domingo, 31 de julio de 2016

La Torre de Hércules


Hay quien opina, que en este mismo lugar estuvo un día situada la bailía templaria de Faro, que daría origen a esta hermosa ciudad que es La Coruña. Otros, por el contrario, opinan que no, que en realidad, ésta se encontraba entre las marismas situadas más al interior. Y por supuesto, hay también muchos que ni siquiera consideran la presencia de los monjes guerreros ni en este preciso lugar, ni tampoco en sus alrededores y que los establecimientos del Temple en Galicia no fueron tan importantes como pudiera pensarse a priori y como nos gusta especular a los románticos. En realidad, tampoco importa mucho el detalle de si, en lo más alto de este faro que, según cuenta la leyenda, se eleva sobre los restos del rey Breogán -desmadejado en tiempos protohistóricos por la certera maza de aquél posterior Cristobalón que fue Hércules-, hubo en algún nebuloso momento del siglo XII, centinelas templarios oteando un horizonte sombrío, cuya neblina matinal en muchas ocasiones ocultaba la llegada a la costa de esas águilas vikingas que con tanto interés y frecuencia asolaban las costas gallegas, llegando a penetrar, incluso, bastantes kilómetros en su interior . Tampoco importa, si en las vecinas ensenadas, lejos de las escolleras donde las olas se deshacen en espuma con sobrenatural ímpetu, originando esos seres fantásticos, que en las leyendas de las vecinas costas asturianas llaman ventolines y espumeros, los navíos de la flota templaria iban y venían de los puertos normandos, llevando importantes cantidades de productos destinados a soportar al ejército templario en Tierra Santa, cuyo declive comenzó a partir del año 1187 -fecha, por cierto, en la que se construyó la enigmática y cercana iglesia de San Miguel de Breamo, desde cuya cima se domina la bahía de Pontedeume- cuando en las arenas ardientes de Hattin quedó sepultada para siempre la flor y nata de la caballería cristiana, el orgullo de los Lusignan, la Vera Cruz y también aquél siniestro Deus lo Vult, pronunciado cien años antes.

Importa, y eso lo sabe el peregrino que va o que viene, dejarse llevar por ese influjo misterioso de la Rosa de los Vientos y escuchar, como en Fisterra, no el sonido del silencio, como diría el grupo vintage Simon & Garfunkel, pero sí la llamada de lo incognoscible: ese canto de sirena que, cuando permanecemos durante mucho tiempo viendo ir y venir las olas, llegan a sugerirnos la peligrosa posibilidad de soñar con otro tipo de caminos. Aquellos que un gran hombre, un gran poeta o un hombre bueno, como también gustaba de definirse, llamó una vez...Caminos sobre la Mar.