Menos
conocida que la cripta de la catedral de la Almudena, pero siguiendo similares
patrones neorrománicos que
conformaron parte de los gustos o modas, elíjase lo que se prefiera, que
imperaron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, de los que, como
ya se aventuró en la anterior entrada, fue en buena parte responsable el famoso
arquitecto y restaurador francés Violet le Duc, la iglesia de San Manuel y de
San Benito, es un hermoso compendio arquitectónico, que merece la pena conocer.
Situada entre la calle Columela y la concurrida calle de Alcalá –justo enfrente
del Parque del Retiro, no muy lejos del lugar donde se conserva parte de la
portada y del ábside de la iglesia románica avulense de San Isidoro y algunos
metros por encima de la archi-conocida Puerta de Alcalá-, los orígenes de este
fascinante templo, hemos de situarlos entre los años 1902 y 1910, siendo los
mecenas el empresario catalán Manuel Caviggioli y su esposa Benita Maurici, de
cuyos nombres le viene la advocación y cuyos cuerpos reposan en la capilla de
la Epístola.
Residencia e iglesia de los Padres Agustinos –recuérdese, que el
fundador, San Agustín, ejerciendo las funciones de evangelizador en la brumosa
Bretaña, se le recomendó papalmente
destruir los ídolos paganos pero conservar los templos para readaptarlos al
culto cristiano-, fue realizada por el arquitecto que también acometió otra
notable obra neorrománica –o neo-bizantina, como se prefiera-, como es el
Panteón de Hombres Ilustres, situado en la Basílica de Nuestra Señora de
Atocha, cuya imagen, al contrario que la de la Almudena, sí es original y
conserva prácticamente intactos sus negros
atributos, incluida la manzana: Fernando Arbós y Tremanti. Por su aspecto,
recuerda los fastuosos templos bizantinos que dieron fama a Constantinopla, la
que fuera la capital indiscutible del Imperio Romano de Oriente, en lo que hoy
es la actual Turquía. Tal vez se deba, precisamente a las corrientes
mahometanas, el modelo para los minaretes que acompañan a una cúpula que se
eleva sobre cuatro pechinas, las cuales, simbólicamente, representan a los cuatro
evangelistas. La torre, no obstante y según los expertos, reproduce modelos
italianos y aunque de hermosa factura, qué duda cabe, parece restar al
conjunto, parte de esa magia oriental que se aprecia mejor cuando la alcanzan
los rayos del sol y en cuyos ornamentos no falta la presencia de lejanos
arquetipos simbólicos, como el Sello de Salomón.