De la Alcarria peregrina: el monasterio de Monsalud
Aunque
parezca increíble, en vista de su aspecto actual, el monasterio de Monsalud fue
el más antiguo y a la vez, el más poderoso de los cuatro monasterios fundados
por la Orden del Císter en la provincia de Guadalajara. De los otros tres, el
monasterio de Bonabal, situado en las proximidades de Retiendas, corrió pareja
suerte, y hoy día apenas es una ruina irreconocible donde Mater Gaia,
progresivamente, va recuperando lo que en buena ley le pertenece. Otro tipo de
suerte bien distinta, sin embargo, corrieron los monasterios de Óvila y de
Buenafuente del Sistal. Mientras que éste último continúa albergando una
comunidad de monjas del Císter y alentando retiros espirituales entre los
conversos, el monasterio de Óvila –situado en las proximidades de lo que siempre
se han conocido como las Tetas de Diana-, fue trasladado, piedra a piedra a los
Estados Unidos, a la mansión de Randolph Hearst, el que fuera uno de los más
grandes magnates del mundo del periodismo, cuya vida fue magistralmente llevada
a las pantallas cinematográficas e interpretada por el genial Orson Welles.
Recientemente recuperado por la Junta de Castilla-La Mancha, como fósil
románico destinado a la curiosidad de un turismo cada día más exigente y
cultural –además de celebrarse conciertos y actividades afines en su interior-
la mayor parte de la historia legítima del monasterio de Monsalud, permanece
vedada detrás del impenetrable Velo de Isis de una historia que, lejos de ser
Musa bienintencionada, abusa de la picaresca para enredar la estoicidad de un
mundo demasiado dependiente del academicismo, y por lo tanto, demasiado
enganchado a la por desgracia tan popular way
of life tomasiana, es decir, al ver para creer de lo estrictamente
documentado. A este respecto, no es mucho lo que se sabe, en cuanto a su
fundación, aunque parece ser que ésta fue muy anterior al año 1167, fecha en la
que un documento considerado como fiable, menciona el legado, por parte del
Arcediano de Huete, de nombre Juan de Treves, de la aldea de Córcoles con todos
sus bienes. Legado que posteriormente, en 1169, sería ratificado por el rey
Alfonso VIII, conocido como el rey de las Navas de Tolosa y rey, además, que
celebrara sus desposorios en Soria con la princesa Leonor de Plantagenet, hija
de la que quizás fuera la mujer más fascinante del Medievo; aquélla intrépida
fémina que, según la leyenda, alentó a los cruzados en Tierra Santa con el
pecho descubierto y su larga cabellera pelirroja en bandolera, inundando su
corte con los mejores trovadores de la época, entre los que se encontraba el
propio Chrétien de Troyes, a quien, según se piensa, y este es un dato
interesante, alentó su famoso Cuento del
Grial: Leonor de Aquitania.
Paradójicamente, se sabe el nombre y la
procedencia de su primer abad: Fortún Donato, siendo su casa, el no menos
misterioso monasterio de Scala Dei, situado en los Pirineos franceses. De allí
procedían, también, algunos otros abades que fueron ocupando progresivamente el
cargo. A partir de 1174, y ante la amenaza almohade, este mismo rey cedió
extensos territorios a las órdenes militares; de ahí que, posiblemente, proceda
la importante presencia de la Orden de Calatrava –recuérdese, heredera también
de los templarios y según algunos autores, como Juan Eslava Galán,
continuadores de algunas empresas secretas de éstos, como sería, por ejemplo,
la búsqueda por tierras jienenses de la famosa Mesa o Tabla de Salomón-, en
Monsalud y en la vecina Zorita de los Canes.
Independientemente de las modernas
asociaciones templarias, como la O.S.M.T.H. (Ordine dei Cavalliere del
Templo di Hierusalem), que celebran allí parte de sus rituales y
ceremonias, habiendo declarado el monasterio como Sitio Templario, de la presencia de la histórica Orden del Temple
en el lugar, nos quedan, ajena, por supuesto, a la documentación escrita, las
manifestaciones populares, que fueron recogidas oportunamente, a comienzos de
los años ochenta, por el escritor y más famoso viajero que haya pasado alguna
vez por la Alcarria: Camino José Cela.
En efecto, publicado en 1986, su Nuevo viaje a la Alcarria, menciona tan
interesante dato, olvidado treinta y nueve años antes, cuando, de su mano
excepcional, el mundo comenzaba a soñar con esta zona tan particular de
Guadalajara, después de la lectura de su Viaje a la Alcarria. De tal manera,
que en éste nuevo periplo trotamundos, Don Camilo, que por entonces viajaba en
un formidable Jaguar a cuyo volante
se sentaba impertérrita una belleza de ébano a la que cariñosamente llamaba Oteliña, ya se hacía eco de esos
misteriosos y legendarios orígenes cuando, en la página 167 de la edición
publicada por la Editorial Plaza & Janés, S.A., no hacía la siguiente
revelación: ‘…Estas piedras del monasterio
de Monsalud vienen del siglo XII y, cuando se alzaban con mayor fundamento y
armonía, fueron del orden o religión del Temple; después pasaron a los
benedictinos y luego al Císter y alojaron entre sus muros mucha ciencia y no
poca historia’.
Con razón o sin ella, lo cierto es que, si bien mucho de
ese fundamento de armonía, ciencia e historia se han perdido irremediablemente,
todavía quedan algunos detalles que, si bien no demuestran nada por sí mismos,
sí deberían provocar, cuando menos, el atrevimiento a la especulación, puesto
que no dejan de ser significativos. Sólo por citar algunos, no deja de ser un
detalle interesante la base de planta octogonal sobre la que se asienta la
pequeña fuente, en el centro geométrico del claustro. Un claustro que, aunque
mal herido, todavía conserva, prácticamente intacta, una de las más armónicas y
a la vez hermosas salas capitulares que se hayan contemplado jamás. Una sala
capitular que, además, tiene, como curiosidad añadida, la forma de cerradura de
su pequeño ventanal principal. Una forma, que quizá esté en consonancia con la
opinión de algunos autores, como el fallecido Juan García Atienza, quien en más
de una de sus obras, ya llamaba la atención sobre la planta en forma de llave
que, en su opinión, tenían muchos de los edificios atribuidos con o sin
fundamento a la Orden del Temple. Pero aún, hay otro detalle mucho más curioso
e intrigante todavía: ese hueco, situado en el lado derecho de la cabecera, muy
cerca de donde en tiempos debió de estar situado el altar –hoy día
desaparecido-, que deja entrever algunos motivos cabalísticos en su interior,
semejantes a aquellos otros que se localizan en otras zonas más septentrionales
de la provincia, como pueden ser Campisábalos –óculo de la Capilla del
Caballero San Galindo- o en las mismísimas geometrías mágicas del formidable
ábside de la iglesia de Santa Coloma de Albendiego, apenas a unos escasos
kilómetros de distancia de la anterior.
En fin, sea como sea, el hecho es que,
se acepte o no, es difícil no dejarse llevar por la especulación cuando de la
Orden del Temple se trata y uno intenta desenvolverse en un lugar, a la postre
tan enigmático y misterioso como este malherido monasterio de Monsalud, en cuya
historia, no cabe duda, figuran también el auxilio y el cobijo brindado a
través de los siglos, a los cientos, tal vez miles de peregrinos que se
encaminaban hacia el Oeste a través de los innumerables caminos de
peregrinación.
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