miércoles, 30 de mayo de 2012

Kontrasta: ermita de Nª Sª de Elizmendi


Siguiendo esa wouivre imaginaria que se extiende hacia la misteriosa Sierra de Urbasa –hogar tradicional de los mitológicos jentillaks-, cuyo recorrido hemos comenzado en Eguilaz, y aproximadamente a unos veinte kilómetros de Arrizala y su famoso dolmen de Sorginetxe, nuestra próxima parada, obligatoria, se localiza en el pueblo de Kontrasta. Allí, varada sobre un promontorio desde el que se divisa una extraordinaria panorámica, no sólo del pueblo sino también de los montes y valles de alrededor, la curiosa ermita de Nª Sª de Elizmendi ha de llamarnos, necesariamente la atención, por su singular idiosincrasia. Su aspecto, en cierto modo tosco, de transición a un románico que habría de deparar maravillas técnicas en el futuro, habla por sí mismo, a la vez, de su genuina antigüedad. Una antigüedad, dicho sea de paso, que todavía conserva parte de su particular esencia en esos símbolos solares –donde se constata también la presencia de la pentalfa pitagórica- que, aún de factura moderna, todavía se observan, cual manes protectores del hogar, en los dinteles de las casas aledañas. Símbolos que, dicho sea de paso, conforman una peculiar parte de esa particular filosofía escatológica que aún es posible localizar en algunas de las estelas funerarias de la zona –incluida la parte Navarra, donde un buen ejemplo, se puede localizar en Larraona- que durante siglos han traído de cabeza a los historiadores, generando multitud de hipótesis, algunas tan descabelladas, como aquellas que, ante la falta de seriedad para exponer una explicación basada en la lógica, ven en sus diseños motivos de origen extraterrestre.



De la presencia romana en el lugar, queda buena constancia, así mismo, a juzgar por las lápidas y los restos de sepulcros que se aprecian tanto en la pared como en el suelo del muro sur, y que recuerdan el aprovechamiento de materiales que se aprecia en otras iglesias, como la del Cristo de San Sebastián, en la localidad burgalesa de Coruña del Conde. Ciclópeos, por su tamaño, los canecillos del ábside insisten en recordar unos motivos basados en cultos solares, donde no falta la presencia de ese Cristo o Luz del Mundo, de sorprendente aspecto bogomilo, ajeno al martirio de la cruz e ingrávido en el universo. Un universo circular, cuya materia primigenia es la piedra y que posiblemente comenzara a expanderse en épocas posteriores, generando la mandorla que habría de contener al Pantócrator románico. Poco o nada queda, aparte de esto, de cultos anteriores; pero a juzgar por la zona y la forma del promontorio donde se asientan sus cimientos, yo no descartaría la presencia, en tiempos primigenios, de algún dolmen o algún túmulo funerario, que se hubiera visto reducido al olvido por mandato de San Martín Dumiense.

