lunes, 7 de diciembre de 2015

La iglesia de San Manuel y San Benito


Menos conocida que la cripta de la catedral de la Almudena, pero siguiendo similares patrones neorrománicos que conformaron parte de los gustos o modas, elíjase lo que se prefiera, que imperaron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, de los que, como ya se aventuró en la anterior entrada, fue en buena parte responsable el famoso arquitecto y restaurador francés Violet le Duc, la iglesia de San Manuel y de San Benito, es un hermoso compendio arquitectónico, que merece la pena conocer. Situada entre la calle Columela y la concurrida calle de Alcalá –justo enfrente del Parque del Retiro, no muy lejos del lugar donde se conserva parte de la portada y del ábside de la iglesia románica avulense de San Isidoro y algunos metros por encima de la archi-conocida Puerta de Alcalá-, los orígenes de este fascinante templo, hemos de situarlos entre los años 1902 y 1910, siendo los mecenas el empresario catalán Manuel Caviggioli y su esposa Benita Maurici, de cuyos nombres le viene la advocación y cuyos cuerpos reposan en la capilla de la Epístola. 

Residencia e iglesia de los Padres Agustinos –recuérdese, que el fundador, San Agustín, ejerciendo las funciones de evangelizador en la brumosa Bretaña, se le recomendó papalmente destruir los ídolos paganos pero conservar los templos para readaptarlos al culto cristiano-, fue realizada por el arquitecto que también acometió otra notable obra neorrománica –o neo-bizantina, como se prefiera-, como es el Panteón de Hombres Ilustres, situado en la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, cuya imagen, al contrario que la de la Almudena, sí es original y conserva prácticamente intactos sus negros atributos, incluida la manzana: Fernando Arbós y Tremanti. Por su aspecto, recuerda los fastuosos templos bizantinos que dieron fama a Constantinopla, la que fuera la capital indiscutible del Imperio Romano de Oriente, en lo que hoy es la actual Turquía. Tal vez se deba, precisamente a las corrientes mahometanas, el modelo para los minaretes que acompañan a una cúpula que se eleva sobre cuatro pechinas, las cuales, simbólicamente, representan a los cuatro evangelistas. La torre, no obstante y según los expertos, reproduce modelos italianos y aunque de hermosa factura, qué duda cabe, parece restar al conjunto, parte de esa magia oriental que se aprecia mejor cuando la alcanzan los rayos del sol y en cuyos ornamentos no falta la presencia de lejanos arquetipos simbólicos, como el Sello de Salomón.