domingo, 20 de abril de 2008

Bienvenidos a Shangri-Lá




'Continuamos sentados durante largo rato en silencio, y entonces hablé de Conway tal como yo lo recordaba, pueril y encantador..., de la guerra que lo había alterado y de tantos misterios del tiempo, de la edad, y del espíritu, y de la pequeña manchú, que era tan vieja, y de aquél extraño sueño de la Luna Azul.
- ¿Tú crees que habrá llegado a su destino? -pregunté.
[James Hilton: 'Horizonte Perdidos', 1933]

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En 1933, se produjo un acontecimiento en Europa, que habría de cambiar la Historia del Mundo. Adolf Hitler, un veterano de la que en 1918 se consideró como 'la última de las grandes guerras', logró alzarse con el poder en Alemania, liderando un partido político que no tardaría en hacerse tristemente famoso, por su racismo y crueldad: el Partido Nacionalsocialista.

En Hollywood todavía no lo sabían, pero ese mismo año, causalmente, un escritor británico -sin duda alguna miembro de la Fraternidad del Camino, de la que muchos son los llamados pero pocos los elegidos- vio uno de sus sueños hechos realidad. Se llamaba James Hilton.

Cuatro años después, en 1937 -el mundo atravesaba por un periodo de oscurantismo, con la quema de libros; el advenimiento de los nacionalismos; las revoluciones; las políticas expansionistas y el futuro se preveía turbulento y sombrío- un por entonces humilde director de cine, llamado Frank Capra, compraba los derechos de la novela y presentaba un esperanzador alegato, ofreciendo en la gran pantalla la película 'Horizontes perdidos'. A través suyo, el mundo conoció la historia de Robert Conway, y oyó hablar por primera vez de Shangri-Lá, el Valle de la Luna Azul.

Apenas dos años después del estreno, y a pesar del buen sabor de boca que ésta entrañable película dejó en los espectadores, el mundo no volvió a preguntarse si Robert Conway -habiendo pagado con creces una desafortunada decisión- llegó por fin a su destino. El mundo, a pesar de la chispa prendida en el corazón de muchos caminantes, no tenía tiempo para Shangri-Lá; ni tampoco para paraísos perdidos. La luna no era en modo alguno azul, sino que reflejaba el rojo violento de los incendios que los bombardeos aéreos dejaban en ciudades como Varsovia, Londres o Berlín. La utopía creada por el padre Perrault, el longevo sacerdote humanista que una vez soñó que la Paz era posible en el mundo, yacía, quizás, en abismos semejantes a aquellos otros a donde iban a parar los buques hundidos en el Atlántico por las manadas de submarinos del III Reich.

Shangri-Lá, pues, dejó momentáneamente de existir, mientras el mundo se envolvía, cada vez más, en una hecatombre de sangre y fuego.

Ahora bien, ¿existió alguna vez Shangri-Lá?. De lo que no cabe duda, es de que Hilton, para ambientar su sueño y darle visos de realidad, se inspiró en relatos de viajeros, basados en antiguas tradiciones orientales sobre Shambhalla, que se transmitían oralmente al calor de las hogueras en algunas regiones del Himalaya; o al amparo de las estrellas en los más recónditos confines del desierto de Gobi; o atesoradas por los más viejos del lugar, en los pueblos de las heladas estepas siberianas, donde los Viejos Creyentes hablaban entre susurros del maravilloso mundo de Belovodye.

No obstante, antes y durante los terribles e interminables años de contienda, hubo episodios que volvieron a traer a la memoria de los hombres ese mito idílico que -por alguna razón que sólo se puede entender si se cree en la Magia- se obstinaba en desaparecer.

No fueron pocos los soldados de todos los bandos beligerantes, los que recordaban Shangri-Lá, aunque de sus labios brotaba esa añoranza oculta en forma de nombre de mujer: Lili Marleen. Y la luz mortecina pero limpia del farol donde el soldado esperaba encontrar siempre a su amada, se convirtió en alegoría simbólica de aquél otro faro sobrenatural que, desde la Torre de Shambhalla -cuenta la leyenda- el Rey del Mundo envía destellos de Amor y Sabiduría a los cuatro puntos cardinales.

Algunos veían la Luz desde el barracón más sombrío de un campo de concentración japonés en lo más impenetrable de la jungla de Birmania; otros, imaginaban verla por la rendija de la puerta de los siniestros barracones donde se ocultaban las cámaras de gas. Aún otros, posiblemente los más, la veía, segundos antes de expirar, al final de un largo, oscuro túnel. Muchos, se mantenían con un ojo avizor desde el rincón más profundo de la trinchera, y en ocasiones lo confundían con las bengalas que se lanzaban desde las líneas enemigas. Y cuando éstas tocaban otra vez tierra y se apagaban, parecía que daban por válida la consigna de Erich María Remarque cuando proclamaba aquello de 'sin novedad en el frente'.

¿Realidad o ficción?.

Lo cierto, es que los nazis buscaron Shangri-Lá en las frías mesetas del Tíbet; ases norteamericanos de la aviación, como el capitán Don S. Gentile, lo pasearon por los cielos de media Europa, dibujado en la carlinga de su avión. Incluso hubo algunos aviadores que, derribados en las cercanías de un lamasterio tibetano, contaban -al volver felizmente repatriados a casa- extrañas historias acerca de un personaje tan singular como el mito de Shangri-Lá: el no menos enigmático conde de Saint-Germain, una especie de Judío Errante, inmortal, que en el siglo XVII sorprendió a las principales Cortes europeas afirmando haber conocido a Jesús.

Lo maravilloso, pues, parecía negarse a desaparecer. Y lo hacía con pequeños detalles; con rumores e incertidumbres. Pero sobre todo, con Sueños. Hubo mucha gente que un día, sin premeditación, planificación o alevosía, se calzó de buena gana unas zapatillas de deporte y echó a andar, con la única intención de encontrar ese escurridizo manantial de donde manan todos los Sueños.

¿Fue Robert Conway el primero de ellos?. Nadie lo sabe a ciencia cierta, aunque hubo un hombre notable de origen ruso, que se le adelantó por pocos años: se llamaba Nicolás Roerich. A mi, particularmente, no me cabe ninguna duda de que tanto Conway como Roerich, encontraron al fin su Shangri-Lá. Vaya, no obstante el presente blog, dedicado a Robert Conway, a Nicolás Roerich y a todos aquellos -incluido el que suspira, ¡perdón!, el que suscribe- que un día también se calzaron las zapatillas de deporte e iniciaron su particular búsqueda de Shangri-Lá.

Este blog, pues, está especialmente dedicado a la Fraternidad del Camino. Como en la película de Capra, brindo aquí porque todos encontremos algún día lo que realmente estamos buscando, incluidos aquellos que, por las circunstancias que fueren, se quedaron atrás en el Camino, olvidándose momentáneamente de Soñar.