H.P. Lovecraft y Luarca

 


Nunca he estado en Massachussets, lugar donde el prolífico escritor y padre de una de las más sobrenaturales mitologías, Howard Phillips Lovecraft, situó numerosos de sus espeluznantes relatos de terror –sirvan como ejemplo de los más sobrecogedores, La sombra sobre Innsmouth y El horror de Dunwich- donde el mar constituía, metafóricamente hablando, ese inconsciente junguiano, en cuyos sobrecogedores abismos habitaban las fobias más siniestras que han aterrorizado a la humanidad desde el alba de los tiempos.



Pero dado que la imaginación es un lujo al alcance de cualquiera, no tengo ningún reparo en imaginarme aquéllas costas, sus abismales profundidades y sus mortales arrecifes supuestamente poblados de singulares criaturas, muy similares a nuestras costas asturianas, que al fin y al cabo, nada tienen que envidiarlas en cuanto a espectacularidad, belleza, leyenda, tradición y entidades mitológicas. De hecho, y para ir entrando en materia, es de todos conocido, que en esas sobrecogedoras profundidades cercanas a Luarca, habita uno de los seres que más se parecen a muchas de las espeluznantes criaturas surgidas de tan peculiar maestro del horror: el calamar gigante.



Y aunque, si mal no recuerdo, uno de los numerosos temporales que azotó el invierno pasado estas costas, hizo estragos en las instalaciones del museo, poco menos que único en su género, que los luarqueses han dedicado a este auténtico leviatán marino, suele ser frecuente encontrar varados en sus playas ejemplares de considerable tamaño, que dejan en la impresión de quien los ve, la pregunta relativa a qué clase de criaturas sobrecogedoras no habitarán en esos abismos de los que el hombre apenas conoce nada y en los que, comparativamente hablando, no significa nada ni vale más que una miserable mota de plancton que puede engullir una ballena -sin necesidad de ser la terrorífica Moby Dick de Herman Melville- como si se tratara de un simple aperitivo.



Destaca Luarca, además de su merecido galardón de ‘perla blanca de la costa verde’, por la bravura de sus pescadores, famosos en el pasado por su destreza en la busca y captura del ballenato y quizás de este conocimiento, entre otros, pueda llegar a suponerse una relativa conexión con Lovecraft. Pero antes de especular con ella, bueno sería añadir, que estamos ante uno de esos lugares especiales, donde historia y leyenda se confunde, hasta el punto de que, una vez introducidos en ellas, difícil resulta averiguar cuáles son los charcos que llevan a los lodos de una y otra, como diría mi inestimable amigo y maestro, don Rafael Alarcón Herrera.



Porque charcos y lodos con acentuado sabor mítico ya los encontramos, sin ir más lejos, en el vocablo de su nombre, que comienza con la raíz de uno de los grandes dioses del panteón celta, Lug, que dio origen, también, a la vecina ciudad gallega de Lugo, cuyas murallas probablemente fueron levantadas por los legionarios de la Legio Septima Gemina, y a simple vista, parecen un calco de las que se pueden ver, así mismo, en Astorga; y la continuación, ‘arca’, no es, sino una acepción fonética con la que se denominaba antiguamente, en Galicia y en Asturias, a uno de los elementos religioso-funerarios más interesantes de la Protohistoria: el dolmen.



Teniendo estos conceptos como base, no deja de ser curiosa una tradición bien arraigada en esta parte del Principado, que afirma que fue precisamente en este lugar, donde desembarcó Don Pelayo, cuando huyó de Toledo después de la debacle visigoda, trayendo consigo el cofre con las santas reliquias que santo Toribio –no el de Liébana, sino el de Astorga, qué casualidad- trajo de Jerusalén, poniéndolas a salvo en el Monsacro –monte sagrado, distante nueve kilómetros de Oviedo- en cuya cima debió de ocultarlas en el pozo de lo que originalmente parece ser la cámara de un dolmen, sobre el que con posterioridad, en los siglos XII-XIII, unos misteriosos fratres erigieron una ermita románica, de planta curiosamente octogonal –a imitación del Santo Sepulcro hierosilimitano- dedicada a una no menos misteriosa Nuestra Señora del Monsacro, advocación que fue sustituida con posterioridad –por motivos, evidentemente políticos- por la de Santiago.



Junto a ésta, hay también otra ermita románica, tosca y primitiva, consagrada a otro fenómeno histórico, cuya cercanía a la figura de Jesús, ha hecho correr verdaderos ríos de tinta a lo largo de la Historia: María Magdalena. Hemos de situarla a unos cincuenta o quizás cien metros de la de Santiago, en un lugar que destaca por la proliferación de túmulos funerarios subterráneos, la mayoría de ellos sin explorar.



Dudo mucho que Lovecraft conociera estos antecedentes cuando, aproximadamente en el año 1929 y en colaboración con una escritora, Zealia Bishop, que aparentemente no era de su agrado, según rumorean o cuentan sus biógrafos, escribió una obra espeluznante si bien apasionante, que no sólo tiene alguna relación con todo lo dicho hasta el momento, sino que además, el protagonista era natural de nuestra villa marinera de Luarca.



En efecto, en el relato en cuestión –El Montículo (The Mound)- don Álvaro de Zamacona y Núñez, nuestro hidalgo conquistador luarqués, vive una sobrecogedora aventura y un fatal destino, en un espectral mundo subterráneo, de nombre Xinaian, al que se accede precisamente a través de un mound o montículo, de ahí la base del título, que sería el equivalente de las antiguas civilizaciones mesoamericanas a los túmulos funerarios europeos y por añadidura, a los del Monsacro asturiano.



Si bien el apellido Zamacona posiblemente no tiene nada que ver con Asturias y mucho, sin embargo, con el País Vasco, el apellido Núñez, por el contrario, sí es familiar en el Principado. La cuestión es que, cuando leí la obra, sentí una enorme curiosidad y quise investigar la posibilidad de que en los archivos parroquiales de Luarca hubiera alguna referencia a éste supuesto conquistador asturiano.



Aprovechando que tengo familia en una aldea situada a escasos seis kilómetros, les encomendé la misión a mis primos, frotándome anticipadamente las manos, pensando que tal vez había hecho un descubrimiento, cuando menos interesante. Pero por desgracia, y a pesar de la diligencia realizada por mis familiares en las pertinentes gestiones, en los archivos parroquiales de Luarca no constaba nada anterior a los siglos XVII y XVIII. No obstante, reconozco, al cabo de los años, que todavía este tema continúa planteándome muchas dudas y quién sabe, si también muchas oportunidades para dar rienda suelta a la especulación.



Bibliografía recomendada:

H.P. Lovecraft y otros: ‘Muerte con alas y otros relatos’, Biblioteca Universal Caralt, 1981.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.



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