'No es verdad. El viaje no acaba nunca. Solo los viajeros acaban. E incluso estos pueden prolongarse en memoria, enr ecuerdos, en relatos... Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino...' (1)
La Comarca de la Sidra, la antigua Maliayo, una región especialmente atractiva, cuya mediática idiosincrasia se extiende hacia el interior, sin apartar una sola vez la mirada de esa Ría que la abraza en buena parte de su fértil territorio. Una comarca que, a fuerza de ser recorrida, supone, tanto para turistas como para peregrinos, una aventura inolvidable. Una región, igualmente prolífica en templos que conservan una parte mediática de ese singular Arte Asturiano -al que generalmente, se califica como prerrománico- así como también, un románico cuya calidad no sólo sorprende, sino que, además, induce a pensar en la existencia, en tiempos, de un importante taller, cuya influencia se extendió hacia el interior, dejando insuperables huellas y testimonios.
Posiblemente, para encauzar mejos nuestros pasos por tan sorprendente territorio, debamos situarnos en lo que a todas luces, y no en vano, se puede calificar -sin faltar a la verdad ni dejarse llevar por la gula de la exageración- como el auténtico corazón de Villaviciosa: Valdedios. O, lo que viene a ser lo mismo, haciendo honor a su grandeza, el Valle de Dios.
Aquí, en este fértil valle donde el tiempo parece haberse detenido, nos encontramos con una de las obras más singulares del inmortal Arte Asturiano: la iglesia de San Salvador. O, dicho con términos mucho más cercanos y completamente compartidos con el sentir del pueblo astur: el Conventín. Quizás, dirigido al peregrino, no se me ocurra mejor comparación que describir edificio y lugar, comparándolos con ese hermoso cisne blanco que extiende sus alas al final de un camino en espiral, en cuya última casilla, marcada con el número 64 -el número perfecto, la suma de cuyos dígitos nos remite a la Unidad, a Dios- Sofía aguarda impertérrita a todo aquél que, habiendo superado con éxito los obstáculos del Camino, se acerca al Jardín de Avalon para besar su mano. Junto al Conventín, tan cerca, que incluso dicen que hubo un túnel que los unía como un cordón umbilical, el monasterio cisterciense de Santa María, sobrio pero elegante, habla de puertas para adentro a toda persona que quiera conocer algo más que un cuento histórico con supuestos nombres y apelllidos.
De vuelta a la carretera general, que a partir de este punto, comienza a formar un puerto muy frecuentado por los amantes del ciclismo, se tienen dos opciones, y hablo ahora para el turista, pues es de suponer, que el peregrino recala en Valdedios después de dejar atrás la ruta que pienso proponer. Obviando dirigirse hacia la derecha, hacia esa prolongación del Camino, que en dirección a la catedral ovetense de San Salvador -ya sabes, peregrino: quien va a Santiago y no va a San Salvador, visita al siervo y olvida al Señor- atraviesa los concejos de Siero y Allande, la propuesta es dirigirse hacia la izquierda, tomando la dirección de Villaviciosa capital y visitar los magníficos templos que hay en sus proximidades, e inclusive, aquéllos otros que se localizan, para situarnos, a ambos lados de la Ría.
Uno de los más cercanos, aunque por su aspecto actual no lo parezca, es el templo de San Xulián de Viñón, que aún conserva algún rasgo de ese Arte Asturiano autóctono y fundamental, y como en muchos otros casos, sobre su fachada no ondeó nunca la Bandera de la Paz propuesta por Nicolás Roerich y aceptada por prácticamente todos los miembros de la Sociedad de Naciones, allá por los años veinte, cuando el mundo occidental apenas se había adentrado en el misterioso Tíbet y la fundadora de la Teosofía, Madame Blavatsky apenas comenzaba a digerir la excepcional acogida de su obra La Doctrina Secreta, donde algunos intuían en sus Mahatmas algo parecido a lo que en la Edad Media constituyó el gran mito del Preste Juan. Comento esto, porque la Bandera de la Paz y el conocido como Pacto Roerich, tenían como fin la protección de todos aquellos edificios y todas aquellas obras de Arte consideradas como Patrimonio de la Humanidad. Evidente y lastimosamente, tal Pacto no se respetó nunca. En este sentido, oportuno es precisar que la Guerra Civil, sobre todo para este tipo de arquitectura, fue particularmente virulenta en Asturias. Uno de los muchos templos que sufrieron las consecuencias, fue precisamente éste de San Xulián de Viñón.
