Carrión de los Condes: iglesia de Santa María del Camino


'Pateant aures misericordie tue, quesumus, domine, precibus supplicantium beati Iacobi peregrinorum et ut petentibus...'
[Codex Calistino, oración por los peregrinos]

Para acercarse a una ciudad de tan antigua y rancia solera, como Carrión de los Condes, es necesario acudir, por lo pronto, a la opinión de Aymeric Picaud, y como aquél, intentar remontarse al siglo XII y concluir, cuando menos, que estamos a punto de entrar en una villa próspera y excelente, abundante en pan, vino, carne y todo tipo de productos. Si bien, de aquélla excelente villa que conociera Picaud -la romanizada Lacóbriga-, no han resistido, al menos en el estado original a como él los visitó, los principales monumentos que sus pies hollaron (1), no deja de ser cierto, y además todo un consuelo, al fin y al cabo, que la abundancia de pan, vino, carne y todo tipo de productos, hacen que el peregrino no sólo reponga fuerzas de la agotadora marcha seguida hasta entonces, sino también, que emprenda la persecución de las viejas glorias de Carrión con el ánimo reconfortado y la ilusión de vislumbrar, cuando menos, parte del mejor románico peninsular -sin menosprecio de dicho arte en el resto de las provincias- mientras se deja envolver por la magia de sus fascinantes leyendas medievales -como la de la mora Zuleima y sus desventurados amoríos con el rey Alfonso VII, o la determinación de la Venerable Madre María Luisa de la Ascensión, más conocida como la monja de Carrión, de quien la tradición dice que dominó al demonio que había entrado en el convento, es de suponer, que el de Santa Clara-, o quizás, yendo aún más lejos en la ensoñación y aguzando hasta el infinito el oído, se deje sorprender por los ecos de la antiquísima magia cabalística que brota hacia la medianoche del ladrillo cocido de las paredes de los oscuros callejones de lo que en tiempos fuera la importante aljama judía por la que anduvieron personajes como el Rabí Don Sem Tob (2), Sem Tob de Carrión o Sem Tob ibn Ardutiel. e incluso cristianos de rancio abolengo, como el Marqués de Santillana y piense, además, que el río que ahora lleva el mismo nombre que la ciudad, se llamaba, allá por los lejanos idus del siglo X, Nubis, prácticamente igual que el nombre de aquél oscuro y ctónico dios egipcio de cabeza de chacal que, como haría posteriormente el arcángel paladín de los cristianos, San Miguel, además de sojuzgar al Diablo, juzgaba y pesaba en el otro mundo los corazones de los difuntos.
Así es Carrión, y no obstante, sea como sea y habite de motu propio la magia particular en el corazón y en el pensamiento de cada uno, no deja de ser significativo y además parte responsable también que induce que tanto el peregrino como el visitante sientan deseos de profundizar más en el Arte, la Historia, las Tradiciones y el Misterio de Carrión, que el primer lugar memorable con el que se encuentran y en el que se detienen sin remisión, sea precisamente esta iglesia de Santa María del Camino. O de las Victorias, porque también aquí, como en Clavijo, tanto la iglesia como la hermosa talla gótica de la Virgen titular tan venerada por los peregrinos y llamada también de las Victorias, forman parte de un mito histórico, que al parecer, nunca sucedió en realidad, pero cuya persistencia en la memoria obliga a mencionar: el Tributo de las Cien Doncellas.
Parte de ese mito, que deja por los suelos la reputación del infortunado rey Mauregato, quizá esté contenido -al menos, en lo que se refiere a los toros enviados milagrosamente por la Virgen- en la fenomenal pero a la vez bastante deteriorada portada principal de una iglesia que se levantó a comienzos del siglo XII y en cuya ejecución y planta, comparables a Frómista y Jaca, según los expertos, se observan influencias escultóricas de origen hispano-languedociano. Si esto fuera cierto, no habría de sorprendernos en demasía la presencia, en un lateral, de un Caballero del Apocalipsis o Caballero Cygnatus, precursor de una revelación o cambio, que en el caso del Languedoc, tuvo como consecuencia la puesta en práctica de una espantosa cruzada entre cristianos.
Pero volviendo a la leyenda, siquiera sea a grosso modo y en relación a tan vergonzoso trato atribuido a un rey, Mauregato, que pasó sin pena ni gloria por los epopéyicos anales regios hispanos, correspondía a la ciudad de Carrión, la entrega de cuatro doncellas para el harém del Miramamolín musulmán; número significativo, al menos simbólicamente hablando, que vuelve a repetirse con el milagro de la Virgen y los cuatro toros que desarbolaron y pusieron en fuga a los supersticiosos moros cuando llegaron tan confiados a cobrarse el infame tributo. De hecho, en la portada principal -y aquí el romanticismo, parece olvidarse de la tremenda importancia de este animal, siempre presente en las más remotas tradiciones de las culturas del Norte- figuran, al menos, las cabezas de dos ellos, por debajo de un friso de excelente factura, donde, aparte de una más que meritoria representación de la Adoración de los Magos, los canteros recurrieron, así mismo, a la familiar temática de homenajear a los oficios, temática donde como referentes de calidad, se pueden citar, cuando menos, la portada de la cercana iglesia de Santiago o aquélla otra, maravillosa también, del templo existente en Revilla de Santullán y dedicado a las figuras de los gemelos -volvemos otra vez al simbolismo-, Cornelio y Cipriano.
Si bien es cierto, que el templo de Santa María se encuentra muy modificado, no es menos cierto, a su vez, que los objetos de culto que se custodian en su interior, no sólo han de sorprender por su simbolismo, sino también por su calidad. Entre ellos, y aparte de la magnífica talla de Santa María del Camino o de las Victorias, cabe mencionar el excelente Retablo Mayor, obra de 1684, atribuida a Santiago Carnicero, con esculturas de Juan de Ávila; el magnífico sepulcro del noble y licenciado Juan de Paz, que por su estatura y semblante recuerda a aquéllos imponente jueces castellanos y la pieza fundamental, que no mucha gente conoce y que entronca con otro lugar fascinante del Camino de Santiago, como es Puente la Reina: su Cristo renano del siglo XIV, crucificado sobre una pata de oca. Pero éste, bien vale por sí mismo una próxima entrada.


