El misterio de la Virgen minera de Almadén
A lo largo de los siglos, la figura virginal de María, siempre ha estado rodeada de un fascinante halo de controversia, misterio y fenómenos paranormales –apariciones y milagros- que han hecho de su figura, después de todo, uno de los grandes pilares del Cristianismos.
No cabe duda, tampoco, que desde los primeros tiempos de evangelización, la Península Ibérica, posiblemente por predisposición, ha sido considerada, con todo merecimiento, como un bastión eminentemente mariano.
Lo cual no deja de ser, en el fondo, una conveniente continuidad de los viejos cultos de índole matriarcal, donde Ataecina, Ceres, Cibeles o Diana atraían la atención de culto de los viejos pueblos que desde el más remoto pasado de asentaron.
Recientemente, tuve la oportunidad de viajar a un lugar de La Mancha, de cuyo –a diferencia de Don Miguel de Cervantes y rompiendo moldes por primera vez- yo sí quiero acordarme: Almadén.
Podría decirse, para entendernos, aún dentro del resbaladizo mundo de las comparaciones, que Almadén es a la minería lo que Disneylandia a Florida. En el año 2005, su importante explotación minera, especialmente dedicada a la extracción de un material eminentemente peligroso si no es manejado con cuidado –el mercurio- cerró definitivamente las puertas a la industria, pasando a convertirse en lugar de interés para el recuerdo. O lo que es lo mismo: un centro de turismo histórico, declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Si bien, apenas una de las veintiséis plantas son visitables –en parte, porque prácticamente todas, una vez desconectadas las máquinas extractoras de agua, están completamente inundadas- es más que suficiente, se lo aseguro, para hacerse una ligera idea de lo que es en realidad una mina y lo que puede llegar a ser trabajar en ella.
No es de extrañar –y a las críticas estadísticas de fallecimientos me remito- que los mineros, aún los más aguerridos, pusieran su vida y parte de su sentimiento en manos de la Divinidad, cada vez que entraban de turno y descendían a sus entrañas. Por eso mismo, tampoco es de extrañar, de que en una humilde hornacina de una humilde galería, se encuentre una no menos humilde capilla y una imagen mariana, que si bien su antigüedad no es venerable, como la de las viejas vírgenes románico-góticas que tanto abundan en nuestro país, puede decirse, al menos, que cuenta con una edad, cuando menos octogenaria. Artísticamente, tampoco la imagen tiene mucho interés: no deja de ser una humilde figura mariana, de las muchas que la industria del molde hizo para un populacho que, según los elementos fácticos de diferentes épocas, necesitaba el aceite de ricino del garrote y el catecismo.
Pero, créanlo o no, esa imagen tan humilde, esa imagen sin apenas valor artístico, esa imagen realizada bajo las frías reseñas de un molde, es una imagen no sólo singular, sino también única. Generalmente y así tuve ocasión de comprobarlo, la gente que visita la galería donde se encuentra, no lo advierte. Ahora bien, una persona observadora, no tardará en percatarse del detalle que la hace eminentemente especial: su mano izquierda tiene un defecto realmente peculiar, pues en lugar de cinco –considérelo el que quiera defecto de fábrica- tiene seis dedos.
Si alguien no lo cree, además de la fotografía que muestro en el presente post, puede ir a la mina de Almadén y comprobarlo por sí mismo. Pero si lo hace, también le pongo delante una advertencia: el minero es persona complaciente, pero de terribles reacciones cuando le tocan la fibra. Y esa imagen, se lo aseguro, forma parte de la fibra más profunda de los mineros de Almadén.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.
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