De vuelta a la carretera general, que a partir de este punto, comienza a formar un puerto muy frecuentado por los amantes del ciclismo, se tienen dos opciones, y hablo ahora para el turista, pues es de suponer, que el peregrino recala en Valdedios después de dejar atrás la ruta que pienso proponer. Obviando dirigirse hacia la derecha, hacia esa prolongación del Camino, que en dirección a la catedral ovetense de San Salvador -ya sabes, peregrino: quien va a Santiago y no va a San Salvador, visita al siervo y olvida al Señor- atraviesa los concejos de Siero y Allande, la propuesta es dirigirse hacia la izquierda, tomando la dirección de Villaviciosa capital y visitar los magníficos templos que hay en sus proximidades, e inclusive, aquéllos otros que se localizan, para situarnos, a ambos lados de la Ría.
Uno de los más cercanos, aunque por su aspecto actual no lo parezca, es el templo de San Xulián de Viñón, que aún conserva algún rasgo de ese Arte Asturiano autóctono y fundamental, y como en muchos otros casos, sobre su fachada no ondeó nunca la Bandera de la Paz propuesta por Nicolás Roerich y aceptada por prácticamente todos los miembros de la Sociedad de Naciones, allá por los años veinte, cuando el mundo occidental apenas se había adentrado en el misterioso Tíbet y la fundadora de la Teosofía, Madame Blavatsky apenas comenzaba a digerir la excepcional acogida de su obra La Doctrina Secreta, donde algunos intuían en sus Mahatmas algo parecido a lo que en la Edad Media constituyó el gran mito del Preste Juan. Comento esto, porque la Bandera de la Paz y el conocido como Pacto Roerich, tenían como fin la protección de todos aquellos edificios y todas aquellas obras de Arte consideradas como Patrimonio de la Humanidad. Evidente y lastimosamente, tal Pacto no se respetó nunca. En este sentido, oportuno es precisar que la Guerra Civil, sobre todo para este tipo de arquitectura, fue particularmente virulenta en Asturias. Uno de los muchos templos que sufrieron las consecuencias, fue precisamente éste de San Xulián de Viñón.
Más fortuna tuvo el templo de San Juan, románico del siglo XIII, situado a dos kilómetros escasos del casco urbano de Villaviciosa, en Amandi, pueblo cuyo nombre -independientemente de otros varios (2)- levanta suspicacias entre aquellos que opinan, y posiblemente con razón, que aparte de griegos, fenicios y romanos -por citar sólo algunos- hubo también navegantes egipcios que arribaron a estas costas en una época indeterminada de la Historia. Indeterminada, así mismo, aunque previsiblemente después del descubrimiento de la Inventio y la instauración del Camino Jacobeo a instancias del rey Alfonso II, es la llegada de esas misteriosas cofradías de canteros, de origen normando, que dejaron su particular huella en las aves tan peculiares que decoran su portada principal; aves que, dicho sea de paso, se vuelven a encontrar en otros lugares del término de Villaviciosa e incluso en concejos del interior, nada desconocidos para el peregrino.
