'Los agujeros negros del universo no son nada comparados con los agujeros negros de nuestro pasado'
[Peter Kingsley (1)]
Menos
conocido fuera de su ámbito provinciano y eclipsado, en parte, por la meritoria
dramaturgia de Lope de Vega y su famoso, audaz y desdichado caballero, la
medieval Villa de los Siete Sietes, Olmedo
esconde un tesoro mariano –aparte del tesoro mudéjar de su románico, estilo al
que ha dedicado un meritorio Parque Temático-, que si bien su historia
conocida pretende remontarse a esos episodios milagreros y propagandísticos que
la diplomacia cristiana supo tan bien aprovechar en su favor en ese turbio
periodo de la Historia conocido como Reconquista, el hilo de Ariadna de sus antecedentes conducen, inevitablemente, a
esos oscuros laberintos mistéricos celtas y al eco cavernario –siempre presente,
a pesar de los esfuerzos por silenciarlo de los Primeros Padres de la Iglesia- de
la Gran Madre: el santuario de la
Soterraña. No deja de ser un hecho significativo, además, la existencia de tres
santuarios dedicados a ésta figura de la Soterraña –o Virgine pariturae, como la denominaban los celtas, sobre cuyas
grutas se elevaron no pocas catedrales- en tres comunidades vecinas que, sobre
el mapa y de igual modo que los antiguos santuarios pre-cristianos –si hemos de
tomar en consideración, parte las interesantes investigaciones de Eslava Galán,
referidas a santuarios jiennenses similares-, forman un singular triángulo,
como el manto o velo isíaco, que
suele caracterizar algunas de las imágenes más significativas, como son el
Pilar y Covadonga: ésta Soterraña de Olmedo; la Soterraña que ocupa el altar
mayor de la iglesia basilical de San Vicente, en Ávila capital y aquélla otra, deliciosamente tostada por el sol, que
vela en soledad –eso sí, custodiada por unas formidables pinturas de San
Cristóbal- en lo más recóndito de la iglesia de Santa María la Real, en Nieva,
Segovia, figura ésta última que, curiosamente, se encuentra hermanada con otra Soterraña –imagen más
moderna y blanca, no obstante-, que se localiza en el interior de la iglesia de
San Pedro -a escasos metros de distancia de la iglesia templaria de Santa María
dels Horzs, también conocida como del Crucifijo por la forma de pata de
oca de la cruz del Cristo renano que custodia en su interior- situada en esa
localidad navarra donde se juntan los caminos y donde hace tiempo que no se
tiene noticia de ese carismático y bienhechor pájaro txori que cada mañana acudía a limpiar el rostro de la Virgen que
había junto al puente con lomo de asno levantado en el siglo XI para que los
peregrinos pudieran atravesar el río Arga: Puente la Reina.
Anexa al ábside de
la iglesia mudéjar de San Miguel -segundo Patrón de la ciudad, y dotada de un
ábside que presenta la extraña particularidad de tener canecillos labrados-
junto a la puerta y las murallas que llevan el nombre de dicho arcángel, sobre
la cripta donde se conserva la imagen románica de la titular, del siglo XIII y
posible sustituta de otra anterior, y el pozo asociado, también relacionado con
la conquista del lugar por el rey Alfonso VI –remedo, tal vez, de la visión de
Constantino, pues según la leyenda la Soterraña se le apareció para decirle que
ganaría la batalla contra los musulmanes que resistían en la ciudad-, una
capilla -probablemente levantada en el siglo XVII cuando, según las crónicas,
la imagen fue trasladada de su lugar en el altar mayor de la iglesia-, llama
poderosamente la atención, por su forma octogonal. Una forma, o mejor dicho, la
recuperación de un modelo de arquitectura que, por algún motivo indeterminado,
tuvo cierta proliferación en este siglo y que, según se puede constatar en
muchos de los casos –Almazán, Briones, etc- alberga Cristos o imágenes marianas
con fama de muy milagreros. A dicha cripta –como en el caso de la iglesia de
Santiago, en la población zaragozana de Luna, que alberga una notable y
misteriosa imagen de la Virgen del Alba-, se accede desde el altar mayor
de la iglesia, observándose, en el lateral derecho del túnel y cerrado a cal y
canto, el pozo del milagro –como sucede en algunos templos dedicados a una
extraña santa, Marina, siendo de interés el que se localiza en la población
orensana de Santa Mariña de Augas Santas, o incluso, no dejan de llamar la
atención los frescos donde se representa a esta santa con el dragón a sus pies,
como se puede comprobar en Madrid, en el antiguo monasterio de San Jerónimo el
Real, junto al Museo del Prado-, que dan acceso a una capilla, profusamente
decorada con un sinfín de barroquismos, entre
las que no faltan las alusiones a los hombres-verdes de las tradiciones celtas
o a santos de carácter mistérico, como aquél supuesto evangelizador de la India
y figura muy venerada en el santoral templario, que es San Bartolomé.
(1) Peter Kingsley: 'En los oscuros lugares del saber', Ediciones Atalanta, S.L., 3ª edición, Girona, 2010, página 58.