Un breve paso atrás hacia el Bierzo, donde el Niño Jesús juega a cartas
Llegados a este punto, el mágico Juego de la Oca nos indica que, para seguir caminando por los lugares más emblemáticos de otra provincia que aún conserva muchas claves que habrán de maravillar al peregrino, es necesario retroceder varias casillas en el Tablero, y detenerse, siquiera sea por unos breves instantes, en ese hechizador Bierzo -tierra incomparable de misterios, guardada incondicionalmente en el pasado por la Orden del Temple-, y en un pequeño pueblecito, que también tiene su homólogo en la provincia que acabamos de abandonar: Cacabelos.
Cacabelos, cercano ya a la frontera lucense, vegeta plácidamente, custodiando con celo un misterio ancestral en su imponente parroquial. Con razón, muchos peregrinos continúan desolados su camino hacia Piedrafita y las cumbres imponente del Cebreiro, pues rara vez tienen ocasión de encontrarse las puertas abiertas y poder acceder al interior del templo donde, colgado de uno de los laterales de los muros, un pequeño retablo del siglo XVI, muestra al Niño Jesús jugando a cartas con un fraile, con un abad, según otros, e incluso, como afirman los más, con el propio San Antonio. A veces, suena la campana -no de la iglesia, pero sí de la casualidad- y el peregrino se encuentra las puertas abiertas. Apenas franqueado el umbral, una guardesa de cierta edad, fregona en mano, le enseña los dientes y le gruñe, diciéndole que el templo está cerrado. Salvador de escollos, y sabiendo que en el fondo, la humildad y el ruego, suelen atraer una cualidad que debería ser espontánea -la piedad-, consigue unos breves minutos para observar tan extraordinaria rareza y continuar su camino, pensando cuántas cosas maravillosas, cuántas claves ocultas no le aguardarán aún, en su inefable aventura en dirección a la tumba del Apóstol.
Resulta decididamente sorprendente, observar el amplio universo simbólico que se esconde detrás de una obra tan pequeña. Como en las viejas historias que se cuentan aún por el monasterio de Leire y también por el de Armenteira -esa prueba einsteniana de la relatividad del universo, que en plena Edad Media, experimentaron San Virila y San Ero, respectivamente- el peregrino cree observar, también, un sueño afortunado en el que el propio Niño Jesús -así lo indica la nube sobre la que se mantiene flotando- se le aparece al fraile en cuestión -tuviera éste, como los otros, categoría de abad o fuera el propio San Antonio- e intercambia con él un naipe muy especial, arrebatándole para sí, aquél otro menos afortunado que, hemos de suponer que por una cuestión de suerte, éste mantiene en su mano, caracterizando, posiblemente, esas bajas pasiones a las que nacemos sujetos por impedimento de la carne. El cuatro de copas, la carta inefable, queda, pues, a buen recaudo en esa Caja de Pandora donde el propio Niño guarda con humildad todas las afecciones que aquejan al mundo, y le regala al estupefacto fraile un símbolo de sabiduría y de conocimiento, indicado por el cinco de oros marcado en la carta que le entrega.
Hubo un gran personaje de la literatura y la teosofía españolas, que allá por finales del siglo XIX y con motivo de cubrir la noticia de un eclipse, cuya visión sería especialmente relevante desde aquí, desde el Bierzo, profundizó en este antiguo misterio, relacionándolo con el Temple y la Rosa-Cruz, símbolo que, según su visión del tema, estaría conformado por ese cinco de oros y ese cuatro de copas. La persona a la que me refiero, no es otro que Mario Roso de Luna, y la experiencia del eclipse, unida a la extraordinaria historia y visión simbólica de este retablo, conforman los primeros capítulos de una obra realmente grandiosa, independientemente de que fuera escrita como novela de índole ocultista, que habrían de llevarle a realizar uno de los viajes más apasionantes por la geografía astur, evento al que él, en buena ley, denominó como un viaje por la Asturias tenebrosa: El tesoro de los lagos de Somiedo (1).
Puestos sobre aviso peregrinos y caminantes, es hora de volver a andar el camino recientemente desandado y afrontar con ojo avizor las múltiples maravillas que todavía aguardan algunos kilómetros más adelante, apenas recién cruzada la frontera con una de los provincias más carismáticas y mágicas de Galicia: Lugo.
(1) Por si alguien está interesado: Mario Roso de Luna, 'El tesoro de los lagos de Somiedo', Editorial Eyras, 1980.
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