 
(1) Esto se hace más evidente, sobre todo en lo que respecta al que una vez fuera uno de los principales monasterios de la Península, el de San Zoilo, creado, junto con el de San Facundo, de Sahagún, mediante la política europeísta del rey Alfonso VI.
(2) Parte de su obra, la rememora Mario Roso de Luna en el relato esotérico que lleva por título 'La demanda del Santo Grial', relato que forma parte de la recopilación editada en 1923 en Madrid, por la Editorial Pueyo, titulada 'El Árbol de las Hespérides', cuando, al comienzo de la Segunda Parte y hablando de don Ginés de Lara, el último templario del monasterio soriano de Santo Polo, refiere parte del poema titulado Consejos et documentos al rey Don Pedro I de Castilla: 'Señor-rey, noble y alto, / oyd este sermón / que vos dice Dom Santo, judío de Carrión: / Non val el azar menos / por nascer en vil nido / nin los exiemplos buenos /por los desir judío...

Comentarios

Syr ha dicho que…
Importante el dato que apuntas sobre cómo la interpretación popular, ha relacionado la representación del episodio de la Matanza de los Inocentes esculpida en la parte superior del arco de la portada, con el legendario episodio de la entrega de doncellas cristianas durante el dominio musulmán.

Un abrazo
juancar347 ha dicho que…
Como bien sabes, Syr, lo popular siempre ha sido, si no el más fiel, sí al menos el más persistente guardián de los viejos mitos. No es extraño que con el trasiego de peregrinos, y por lo tanto también de culturas, los mitos vengan y vayan y sufran alteraciones. Pero en el fondo, siempre tienen su punto de verdad. El verdadero misterio está en poder llegar a conocerlo un día. Un fuerte abrazo

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