Uno de tales lugares, cercano a Amandi, es Lugás -Llugás, respetando, siquiera por una vez, esa singular lengua autóctona que es el bable- donde el peregrino bien conoce el Santuario de Santa María, en la fachada de cuya casa parroquial, unos artesanales azulejos le dan la bienvenida a la Casa de su Madre. También en las inmediaciones de Lugás y protegido por zonas de férica vegetación, merece la pena desviarse hasta el pueblecito de Valdebárcena y dejarse llevar por el gran reto que supone ese curioso híbrido entre prerrománico y románico, que es el templo de San Andrés, donde el peregrino, al observar la gran cantidad de cruces patadas que conforman mucho de los modelos decorativos de las metopas que se localizan a ambos lados del ábside, quizás imagine que hubo un tiempo lejano, épico y de caballeresca nobleza -cuando el abad Rodericus fundó la iglesia- en el que unos misteriosos y aguerridos monjes-guerreros velaban con abnegación, haciendo seguros los caminos. Merece la pena visitar el interior y detenerse unos instantes a contemplar los maravillosos arcosolios que circundan su ábside, mientras la antigua madera del piso cruje bajo el peso de los pies.
De regreso a Amandi, pasamos de largo y nos internamos en el casco urbano de Villaviciosa, para visitar una imponente iglesia, cuyo aspecto frontal, puede que nos recuerde a su homónima portuguesa de igual nombre: Santa María de la Oliva. Enigmática, como el extraordinario Sello de Salomón que exhibe en su frontal, así como también por las numerosas cruces paté que se localizan a lo largo y ancho de su planta, la imagen en piedra de Santa María, quizás sea la más vista del lugar, sobre todo porque la iglesia se localiza en esa concurrida encrucijada de caminos que orientan a viajeros y peregrinos hacia Oviedo, hacia la Ría, y al otro lado de ésta, hacia Gijón. Impresionantes, así mismo, son los motivos de los capiteles contenidos en los arcosolios que rodean, por dentro, su ábside. Motivos, en cuya contemplación, el peregrino seguro que encontrará algún guiño mistérico que le oriente en su búsqueda trascendental. Ahora bien, antes de continuar camino, hacia uno y otro lado de la Ría, es recomendable ascender por el casco urbano, en dirección al cementerio, y una vez pasado éste, detenerse y dejarse llevar por la solitaria placidez de Fuentes y su iglesia de San Salvador, pues se trata de otro de esos ancestrales edificios del Arte Asturiano que, a pesar de su aspecto actual, rezuma antigüedad, y hasta cierto punto, nostalgia.
Situados, ahora sí, en la Ría, como si fuésemos hacia ese pinturesco pueblecito marinero que es Tazones -donde arribó el emperador Carlos I de España y V de Alemania, cuando una tormeta alejó el barco en el que viajaba con su séquito, de los puertos cántabros que eran su destino inicial-, y de similar aspecto al templo de Fuentes, Bedriñana, lindo pueblín recogido entre prados y manzanos, nos anima a visitar su iglesia de San Andrés. Conserva ésta, tres celosías originales, laradas en un sólo bloque de piedra arenisca, como solía ser costumbre en la época, que ya por sí mismas, constituyen una pequeña obra de Arte y que, de manera simbólica, también nos encauza hacia el sentido de mensajeras, cuando no representativas del alma -concepto ya utilizado en el Antiguo Egipto-, que tienen las aves; en este caso, mucho más sencillas y lejos de esa influencia normanda ya comentada. Curiosamente, en uno de los contrafuertes de la parte superior, una cruz paté por un lado y otra de seis brazos por el otro, pueden dar qué pensar. Para pensar, ¡qué duda cabe!, tiene el peregrino, apenas media docena de kilómetros más adelante, el pueblo de La Lloraza y su imponente iglesia de Santa Eulalia de Mérida. Una santa que, al igual que San Andrés, goza de buena salud en el Principado, a juzgar por la gran cantidad de iglesias que se mantienen bajo su advocación. Si ya la portada principal, oculta bajo un porche, ya nos recuerda ese peculiar taller que pasó por Narzana y dejó su impronta en la iglesia de Santa María, e incluso, si me apuran, tambiénValdebárcena, donde, si no son imaginaciones mías, creo entrever cierta familiaridad, es el interior del templo, mucho mejor conservado, donde los capiteles que bordean el ábside -que ya por su forma ojival y por su altura, apunta maneras góticas- donde el peregrino debe buscar ese mensaje trascendente al que también hacíamos referencia anteriormente. Magníficamente labrados, nos muestra una iconografía sorprendente, donde no es extraño encontrarse con la figura de San Juan, Apocalipsis en mano, surgiendo de la floresta, como si el cantero, rizando el rizo, hubiera querido transformar al visionario discípulo en el perfecto Caballero del Apocalipsis, anunciando el final y el comienzo de un ciclo. No muy lejos, el Conocimiento, devorador como fiera, debiera resultarle también interesante, pues le indica que éste no se consigue sin esfuerzo y penalidades que, cual llagas -comparativamente hablando- le hagan acreedor a esa condición de discípulo de Sophia.
