lunes, 16 de mayo de 2011

Pueblos del Camino: Burguete

No puedo evitar dejarme llevar por una tibia sensación de romántica ensoñación cuando recuerdo mi breve, pero a la vez intensa permanencia en Roncesvalles y su entorno. Burguete es un pueblecito que, situado a la exigüa distancia de un kilómetro, nació a la vera de la comunidad religiosa, la hospedería, el hospital y los cientos de peregrinos que, procedentes de allende los Pirineos, hallaban un lugar en el que reposar de la fatiga y avanzar con esperanza e ilusión en dirección, supongo, al confín de un Mito universal.

El estilo carolingio de sus casas, de tejados picudos y agujas apuntando al sol consigue transmitir el curioso efecto de que el tiempo, cuando no el destino -como cantara aquél jovencísimo Adamo- parecen haberse detenido, hasta el punto de que se tiene la impresión de ver salir a Gretel o a Hamsel de esa casona centenaria cubierta de enredaderas, como el palacio encantado de la Bella Durmiente, situada en la calle principal. Y tras ellos, a una bandada de ocas cantarinas.

Los haces de leña, apilados en las esquinas de las casas; la ropa tendida en el balcón, tibia por el sol de la tarde y levemente mecida cual banderolas de paz por la suave brisa; las primeras amapolas brotando de un mullido colchón de tentadoras esmeraldas; los peregrinos que enfilan el camino del horizonte, recuperados de las difíciles pruebas del puerto de Ibañeta; el tractor aparcado en la puerta del zaguán, respetando mohíno el día de fiesta. Y sobre todo, el Color; Burguete es un pueblo donde el Color es un Espíritu elemental que derrocha energía por las cuatro esquinas.

Sí, ¡qué gran sensación de paz, qué intensa emoción me embargó paseando por sus calles!.

Recuerdos de peregrino, escritos en Madrid en el día de la fecha, pero soñados en Burguete el domingo 17 de abril del año en curso.