martes, 22 de mayo de 2012

Santuarios Prehistóricos de Álava: el Dolmen de Sorguinetxe


Arrizala, como ya dije en la entrada anterior, dista poco menos de ocho kilómetros de Eguilaz y el dolmen de Aitzkomendi. Se llega al pueblo, siguiendo la carretera que, aproximadamente unos cuarenta kilómetros más adelante se dirige hacia la Sierra de Urbasa y Larraona, singular pueblo enclavado ya en la provincia de Navarra. Conviene reseñar, que antes de llegar a Arrizala, en cuyo término tendremos ocasión de admirar otro singular dolmen -el de Sorginetxe, o Piedra de las Brujas-, hay un pueblecito, cuyo nombre -Okariz- ha de traernos, necesariamente, la referencia a un animal sagrado, la oca; a un juego, simbólico y mistérico donde los haya, el Juego de la Oca, y también, sería imperdonable olvidarlo, el recuerdo de esas misteriosas hermandades que canteros que jalonaron con su símbolo -la pata de oca- los lugares más emblemáticos y mistéricos del Camino de las Estrellas. Nunca podríamos considerar como una pérdida de tiempo, así mismo, hacer una pequeña parada en Okariz, y acercarnos hasta su parroquial, la iglesia de la Asunción, donde tendremos ocasión de contemplar algunos interesantes restos románicos, que nos hagan todavía más presente que estamos comenzando el recorrido por la espina dorsal de una tierra sagrada; una tierra de Jentillaks, y también de Jars, su versión humana que, repito, acercándose hacia esa singular Sierra de Urbasa, dejaron cumplidas evidencias de su huella y valía.
El famoso dolmen de Sorginetxe, o más poéticamente, la celebérrima Piedra de las Brujas, se encuentra situada medio kilómetro, metro arriba metro abajo, del término municipal, en una solitaria pradera, en cuyas cercanías, no ha de sorprendernos observar las pacientes evoluciones de una oveja muy típica de la región, la latxa, de la que proviene no sólo un queso exquisito, sino también una lana formidable.


De igual manera que en Eguilaz, al dolmen de Arrizala le faltan numerosas piezas clave; ahora bien, a diferencia de aquél, en éste llama la atención la enorme piedra que le sirve de base -de peso superior a diez mil kilos- cuya inclinación induce a pensar, erróneamente, que puede resbalar hacia el suelo en cualquier momento, atrapando irremediablemente a quien tenga la desgracia de encontrarse debajo. Pero, aplicada idéntica técnica que en la gran mayoría de éstas auténticas obras de arte megalíticas, su colocación es tan perfecta, que está demostrada incluso su resistencia a los terremotos, detalle del que se podrían sacar provechosas conclusiones.
Por otra parte, y como colofón a los numerosos misterios que rodean este tipo de construcciones, decir que su nombre no es, sino una derivación mal comprendida de los ritos de fertilidad que se celebraban en las comunidades rurales. Ritos heredados de una antigua tradición -todavía en algunos lugares, se continúan celebrando, eso sí, convenientemente disimulados, alrededor de sus parientes menores, los menhires- tajantemente satanizada por imperativo de una religión, la cristiana, decidida a acabar con todo lo que hiciera referencia a la Antigua Religión, con la que fue poco o nada permisible.
Próxima parada: Kontrasta y la ermita de Nª Sª de Elizmendi.


lunes, 21 de mayo de 2012

Santuarios Prehistóricos de Álava: el Dolmen de Aitzkomendi



‘Construcciones ciclópeas que parecen estar orientadas astronómicamente, asentamientos prehistóricos situados sobre “líneas de fuerza” que unen unos enclaves con otros, efigies antropomorfas, círculos de piedra con finalidades mágicas, hipogeos y cámaras con propiedades acústicas…’ (1)

Juan Eslava Galán encuadra a este dolmen de Aitzkomendi, y también al de Sorguinetxe, distante, aproximadamente, ocho kilómetros, como dos de esos lugares que ver en España al menos una vez en la vida (2). Y de hecho, no le falta razón y es de agradecer su sugerencia, aunque lo que se aprecie en la actualidad sea apenas una ínfima parte de lo que fue en sus orígenes, pues muchas de sus partes se han perdido irremediablemente, sobre todo por la acción corrosiva de unos hombres que posiblemente no hayan sabido ver la importancia que realmente tenían. Aún así, merece la pena ver estos incomprendidos vestigios de un pasado remoto, que representan todo un compendio de simbolismo junguiano, marcado por los sueños de una humanidad en el abismo del tiempo.
Entendible, también, es la estupefacción de los investigadores –y en esto, me hago eco de las palabras de Xavier, investigador y amigo fallecido en diciembre de 2009- y el comprensible desconcierto de los investigadores frente a esas técnicas de construcción –se ha comprobado, que ni siquiera los terremotos son capaces de afectarlas- la acústica tan especial de sus cámaras –posible modelo de templos posteriores- y la sabia elección de los lugares.
De hecho, si seguimos la trayectoria de éste dolmen, veremos que coincide con el de Sorginetxe, en una línea que apunta hacia las estribaciones de la Sierra de Urbasa, donde se localiza la ermita prerrománica de Nª Sª de Elizmendi, y aún más allá, otra pequeña ermita, hoy en día muy reformada, que lleva el que quizás sea el nombre clave de ésta larga cadena humana: Andra Mari.




