Triacastela, por algún motivo
indeterminado, nunca se convirtió en la gran urbe soñada por el rey Alfonso IX;
al menos, esa es la opinión de un peregrino que, según él mismo confiesa en uno
de sus libros más conocidos, recuperó su Espada en el Camino de Santiago: Paulo
Coelho. Son, aproximadamente, veinte los kilómetros que la separan de ese
centro inconmensurable de Poder, que es O Cebreiro, y unos diez –kilómetro más,
kilómetro menos- los que hay desde esa parada que los peregrinos generalmente
obvian, en la que nos quedamos en nuestro último tranco: Temple. Precisamente,
tanto Alfonso IX primero, como su hijo Fernando II después, fueron generosos
con la Orden del Temple, independientemente de que el primero mantuviera sus
más y sus menos con ellos, ordenándoles desmantelar, a instancias de su hermana
Doña Urraca, el poblado que éstos habían desarrollado alrededor de su bailía de
Faro, lugar en el que se habían instalado, probablemente, por la intercesión
del poderoso conde de Traba, de quien se supone que trabó –perdón por el juego
de palabras- contacto con ellos cuando estuvo de cruzado por Tierra Santa.
De hecho, algo de verdad debe de haber en ese sueño
real fracasado, pues no se puede decir que Triacastela haya supuesto, a lo
largo de su historia, un núcleo de población tan importante, como para
rivalizar con otras muchas ciudades creadas a la sombra del Camino. Sí dispone,
sin embargo, de esa calle central, por la que entraban y salían los peregrinos,
y que, aparte de desembocar en la iglesia de Santiago, ofrecía a éstos un
número indeterminado de reclamos y establecimientos donde comer y pernoctar.
Más explícito, quizás, que con otras ciudades dejadas atrás, el Padre Don Elías
Valiña, sí nos cuenta, no obstante, que Triacastela dispuso de un hospital, que
se mantuvo activo hasta 1792. En el lugar donde estuvo emplazado, se conserva
la casa, que recibe el nombre de Casa Pedreira. Nos cuenta, además, Don Elías,
que ésta iglesia de Santiago, a la que se accede también por la portada del
oeste, cuenta con una espléndida cruz procesional, del siglo XII y una estatua ecuestre
de Santiago. Pero actualmente, ni de la cruz ni de la estatua ecuestre de
Santiago hay rastro, al menos visible en el interior de la iglesia. Sí preside
el Retablo Mayor, una interesante estatua de Santiago Peregrino, en la que
volvemos a encontrarnos, otra vez, con el color verde de su túnica, color que,
como ya hemos dicho en otras ocasiones, suele estar asociado a las Vírgenes
Negras. También en el Retablo, en uno de los extremos, hay una interesante
figura de San Francisco de Asís, con las palmas de sus manos dirigidas al
frente, mostrando los estigmas de la Pasión, tema este por el que fue conocido
en la Edad Media y que tuvo una repercusión moderna –lo comento a modo de
anécdota- en los años noventa, con un caso interesante –y de hecho, muy
controvertido también-, en las figuras de dos hermanos italianos, Sergio y
Giorgio Bongiovanni, seguidores de una secta conocida como La Fraternidad
Cósmica, dirigida por un supuesto contactado con los hermanos del
espacio, de nombre Eugenio Siragusa.
Independientemente de una figura
moderna de San José con el Niño y otra, muy deteriorada de una santa de época,
con un libro abierto en las manos, lo más destacable del Retablo Mayor, reside,
quizás, en el aspecto masónico del receptáculo que contiene el sagrario, donde
dos ángeles se localizan a ambos lados de una custodia con aspecto de Sol.
Destacable, así mismo, es la presencia del Santo Rostro de la Verónica, en uno
de los retablos anexos a la nave, donde cabe prestar cierta atención a la
corona que se ciñe sobre la frente de Cristo, con ausencia total de espinos y
semejando dos serpientes entrelazadas, conformando el signo del infinito. La
pila, de una sola pieza, muestra también la conocida forma de copa o grial, y queda
situada al fondo de la nave, al pie de las escaleras que suben a la torre.
Indicar, por último, que aunque la iglesia de Santiago
conserva en su planta la disposición de las iglesias que caracterizan esta zona
en particular de la provincia de Lugo, en su construcción se destinaron
materiales más costosos, como demuestran los sillares de su ábside y parte de
la nave.