, no ausente, en modo alguno, tampoco en esa magnífica
pila bautismal –probablemente de origen románico tardío o gótico-, que se
custodia en la capilla del Santo Cristo, junto con dos objetos que ya comienzan
a verse poco: los bustos-relicario que, como su nombre ya da a entender, en
algún momento contuvieron –o quizás, todavía contengan- algún santo resto capaz
de arañar la fe y el corazón de los creyentes. Pero probablemente, lo que mejor
defina, tanto a La Rioja como a ésta ciudad, sea esa fantástica pintura a
escala gigantesca, que viajeros y peregrinos se encuentran al entrar en la
ciudad: una magnífica Copa o Grial, de donde brota, como un torrente
irresistible, la vida, la abundancia y la prosperidad en forma de una
carismática ciudad: la propia Briones.
Recuerdos de un Peregrino: Briones, 18 de octubre de 2014.
Comentarios
Lo que dices de la cercanía de Euskadi ¡Ya lo creo! He recordado un finde en una bodega cercana a Laguardia, tan cercana que fuimos a visitarla andando, pero en tierras de La Rioja, esa carretera, llena de viñedos es un punto, lo mismo estás en una que en otra, no me extraña que se haya optado por llamar a la comarca La Rioja Alavesa. Y hablando de andar, estuviste a un tris de San Vicente de la Sonsierra jaja.
Besotes.