viernes, 29 de julio de 2016

Santa María de Cambre


Se dice, se comenta, se rumorea que en Cambre hubo monjes cambeadores que ejercieron también el noble arte de la hospitalidad, atendiendo a los peregrinos que se dirigían a la tumba del Apóstol, siguiendo las pautas del camino de la costa, aquél que también se denomina Camino Inglés y que cuenta, o contaba en el pasado, con muchos lugares de atención. Y dicen, también, que aquellos monjes guerreros mostraban con orgullo una cruz roja en sus blancas vestiduras, a la altura del corazón, lugar que suele atraer como un imán a las flechas más certeras, independientemente de cuales sean las intenciones del Cupido en ciernes que las lance. Por otra parte, y al igual que esos muertos, a los que C.G. Jung dedicó lo que posiblemente sean sus sermones más gnósticos y crípticos, no se sabe a ciencia cierta si vinieron de Jerusalén sin encontrar lo que estaban buscando o sí vinieron de la ciudad santa, por contra, con las alforjas repletas de tesoros como aseveran numerosas leyendas. Pero, sea como sea, cuenta la Tradición –divino tesoro, después de todo, río metafórico que, como gusta de decir ese amigo y Maestro que es Rafael Alarcón, agua histórica lleva- que custodiaron y dejaron aquí, en el interior de ésta hermosa iglesia de Santa María, una de las hidrias de las famosas bodas de Caná, donde los evangelistas refieren que Jesucristo convirtió el agua en vino, en un escenario repleto de controversias, hasta el punto de que todavía hoy, en pleno siglo XXI, no se sabe a ciencia cierta quiénes fueron en realidad los esponsales. Tema que tiene, no obstante cierta relación, con otro lugar situado también en este Camino Inglés y que tuvimos ocasión de visitar a apenas unos insignificantes kilómetros de distancia de Muxía: San Xulián de Moraime

Verídica o no tan sugestiva reliquia, el templo al que acuden parroquianos y peregrinos, curiosos, estudiosos y buscadores no deja de ser, de cualquier manera, digno de admiración y ofrece generosos contrastes que, después de todo, no dejan indiferente. Entre ellos, llama la atención la austeridad de los canecillos de sus absidiolos que contrastan –perdón por la redundancia-, con el notable simbolismo de las esculturas de la portada, esvásticas incluidas, donde se puede observar una curiosa reproducción de un Agnus Dei –símbolo, que no exclusivo pero sí asociado con numerosas construcciones templarias- escoltado por sendos ángeles o ese capitel, tradicional, por supuesto, en su temática, en cuya psicostasis o pesaje de almas ese san Miguel –o ese san Anubis-, tiene que hacer verdaderos esfuerzos de concentración frente a las trampas del demonio, empecinado siempre en hacerse con almas humanas sea de la manera que sea, sin importar calidad ni cantidad; es decir, a saco. Pero sin duda, lo más representativo, o mejor dicho, lo que a servidor le llamó más la atención –independientemente del detalle de que el interior de la iglesia está dotado de esa rotonda circular característica de los grandes monasterios que imita la anastasis del Santo Sepulcro hierosolimitano, como Melón o Carboeiro- es esa representación de Daniel, orientalizada, con un libro abierto en el regazo y una flauta o caramillo en los labios, tranquilizando a los leones que están a su lado, de la misma manera que un faquir hindú actuaría con ese espléndido pero temible animal, que es la cobra.

En fin: belleza, arte, misterios y curiosidades en el Camino de Regreso.