jueves, 16 de julio de 2009

Jaca y Navarra

Etapa II
Primera Parte
Santa Cruz de la Serós

A escasos kilómetros de Jaca, y anclada como un arca bíblica entre la Sierra de San Juan de la Peña y la ribera izquierda del río Aragón, el pueblecito de Santa Cruz de la Serós recibe -engalanado de una historia que se remonta, cuando menos, a los albores del siglo XI- a visitantes y peregrinos que en su largo deambular por el Camino de las Estrellas, encaminan sus pasos hacia el cercano monasterio de San Juan de la Peña.
Apartando por un tiempo de la mente los sueños griálicos sobre los que levitan con frágil estabilidad la avidez, el deseo, la especulación y la ignorancia de los hombres, este pueblecito de la serranía jaquense, distante apenas una cincuentena de kilómetros de la frontera natural con Francia, y por lo tanto, con el hermano Camino de las Estrellas francés, sorprende, apenas se pone los pies en él, con una arquitectura característica y montañesa, en cuyos tejados destaca -como la luz de la luciérnaga en la oscuridad- la peculiar forma de sus chimeneas troncocónicas, popularmente conocidas como espanta brujas. Y es que la magia, la brujería y sobre todo los hechizos, son una constante en la riqueza folklórica aragonesa, a la que se suma la exhuberante belleza de sus parajes, así como también, la rica y variada gama de monumentos histórico-artísticos que jalonan una región cargada de Historia y de recuerdos.
Prueba de lo que digo, así como del hechizo que obnuvila al visitante -incluso cuando todavía está acercándose- es la monumental iglesia que en tiempos perteneció al Monasterio conocido como de Santa María. Y hablando de hechizos, no deja de ser un inolvidable sortilegio, contemplar precisamente la alta, estilizada silueta de ésta auténtica joya del románico jaqués, desde la terraza del Hostal Santa Cruz, situada justo enfrente, mientras se paladea con auténtica gula una jugosa rebanada de pan tostado bien untada de aceite, y se saborea un café cuya leche parece haber sido recién ordeñada.
Observar el griterío -no de los niños, que a pesar de ser las diez de la mañana, parecen continuar durmiendo, nadie más que ellos, el sueño de los justos- sino de las docenas o quizás centenas -y no exagero- de golondrinas que evolucionan rápida, alegremente alrededor de la alta torre escalonada.
Un vecino bebiendo un largo trago del agua fresca de la fuente que se localiza en la plazuela, mientras otro encamina sus pasos entre bostezos hacia la tienda de artesanía regional situada en la cuesta, un poco por encima de la iglesia y el humo de varias chimeneas, de varias espanta brujas tradicionales, coronadas por una cruz de piedra, ascendiendo perezosamente hacia un cielo azul que, aunque muestra algunas legañas en forma de nube, amenaza, no obstante, con no ser obstáculo alguno para un sol que en lo más alto, augura un día caluroso y a la vez espléndido.
Estampas de pueblo, que en nada desmerecen con un lugar que, tradicionalmente, está considerado como la antesala del monasterio de San Juan de la Peña. Un lugar, que allá por el siglo XI, como decía al principio, nació y creció a la sombra de dos importantes monasterios -San Juan de la Peña y Santa María- y que debe su nombre, de la Serós, a la importante comunidad religiosa femenina que se desarrolló en éste último.
Salvo la iglesia, no queda rastro alguno del antiguo cenobio, aunque sí huellas de hermanamiento cultual que relacionan al pueblo con otras provincias, si tenemos en cuenta a otra no menos peculiar ermita, situada a la entrada de éste, junto a la carretera que, perdiéndose en la montaña, asciende hasta el monasterio de San Juan de la Peña: la ermita de San Caprasio, también del siglo XI.
Llama poderosamente la atención el nombre de éste santo -San Caprasio o San Cabra- no demasiado valorado -por no decir, querido- en el seno ortodoxo de la Iglesia, cuya ermita, de ábside pequeño y semicircular, una sola planta y variantes de origen lombardo, recuerda, inmediatamente, las ruinas del cenobio de igual nombre, que se localizan en la localidad soriana de Suellacabras.


