El monasterio de Santa María de Melón
Afirmaba en una de sus guías de la
España Mágica aquél gran
trotamundos que fuera Juan García Atienza, que generalmente, los grandes
monasterios quedaban alejados de las
rutas oficiales que atraían a millares de peregrinos hacia la tumba del
Apóstol, en Compostela. Tal aseveración, si bien cierta en numerosos casos, no
lo es tanto en algunos otros. Uno de los ejemplos más evidentes, situado
también en este Camino o Vía
de la Plata y prácticamente
pegado a la autovía del mismo nombre, es este emblemático y a la vez
inconmensurable monasterio de Santa María de Melón, que hemos de situar en
Orense, a no mucha distancia de otra villa medieval, no exenta de belleza e
interés, que todavía conserva su antigua judería, así como interesantes huellas
de la presencia de las órdenes militares en época medieval: Ribadavia. Si
bien, la última vez que estuve, se estaban realizando algunos trabajos de
rehabilitación en la iglesia, que no parecían, en principio, aunarse a la
restauración de sus malheridos claustros -cuando menos, uno gótico y otro
renacentista-, la visita, por descontado, no me dejó indiferente en absoluto y
sí, por el contrario, me llamó poderosamente la atención, encontrarme con unas
concepciones arquitectónicas dignas de admiración, que se constatan, así mismo,
en otros lugares monumentales de Galicia, que destacan por su arte, su belleza,
su misterio y por supuesto, su interés, como pueden ser Oseira, Carboeiro o la
iglesia coruñesa de Santa María de Cambre. Me refiero, a la forma de rotonda de
su cabecera, que seguramente sigan el modelo de la anastasis de ciertos sublimes templos hierosolimitanos, donde el más
apreciable sería el de la mezquita de Al-Aksá o Cúpula de la Roca de Jerusalén.
Pero en Melón, y referido al arte, hay muchas claves que no sólo se limitan a
esos primeros pañales benedictinos que acabaron teniendo como nodriza a esos
escindidos y austeros monjes cistercienses que se mantuvieron en el lugar,
cuando menos hasta la Desamortización
de Mendizábal.
Si bien
es regla del Camino que cada uno advierta y aprehenda las claves que hayan de
influir en su historia personal –como diría Coelho, peregrino y escritor al que
hacía mucho tiempo que no citaba-, merece la pena, sin embargo, reseñar
algunas. Por ejemplo, los dos leones de piedra que custodian el acceso al
templo; la pirámide que remata la base del campanario, símbolo hermético que se
observará en numerosos templos gallegos; las figuras de época, de hermosa
factura, representativas de santos portadores de singulares arquetipos, como
san Antón, san Roque, san Sebastián o quizás el propio san Bernardo, con el
símbolo del Cristianismo primitivo, el pez, en la mano. El Santo Cristo, cuyo
largo cabello natural sigue los patrones dolorosos pero tradicionalmente
milagreros de este tipo de representaciones, donde sobresale, como sabe bien
todo peregrino, el Santo Cristo de Fisterra. El sepulcro de una misteriosa Dona
en las proximidades de un altar que muestra unas pinturas, relativamente
modernas –quizás de los siglos XVII o XVIII-, que muestran un simbolismo
desconcertante pero no carente de intencionalidad: compuesta por tres tablas de
mediano tamaño, la tabla central muestra a una Virgen que sostiene al Niño en
su brazo izquierdo y una larga y fina vela encendida en la mano derecha; las
tablas de los laterales, representan a sendas ángeles portadores de bandejas –doncellas,
en los relatos del Santo Grial-, ofreciendo dos palomas el ángel de la
izquierda y un elemento hermético y primordial el de la derecha: una serpiente
que se muerde la cola u ouroboros. Y
por supuesto, algunas marcas e inscripciones, que recuerdan la hermética que ha
acompañado siempre a las hermandades de canteros. Unas hermandades que,
observando los absidiolos que componen la cabecera del templo, quizás
desarrollaron también su prodigiosa y titánica labor en lugares no demasiado
lejanos, como el monasterio zamorano de Santa María de Moreruela.
Monasterio de Melón: enigmas y claves en el Camino de las Estrellas.
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Un beso grande
Besos