viernes, 27 de septiembre de 2013

Un lugar llamado Temple


Dejando atrás Hospital da Condesa, y apenas un kilómetro más adelante, un desvío a la derecha señala hacia el lugar donde se ubica Sabugos y un pueblecito denominado Temple. Fuera de la ruta específica del Camino de las Estrellas a su paso por este hermoso pero difícil tramo, los peregrinos, no obstante, se adentran por este desvío pues, a unos cien metros, aproximadamente, su ruta continúa por un sendero rural, paralelo a la carretera general. Este sendero, queda convenientemente señalado por un mojón, en el que alguien, con toda la intención implícita, ha sustituido las típicas flechas y vieiras de señalización, por el esotérico símbolo de la pata de oca; aquélla, precisamente, que llamada Runa de la Vida, el peregrino ya ha tenido ocasión de observar como cruz y símbolo martirial -no olvidemos tampoco, a este respecto, la leyenda nórdica del dios Odín- en dos lugares muy determinados del Camino: la iglesia templaria del Crucifijo, en Puente la Reina y, de haber tenido suerte y habérsela encontrado abierta, la iglesia de Santa María del Camino o de las Victorias, en Carrión de los Condes.
Pero no es el único símbolo que el peregrino puede encontrarse en este mojón; verá, también, una bota, y junto a ella, volverá a encontrarse -y quizás a depositar la propia- con pequeñas agrupaciones de piedras, que continúan esa tradición, arcana y pagana, de comprar el favor de los lares viales o divinidades de los caminos -en la mitología clásica, recordemos esa equivalencia de carácter ctónico, en la moneda que inexcusablemene había que pagar al barquero Caronte para cruzar la laguna Estigia y acceder al Hades o reino de los muertos (1)- y asegurarse una buena y feliz andadura.
La bota, por otra parte, y dejando a un lado la motivación personal del -hemos de suponer- peregrino que la depositó allí, podría hacer digna referencia al esfuerzo y al propio Camino; en definitiva, a la prueba felizmente superada y por consiguiente, al triunfo, convirtiéndose en otro símbolo más. Un símbolo, poco menos que recién adoptado que, por añadidura, los peregrinos más inquietos tendrán ocasión de volverse a encontrar, en forma de monumento de bronce (2), en la costa de ese Finis Terrae, que muchos tienen como última meta. Así mismo, envuelto en un plástico y atado por un cordón a la base superior del mojón, dejado probablemente por el mismo peregrino que legó la bota a los lares viales, un mapa, o quizás unas recomendaciones, esperan a cualquier compañero que las necesite. La solidaridad del Camino, pues, queda una vez más de manifiesto, en éste ignoto lugar de la ruta.
Sabugos queda a un kilómetro y medio de este punto. Antes de llegar al pueblo, y en lo alto de una cerrada cuña que forma la carretera, se localiza una pequeña y desvencijada ermita rural. Dejados atrás el pueblo y la ermita, la carretera desciende casi en picado hasta lo más profundo del valle, en un entorno que alterna lo espectacular de los bosques del norte, con los prados y los campos de labor. De las actividades ganaderas de la zona, ofrecen digno testimonio los rebaños de vacas que pastan apaciblemente en las laderas. Dos kilómetros más adelante, en lo más profundo del valle, un pueblecito de casas blancas, reformadas en su gran mayoría, recuerdan, con el nombre del que forman parte, el probable origen de sus antiguos moradores: templarios. Resulta extraño, que este detalle no lo mencionara en su guía el padre Elías Valiña. De hecho, no hace referencia alguna al lugar. Posiblemente, porque ya apenas tiene nada de interés, salvo el de conformar un apacible y bonito pueblo, que sobrevive de la agricultura y la ganadería, principalmente, y que rebosa paz por los cuatro puntos cardinales. Ni siquiera la iglesia ofrece interés artístico alguno -salvo la nave, que podría haber sido románica en origen- ofreciendo una portada de lo más simple, como cualquiera de las portadas de las modernas iglesias de barrio de cualquier ciudad.
Probablemente, los templarios que, supuestamente, moraron allí en los siglos XII-XIII y dieron su nombre al lugar, dispusieran de alguna granja. O mejor aún, si tenemos en cuenta que desde allí comienza otra ruta, denominada dos muiños -de los molinos- tuvieran éstos sus orígenes en las ocupaciones agrícolas de los freires. Su interés, por tanto, resulta anecdótico. Pero hay un dato interesante, que tal vez merezca tenerse en cuenta, independientemente de lo que cada uno piense sobre esa curiosa circunstancia que se denomina casualidad: existe otro pueblo llamado Temple en Gurrea de Gállegos, provincia de Huesca. Lo descubrí de casualidad -valga la redundancia- pues el GPS no me reconocía este Temple cercano a O Cebreiro y sí el otro. Pues bien, estando en el Temple de O Cebreiro, se me ocurrió poner el Temple de Gurrea de Gállego. La distancia, calculada en kilómetros, me sobresaltó: 666. Dicho esto, que cada uno saque sus propias conclusiones.


(1) Costumbre que se mantuvo en muchos enterramientos de la Edad Media, donde se colocaban dos monedas en los ojos de los difuntos.
(2) Este dato, lo conozco gracias a la foto que me remitió este verano Paz Villén González, una brujita de lo más peregrina y cuyo ojo de halcón me ha señalado numerosos lugares de belleza e interés. Por lo que no puedo por menos, que recomendar su impresionante blog, La Rosa de los Vientos.