(1) Xavier Musquera: ‘Megalitos, huellas de la civilización Madre’, América Ibérica S.A., 1990, página 7.
(2) Juan Eslava Galán: 'Mil sitios que ver en España al menos una vez en la vida', Editorial Planeta Madrid, S.A., edición para Círculo de Lectores, 2009, página 737.


domingo, 20 de mayo de 2012

Santuarios peregrinos de Álava


Numerosos y variados son los lugares de culto y tradición que se encuentra el peregrino en su largo caminar hacia los confines del Ocaso. Los hay, que destacan por su magnificencia; otros, aunque parezca una incongruencia, por su aparente sencillez; y aún se pueden encontrar aquéllos, que soportan la llama olímpica del más hipotético de los desconocimientos. Me gustaría pensar, y de hecho, así lo creo, que los dólmenes pertenecen a este último grupo. Por eso, por convencimiento de que también fueron lugares de sacro culto, los incluyo aquí.
Álava es una provincia de contrastes y santuarios. Lo sabe el peregrino que atraviesa la dureza de sus montes y retoza sus ojos con el suave verdor de sus praderas. Dólmenes, ermitas, iglesias e incluso basílicas son piezas fundamentales en ese Camino Ansar que bajo la tutela de la Osa Mayor, se convierte en una búsqueda de sus Antepasados, porque sin encontrarlos a ellos, difícilmente podría llegar a encontrarse a sí mismo.
Por su trascendencia, y por qué no decirlo también, por su misterio y por su belleza, quiero incluir aquí, y hacerlo de una manera personalizada, aquéllos santuarios con los que me tropecé, no hace siquiera un mes, cuando con ojos de colono, contemplaba unos escenarios hasta entonces absolutamente desconocidos para mí. Mi primer contacto con Euskadi, ha sido, prácticamente, por buena parte de la Álava. Y de ésta provincia, y de algunos de sus santuarios, quiero dejar, en lo posible, cumplida presencia en este blog.
Bienvenidos, pues, a los santuarios peregrinos alaveses.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Se hace camino al andar...o cuanto más lejos del sillón, mejor


