lunes, 28 de julio de 2014

Maestrías sospechosamente razonables



Ni siquiera el anonimato, ha de estar necesariamente reñido con la inmortalidad. En el fondo, de egos históricamente tiernos cuando no inocentes, los canteros medievales, a través del canal monumental de sus majestuosas creaciones, nos legaron también ese particular sentido de la humildad, del que carecen la mayoría de los artistas que les precedieron. Mientras a éstos los conocemos, generalmente, hasta el punto de poder hacernos una idea bastante aproximada de su vida y de su obra, de aquéllos sólo nos queda el recurso de la especulación y en ocasiones, el triste consuelo de intuir la presencia, tanto a nivel individual como a nivel colectivo de los talleres, de su paso por determinados lugares, comparando las peculiaridades afines de ciertos monumentos histórico-artísticos que nos encontramos en nuestro camino. En base a esta afirmación, no desentona que el vídeo con el que se pretende ilustrar la presente entrada, comience y termine mostrando dos lugares de infinito misterio: el ancho mar y la impenetrabilidad de un tupido bosque. Ambos lugares, siquiera sea comparativa o metafóricamente hablando, podrían definir, cada uno a su manera, los orígenes de unos personajes que hacían del secreto, el mayor desafío de su saber y magisterio.

Por tal motivo, no es de extrañar que cuando uno se detiene maravillado frente a la única portada románica que sobrevive en la catedral de Lugo, la cual se supone que se eleva sobre los restos de la primitiva basílica construida por el obispo Odoario algunos años después de la invasión agarena y cuya primera fase, los expertos sitúan entre los años 1130 y 1150, la familiaridad del Cristo protegido en su almendra mística o mandorla, consigue que el primer pensamiento vuele ligero hacia los Campos Góticos palentinos, y dos nombres surjan con gran fuerza y expresión: Moarves de Ojeda y Carrión de los Condes.

Sea por la copia del modelo o por una especialización y/o comercialización de determinados elementos –recordemos, como ejemplo, el músico y la bailarina que suelen representar una de las partes o temáticas más características del denominado Maestro de Agüero, hasta el punto de que se descubren toscas reproducciones en iglesias rurales de otras comarcas alejadas, como puede ser el caso de Guadalajara-, lo cierto, es que la itinerancia característica de los canteros medievales, hace que resulte aún mucho más difícil solventar cuestiones, a la postre tan importantes, como sería la de determinar cuál fue el punto de origen y hacia dónde se extendió. Eso, precisamente, ocurre con estos tres impresionantes modelos. No es la primera vez, no obstante, que refiriéndose a la pequeña maravilla sobreviviente en la catedral lucense, se habla de la influencia de los talleres palentinos, como dando por hecho, que fue a través de los excelentes talleres asentados, pongamos por caso, dentro y fuera del entorno de una de las ciudades punteras del Camino de Santiago, como es Carrión de los Condes, hubo una especie de retorno o retroceso hacia el norte, cuando lo más lógico, posiblemente, sería pensar lo contrario: que tanto Carrión, como otros grandes núcleos, se beneficiaran de una influencia externa que, proveniente, quizás, de esa autopista de ideas y conocimientos que trajo como consecuencia el descubrimiento de la Inventio y que circuló a uno y  otro lado de los Pirineos y el norte peninsular, se extendiera por la Meseta, sobre todo, a partir del siglo XII, cuando las expectativas creadas por la Reconquista trajeran como consecuencia a unas oportunas repoblaciones, la atención de numerosos gremios, dando lugar al crecimiento y desarrollo de las ciudades. Tal vez la idea no nos resulte tan descabellada, si nos dejamos llevar por el conocimiento de saber que se sitúa la primera fase de la catedral de Lugo, como se ha dicho, en los comienzos del siglo XII; y  a finales del mismo, la creación de la iglesia de Santiago de Carrión, y posiblemente también la de San Juan Bautista de Moarves de Ojeda. Aunque también es cierto, que hay quien sitúa, precisamente el Cristo y la inscripción de la Santa Cena -el discípulo del Señor (en referencia a San Juan), en plácido descanso de sus miembros, en la cena vio las delicias celestiales- situada en el pujante de la catedral de Lugo, en época más tardía, en el siglo XIII, lo cuál, sí podría, si tal fuera el caso, garantizar esa mencionada influencia palentina. Todo un apasionante enigma.
Ahora bien, de cualquier manera, y salvando así mismo, la calidad y habilidad de los talleres que intervinieron en las tres construcciones, detalles que llaman la atención, sobre todo, en la destreza y maestría desplegadas en la elaboración de elementos bien definidos, como puedan ser los pliegues de la túnica de Cristo, e incluso el Libro del Apocalipsis cerrado con los siete sellos, que porta en su mano, o también, la delicadeza de rasgos, manos y pies, no dejan de constituir, en el fondo, excelentes representaciones artísticas, capaces de conseguir, por sí mismas, que un viaje a cualquiera de los tres lugares señalados, sea, después de todo, una fantástica aventura.

