La Cruz de Hierro de Foncebadón
'Los peregrinos de hoy, como los de antaño, seguimos la tradición pagana de echar una piedra al montículo que sostiene una humilde cruz levantada sobre un palo de roble a 1500 metros de altura. Al arrojar la piedra pronunciamos la oración de la Cruz de Hierro: "Señor, que esta piedra, símbolo del esfuerzo de mi peregrinación, que arrojo al pie de la Cruz salvadora, sea la que, llegado el instante en que se juzguen los actos de mi vida, sirva para inclinar la balanza a favor de mis buenas obras. Así sea"' (1).
No podía despedir, momentáneamente, ésta etapa de mi breve experiencia por tierras leonesas, sin comentar, siquiera sea de una manera breve y posiblemente romántica, un lugar como éste donde se asienta la denominada Cruz de Hierro de Foncebadón. Recuerdo que lo alcanzamos poco antes del mediodía y después de dejar atrás las singularidades relacionadas con el pueblo deshabitado de Manjarín y la Encomienda Templaria de Frey Tomás, a quien no tuvimos el gusto de conocer, por encontrarse ausente. Aún había nieve por los alrededores y aquélla dichosa circunstancia, dotaba al lugar, sin duda, con un colorido especial. A la izquierda del camino, anclada como un arca en la pradera y rodeada de pinos, la pequeña ermita de Santiago -propiedad del Centro Galicia de Ponferrada- se solazaba cual felino, templándose con los rayos de un sol, que la alcanzaban de frente. Esa circunstancia, hacía que en el tejado la nieve comenzara a derretirse, deslizándose en goterones por los laterales, formando brillantes charquitos en el suelo. Algo más allá, en la cúspide de una pirámide inmemorial que constituye el Axis Mundi sobre cuyo centro se eleva el tronco de roble que soporta la Cruz, unos peregrinos japoneses sonreían a los objetivos de sus cámaras Nikon -lo siento, tengo pasión por esta marca- inmortalizando un momento que llevarían consigo el resto de sus vidas. Después continuaron su camino, alejándose sonrientes hacia las entrañas tebaicas del Valle del Silencio. Supongo que a estas alturas, después de un feliz retorno a su hogar, en el País del Sol Naciente, pensarán en Foncebadón y su peculiar Cruz de Hierro, comparándolo, quizás, o al menos en esencia, con algunos de los santuarios sintoístas de su país, como Ise e Izumo, donde aún alienta el Espíritu. Porque esta es la cuestión primordial, en mi opinión, de lugares como Foncebadón, receptores, hasta la consumación de los tiempos, del espíritu de los cientos, miles de peregrinos que mezclando paganismo y fe, pasaron por aquí, despojándose, junto con la piedra que llevaron exprofeso en sus mochilas, de una parte de su corazón. Una parte de su propio espíritu que, pese a todo, conserva parte de una tradición primordial, que cada día se va viendo más alterada, con el depósito de objetos personales que, no puedo evitar preguntarme, serán del todo agradables a los ojos de esos dioses protectores de los caminos.
No podía despedir, momentáneamente, ésta etapa de mi breve experiencia por tierras leonesas, sin comentar, siquiera sea de una manera breve y posiblemente romántica, un lugar como éste donde se asienta la denominada Cruz de Hierro de Foncebadón. Recuerdo que lo alcanzamos poco antes del mediodía y después de dejar atrás las singularidades relacionadas con el pueblo deshabitado de Manjarín y la Encomienda Templaria de Frey Tomás, a quien no tuvimos el gusto de conocer, por encontrarse ausente. Aún había nieve por los alrededores y aquélla dichosa circunstancia, dotaba al lugar, sin duda, con un colorido especial. A la izquierda del camino, anclada como un arca en la pradera y rodeada de pinos, la pequeña ermita de Santiago -propiedad del Centro Galicia de Ponferrada- se solazaba cual felino, templándose con los rayos de un sol, que la alcanzaban de frente. Esa circunstancia, hacía que en el tejado la nieve comenzara a derretirse, deslizándose en goterones por los laterales, formando brillantes charquitos en el suelo. Algo más allá, en la cúspide de una pirámide inmemorial que constituye el Axis Mundi sobre cuyo centro se eleva el tronco de roble que soporta la Cruz, unos peregrinos japoneses sonreían a los objetivos de sus cámaras Nikon -lo siento, tengo pasión por esta marca- inmortalizando un momento que llevarían consigo el resto de sus vidas. Después continuaron su camino, alejándose sonrientes hacia las entrañas tebaicas del Valle del Silencio. Supongo que a estas alturas, después de un feliz retorno a su hogar, en el País del Sol Naciente, pensarán en Foncebadón y su peculiar Cruz de Hierro, comparándolo, quizás, o al menos en esencia, con algunos de los santuarios sintoístas de su país, como Ise e Izumo, donde aún alienta el Espíritu. Porque esta es la cuestión primordial, en mi opinión, de lugares como Foncebadón, receptores, hasta la consumación de los tiempos, del espíritu de los cientos, miles de peregrinos que mezclando paganismo y fe, pasaron por aquí, despojándose, junto con la piedra que llevaron exprofeso en sus mochilas, de una parte de su corazón. Una parte de su propio espíritu que, pese a todo, conserva parte de una tradición primordial, que cada día se va viendo más alterada, con el depósito de objetos personales que, no puedo evitar preguntarme, serán del todo agradables a los ojos de esos dioses protectores de los caminos.
(1) José Manuel Somavilla: 'Guía del Camino de Santiago a pie', Ediciones Tutor, S.A., 2ª edición revisada y actualizada, 2003, página 72.
Comentarios
Un lugar esencialmente mágico, cuyo "árbol" mistérico hunde sus raíces en la vieja espiritualidad céltica.
Salud y fraternidad.
Menudo montículo más alto, cuanto peso se han quitado de encima los peregrinos!!
Abrazines