Media vuelta, peregrino, y ahora, al otro lado de la Ría, en dirección a Gijón y algunos kilómetros más allá de la famosa fábrica de sidra El Gaitero, prescindible sería que detuvieras tus pasos en Selorio y contemplaras -ya que posiblemente te la encuentres cerrada- la bella estampa de la iglesia de Santa Eulalia. Verás, en un capitel de la espadaña, un angelote similar a aquél otro que algún ignorante pintó sobre los frescos del Conventín y te percatarás del daño que el Barroco, después de todo, causó en el románico y en el prerrománico en general. Seguramente, te parezca curioso, e incluso gracioso, el reloj enmarcado en un rosetón de aspecto cisterciense; vibrarás con los motivos representativos de las aguas primordiales de su portada y observarás las mismas bestias afrontadas -¿gemelos místicos?- que tan corrientes son en el románico de dentro y fuera de la región. Y por último, algunos kilómetros más allá, enfrentarás esos bosques ancestrales que salvaguardan, menos tupidos y féricos que antaño, otro de los grandes logros del Arte Asturiano, cuya hermosa estampa se te quedará para siempre grabada en la retina y que te hará recordar que, de alguna manera, habrás dado un rodeo, pero nunca has abandonado la Ruta de los Salvadores: San Salvador de Priesca.
Buen Camino, peregrino.
Media vuelta, peregrino, y ahora, al otro lado de la Ría, en dirección a Gijón y algunos kilómetros más allá de la famosa fábrica de sidra El Gaitero, prescindible sería que detuvieras tus pasos en Selorio y contemplaras -ya que posiblemente te la encuentres cerrada- la bella estampa de la iglesia de Santa Eulalia. Verás, en un capitel de la espadaña, un angelote similar a aquél otro que algún ignorante pintó sobre los frescos del Conventín y te percatarás del daño que el Barroco, después de todo, causó en el románico y en el prerrománico en general. Seguramente, te parezca curioso, e incluso gracioso, el reloj enmarcado en un rosetón de aspecto cisterciense; vibrarás con los motivos representativos de las aguas primordiales de su portada y observarás las mismas bestias afrontadas -¿gemelos místicos?- que tan corrientes son en el románico de dentro y fuera de la región. Y por último, algunos kilómetros más allá, enfrentarás esos bosques ancestrales que salvaguardan, menos tupidos y féricos que antaño, otro de los grandes logros del Arte Asturiano, cuya hermosa estampa se te quedará para siempre grabada en la retina y que te hará recordar que, de alguna manera, habrás dado un rodeo, pero nunca has abandonado la Ruta de los Salvadores: San Salvador de Priesca.
Buen Camino, peregrino.
(1) José Saramago: 'Viaje a Portugal'.
(2) Tineo, Serrapio o incluso ríos, como el Nalón...