Santa Cruz de la Serós: iglesia del Monasterio de Santa María (siglo XI)

En la iglesia de Santa María tenemos, sin duda, uno de los edificios más emblemáticos e importantes del románico oscense. Su perfil, definido por una torre de remate octogonal, recuerda, en parte -ojo, digo en parte- la forma de otros edificios, como la iglesia de San Miguel de Lillo, joya, también, del prerrománico asturiano. Su historia, que se remonta a los nebulosos idus del siglo XI, está asociada con figuras importantes de la realeza de la época, contando con el mecenazgo de doña Sancha, hija del rey Ramiro I, quien ingresó en el cenobio en 1070, al enviudar de Armengol III de Urgel. Con ella, ingresaron también su hermanas doña Urraca y doña Sancha, detalle significativo por el que se puede entender la protección y las generosas contribuciones de la familia real a la congregación religiosa establecida en el lugar, situado a la vera de un importante monasterio: San Juan de la Peña.

Declarada con todo merecimiento Monumento Histórico-Artístico, llama la atención su espléndido pórtico, en el que se pueden apreciar, entre otros numerosos detalles, dos curiosas inscripciones, cuyo mensaje evangélico está directamente relacionado con el Camino de las Estrellas.

Ambas inscripciones, se encuentran localizadas en el dintel del pórtico principal, la primera y en el círculo del crismón, la segunda. Su contenido, es el siguiente:

'Corrígete antes de invocar a Cristo'.

'Yo soy la Puerta fácil, entrad por mi, fieles. Yo soy la Fuente de la Vida, tened sed de mi más que de vinos. Todos los que penetréis en este templo bienaventurado de la Virgen'.

Santa Cruz de la Serós: ermita de San Caprasio (siglo XI)

De igual manera que ocurrió en tiempos con la iglesia de Santa María, la ermita de San Caprasio constituye en la actualidad la única construcción superviviente de un cenobio religioso, aunque en este caso, de índole masculino.

Los historiadores tienden a considerar a ésta ermita, como parte de lo que se puede denominar como el primer románico de origen lombardo introducido en la Península a través de los condados catalanes, algo natural, en definitiva, si tenemos en cuenta la escasa distancia que existe entre Santa Cruz de la Serós y la frontera francesa, situada a apenas unos cuarenta kilómetros de distancia.

Por otra parte, al referirnos a ésta curiosa ermita de San Caprasio, hablamos, a priori, de un edificio pequeño, sin ornamentación, ni aparentemente huellas de marcas de cantería que puedan indicarnos alguna pista acerca del gremio que trabajó en la zona, que se compone de una sencilla nave con dos tramos y un pequeño ábside semicircular.

Su interior, austero donde los haya, muestra una pequeña pila de agua bendita, adosada a la pared, en el lado izquierdo de la puerta. Su único, escueto mobiliario, consiste en dos bancos de madera, que se encuentran situados a ambos lados del altar de piedra, sin relieve aunque posiblemente original. Por detrás de éste, y hacia el centro, coincidiendo con el estrecho ventanal, una pequeña repisa escalonada soporta el peso de una estatua policromada -posiblemente de madera- que representa al santo. La túnica, así como la toga que viste, denotan un atuendo de probable influencia romana; en su mano izquierda, porta lo que podría considerarse su atributo: una pluma.

La peculiaridad de este santo, aparte del nombre -San Caprasio o San Cabra, ya mencionado por muchos autores en el pasado, como Juan García Atienza- es que es poco conocido en la Península, y que yo sepa, su culto sólo se localiza en otra región; concretamente en Soria, en el pueblecito de Suellacabras -aquí el paralelismo con el nombre supongo que tiene mucho que decir- cercano a las localidades de Renieblas y Almajano.

A diferencia del San Caprasio jaqués, del San Caprasio soriano existe una figur -recuperada de las ruinas de su ermita-cenobio y actualmente conservada en la ermita de la Virgen de la Blanca- que lo representa con los atributos de obispo, incluídos unos guanteletes negros.

Como hecho significativo también a destacar, añadir que junto la ermita de San Caprasio, en Santa Cruz de la Serós, hay un pozo, que bien pudiera señalar la existenci, en el pasado, de algún dolmen u orientar hacia la posible hipótesis de que tal vez en el lugar se desarrollaran cultos anteriores al Cristianismo, y por lo tanto paganos, que fueron reemplazados con el tiempo.

Añadir, por último, que no es el primer caso de hermanamiento cultual con otra región, pues, como veremos más adelante, en Puente la Reina, la iglesia de Santiago queda igualmente hermanada con la localidad segoviana de Santa María la Real de Nieva, a través de la Virgen de Soterraña, aunque con algunas curiosas diferencias a destacar.