jueves, 10 de julio de 2014

Moarves de Ojeda: Iglesia de San Juan Bautista


No excesivamente lejos del entorno de Olleros de Pisuerga y también en las proximidades de Aguilar de Campóo, dos lugares, apenas separados por una ínfima distancia de cinco kilómetros, conforman otra pequeña pero no obstante interesante ruta, que no ha de resultar baldía para el esfuerzo de viajeros, caminantes y peregrinos que deseen ver obras de relevancia e interés y a la vez, encontrar misterios añadidos en su camino: la iglesia de San Juan Bautista, en Moarves de Ojeda y la abadía de monjas cistercienses de San Pedro de Arroyo. Posiblemente más conocida la primera, sobre todo si se está familiarizado con parte del mejor románico palentino, recordarán, nada más ver su espléndida portada, la concordancia que existe entre ésta y aquélla otra que, precisamente bajo la advocación del Santo Patrón Santiago Boanerges, el Hijo del Trueno, se localiza en la histórica y siempre interesante ciudad de Carrión de los Condes.
 
Declarada Monumento Histórico en 1931, uno de los detalles que llama poderosamente la atención, es el color rojizo de sus sillares, en cuyo tratamiento se supone que los canteros utilizaron la técnica de someter a la piedra a un baño en el que probablemente intervinieran, en un grado notable, compuestos de origen netamente ferroso. Pero sin duda, este no deja de ser, en el fondo, sino un detalle anecdótico y probablemente irrelevante, si lo comparamos con la magnífica obra de Arte que constituye su portada. Una portada espléndida, cuidadosamente elaborada hasta en sus más ínfimos detalles -como pueden ser los pliegues de las túnicas de los personajes principales-, que reproduce aquélla otra que luce la iglesia de Santiago de Carrión, hoy día reconvertida en museo de Arte Sacro, pero que de similar manera nos introduce, no sólo en el misterio de estas dos portadas espejo -recordemos el caso también singular de las portadas gemelas de Santa María de Eunate y San Miguel de Olcoz-, sino también, en base al impacto visual, en los magníficos talleres de cantería instalados en ésta ciudad condal, los cuales fueron desplegando su extraordinario arte y oficio a lo largo y ancho de una provincia puntera en la misma historia del Camino Jacobeo.
 
No menos significativos, y repletos de claves que merece la pena advertir y estudiar por sí mismo, los motivos de los capiteles nos introducen, apenas sin darnos cuenta, en los viejos mitos medievales; unos mitos, que aún por sí mismos, nos derivan a continentes y continencias simbólicas, con las que poder divagar largo y tendido: el estoico Sansón, en su sempiterna lucha con el león; el músico y la bailarina, temática que inmediatamente nos recuerda a aquél extraordinario cantero conocido como el Maestro de Agüero; las pequeñas cabecitas, que surgen burlonas a través de la floresta, conectadas con los antiguos dioses celtas, cuyo recuerdo, después de todo, inunda de referencias los templos que se alzaron en sus antiguos santuarios; el tema de los gemelos, en este caso, dos milites compartiendo un escudo, que nos recuerda los primitivos sellos de la Orden del Temple, en los que dos caballeros compartían un mismo caballo, pero que a la vez, nos obliga a alzar la vista al cielo, hacia esas reminiscencias zodiacales que hacen bueno el axioma de la antigua sabiduría hermestina: como es arriba, así es abajo... Libros abiertos, donde religión y mancia, superstición y ciencia se dan la mano a la hora de mostrar mensajes subliminales a unos espectadores que, aún con el paso de los siglos, continúan sorprendiéndonos y haciéndonos pensar que, en el fondo, no somos sino meros aprendices en el difícil sendero de la Sabiduría.
 
Pero si todo esto constituyen enigmas fascinantes, no lo es menos la cuestión encaminada, no ya a la identidad de los autores de tal maravilla, pero sí hacia el origen de su procedencia. Y posiblemente, tengamos una clave, en esa fascinante y siempre nebulosa tierra celta que es Galicia, y más concretamente en una de sus provincias, cuya capital lleva todavía con orgullo el nombre del dios que la fundó y cuyo recuerdo apenas se vio alterado por la conquista romana: Lugo. Ahora bien, esa es otra historia que me propongo tratar antes de partir hacia San Pedro de Arroyo.