domingo, 23 de septiembre de 2012

Peregrino en Luarca



Dentro del Camino Norte que recorre la costa asturiana, hay una pequeña perla conocida por todos los peregrinos que siguen este precioso sendero en su rumbo hacia el Oeste. Se trata de una ciudad muy especial para mí, pues no en vano, de sus cercanías son mis raíces paternas, y siento su singular hechizo desde aquellos felices y lejanos tiempos de infancia, en los que pasaba largas temporadas estivales. Hace unos días, he tenido la oportunidad -después de algún tiempo de sentirme atrapado por la venenosa morriña inoculada por ese pérfido y traidor demonio Meridiano, que me hizo recordarla con añoranza, quizás por segunda vez en poco tiempo en las páginas de este peregrino blog- de volver a los caminos astures y dar rienda suelta, entre otros rumbos, a ese caprichoso placer, a ese placentero derroche existencial, de hacer magia con el tiempo, sin importar otra cosa que rememorar aquél pasado feliz, no obstante con paseos y ojos del presente.
Con ojos del presente, siempre recomendaré empezar la visita por su parte alta; aquélla donde la visión de la ciudad, ofrece a los ojos del visitante, un pequeño jardín de cielo firmemente amarrado en la tierra; donde se sitúa el faro, guía talismán de marineros, delator de ventolines, espumeros y sirenas en las negras noches sin luna; el cementerio, considerado como uno de los más hermosos del mundo, con sus ilustres moradores y las blancas sepulturas, siempre mirando al mar, con sus cruces florecidas que semejan navíos élficos con las velas desplegadas apuntando hacia las eternas brumas del ocaso, hacia ese lugar al que se dirigían los antiguos peregrinos, situado siempre hacia el Oeste, hacia los estigios confines del Finis Terrae; y la ermita más marinera y venerada de los contornos: la de la Virgen Blanca y el Cristo Nazareno, en cuyo Retablo Mayor se puede admirar una auténtica obra de Arte, preciosa y románica, de los confines, nada despreciables, de esos oscuros siglos XII-XIII, que representa a la Madre de la Madre, o lo que es lo mismo, una Santa Ana que protege en su regazo a la Hija y al Nieto.
Creo firmemente que, si iniciamos nuestro viaje de esta manera, podremos llegar a entender, con el alma abierta a la poesía, aquélla cancioncilla tradicional, que describe a Luarca como un balanceo de cuna mirando al mar. Un mar, del que cuenta una de las versiones de la Leyenda, que llegó el Arca Santa con las Reliquias que trajo Santo Toribio de Jerusalén, y que, permaneciendo ocultas en la cima del Monsacro, se velan y custodian en la catedral de Oviedo. Un mar, el Cantábrico, por el que debieron arribar, también, parte de esos invasores celtas que trajeron consigo una cultura y unos dioses, entre los que figura el que quizás sea el más enigmático de todos, pero cuyo nombre fue raíz y árbol de vida en la fundación de numerosas ciudades: Lug. ¿Serán imaginaciones mias, o encuentro cierta relación entre ambas cosas, Arca y Lug, Lugarca?. Arca, como denominan los vecinos gallegos a los dólmenes, pues no en vano, fue precisamente aquí, en el Norte, y allá, en el Levante, donde se desarrolló con más intensidad la extraordinaria cultura megalítica peninsular.



Muchos son los hostales de acogida, tanto de turistas como de peregrinos, una vez desaparecido, hace siglos, el hospital que los templarios tenían en la Villa. Hay quien dice, que éste estuvo situado en el lugar que ocupa hoy la iglesia de Santa Eulalia que, aunque ya no lo parezca ni remotamente, sus orígenes se remontan al año 912 en que fue donada a la iglesia de Oviedo, por el rey Fruela II. Otros, por contra, tienden a situarlo en el número 10 de la Plaza, alli donde se localiza el Ayuntamiento; pero si uno se entretiene en buscar este misterioso número diez y ver en qué se ha convertido en la actualidad el fenecido hospital de los fratres milites, observará, cariacontecido, que el número diez no existe, por lo que puede que sospeche de ese edificio en cuya fachada se ven los número 9 y 11, como el dragón que terminó devorándolo en algún ignoto momento histórico.
Sí existe, por fortuna, esa tiendecilla de paredes blancas -no muy lejos del viejo quiosco de Herminia-, cuya esquina semeja la cabina de mando de un barquito pesquero, en la que me compraron mi primer flotador; un flotador que semejaba un caballito de mar, con el que desafiaba las olas cargadas de algas que a veces, airado, Neptuno enviaba contra la playa de las Salinas y sus bañistas.
Detrás de la iglesia, aunque algo más arriba, en la Plaza de la Constitución, todavía se conserva un curioso escudo, de esos de edad indefinida y cabalística simbología, en el que se aprecia a un personaje con las manos atadas a la espalda y a la vez una cuerda alrededor de su cuello, atada a un árbol. Y me pregunto, si quizás pertenece a una de las familias más ilustres del Concejo de Valdés: los Villa de Moros. Valdés, un apellido que, procedente de Inglaterra -según Tirso de Avilés (1)-, tuvo a uno de sus ilustres miembros como señor de Beleña. Y yo me vuelvo a preguntar, si quizás este lugar de Beleña no sea otro que aquélla de Sorbe, sita en la mesetaria provincia de Guadalajara, famosa, entre otras cosas, por el fantástico calendario agrícola que se muestra en su bizantina iglesia. Aunque, quién sabe, quizás se refiera a Beleño, en el Concejo de Ponga.
De lo que no cabe duda es de que, a pesar de que uno tiene la sensación de que nada ha cambiado en Luarca en estos más de treinta años que separan a este caminante de sus recuerdos, en la ría, a pesar de la presencia de un viejo conocido -Juan Salvador Gaviota- se echa de menos la presencia de truchas y anguilas, que antiguamente pululuban en sus aguas en tal cantidad, que podían sacarse a puñados con las manos. Por lo demás, hasta la Cofradía de Pescadores aparece inmutable, con sus melancólicos recuerdos y la ancestral divisa de sus aguerridos marinos: Arponeros astures de Luarca, dura raza, Señora del Océano, domadora del viento y de la ola, rival del ballenato entre la espuma...


(1) Tirso de Avilés: 'Armas y linajes de Asturias y Antigüedades del Principado', GEA, Grupo Editorial Asturiano, reimpresión de 1999, en conmemoración del IV Centenario de la muerte del autor (1599).