Habrá, quizá, quien piense que mi narcisismo se va incrementando día a día. Y nada más lejos de la realidad. Hasta el momento, puedo asegurar, y de hecho, aseguro, que no me siento en absoluto atacado por tan mórbida enfermedad, aunque reconozco que todas las opiniones son muy respetables. Con respecto a ellas, no obstante, hace mucho tiempo que hago propia la proverbial frase de ese entrañable genio popular, que fue Gila. Bien hablando con el enemigo o concediendo entrevistas, cuando le preguntaban por ellas, siempre decía que son como el culo, todos tenemos uno. Por lo tanto, todos tenemos derecho a opinar como mejor consideremos o nos parezca, aunque haciéndolo muchas veces no podamos evitar, de paso, juzgar.
Ahora bien, hecho con humor festivo, también este pequeño vídeo y ésta breve entrada, no tienen otro sentido o fundamento que hacer ver el esfuerzo tan extraordinario que supone abandonar la comodidad del sillón y la magia instantánea de internet, para personarse en esos lugares que nos interesan, que nos inquietan y que nos atraen, y luego compartir experiencia con personas que, presublimente, sienten tus mismas inquietudes, sabiendo que tenemos al alcance de la mano un hermoso país. Un país multiplural y variopinto, que se ve arropado por un patrimonio artístico, histórico y cultural de primera magnitud.
Esta presentación, es una pequeña recopilación de fotos que me sacó hace unas semanas, en plena faena, un Maestro y compañero de Camino, a quien no sólo estimo, sino que también respeto por encima de todo. Y de eso se trata, de respeto.
Respeto del que no sólo carecen, por desgraica, algunas personas, sino también, y eso es lo más grave, algunos medios de comunicación -fantasmagóricos, como diría otro afectado amigo- que, como piensan que la red es un coto libre de caza, no se amilanan en absoluto y cogiendo sin permiso todo aquello que se les pone por delante -basándose en el ridículo argumento de que como el blog no tiene copyright...-, arramplan por las bravas, lucrándose a costa del esfuerzo de otro; y lo que es aún más grave, confundiendo al personal y mezclando en supuestos fraudes a terceros, a quienes la historia del articulista avispado de turno ni les va ni les viene.
A este que véis aquí en varias posturas, encorvado, alzándose en cuclillas por el estrecho ventanal del ábside de una ermita cerrada a cal y canto, soportando mares de lluvia, chapoteando por el barro o buscando dólmenes allá, donde Pericote perdió la madreña, no le resulta fácil  ni gratuíto pegarse esas palizas. Sólo por eso, creo que se merece una migaja de respeto. Le conozco bien y nunca ha sido avaro; es más, sé positivamente que siempre que le han pedido algo con cortesía y educación -¡qué menos!- ha procurado compartirlo sin poner condiciones ni pedir nada a cambio. Se comparte o no se comparte, así de fácil, y creo y repito que este loco de los caminos, siempre ha sabido compartir. Así que, estimado amigo o amiga: si te gusta algo y lo necesitas, pídelo, pero no lo robes. Muchas gracias.


domingo, 13 de mayo de 2012

Tras las huellas del Maestro Frassinelli


‘Acabo de recibir su papeleta mortuoria. Murió en Corao, entre los vestigios de la antigua colonia romana; cerca de Santa Eulalia de Abamia, donde estuvo el sepulcro del Rey Pelayo; a corta distancia de Covadonga, donde dejará recuerdo imperecedero; a la vista de las Peñas de Europa, teatro de su vida salvaje y aventurera, y objeto de la pasión que le hizo olvidar todas las comodidades de la civilización y todas las aspiraciones de la vida…’ (1)

Hubo un extraordinario teósofo español, Mario Roso de Luna, al que popularmente se conoce como el Mago de Logrosán, que tuvo la fortuna de conocerlo personalmente. Debió de ser un encuentro notable, sobre todo cuando éste –como narra en su peculiar novela El Tesoro de los Lagos de Somiedo- comenzaba a adentrarse en el fabuloso mundo cultual astur, de la mano de Miranda, al que no tuvo ningún reparo en considerar como uno de los grandes adeptos de lo que en aquéllos tiempos se denominó como la Gran Fraternidad Astur, cuyo rastro, al menos en la actualidad, resulta poco menos que imposible de seguir. Tal admiración, como digo, sintió por la figura de este enigmático personaje de origen alemán, que a partir de entonces, comenzó a referirse a él como el Maestro de los Montes Herbáceos. No obstante la Justicia, por norma general ciega e incluso sorda con los humildes, ha querido revestirse de sentido común, al menos por una vez, y hacer que el nombre de Roberto Frassinelli quede definitivamente ligado al sobrenombre por el que era popularmente conocido: el alemán de Corao. Y esto, no es una cuestión baladí: si uno se persona en Corao preguntando por Roberto Frassinelli, posiblemente obtenga la duda por respuesta; ahora bien, si pregunta por la casa del alemán de Corao, todos sabrán orientarle.
Corao, para entrar un poco en situación, es un encantador pueblecito situado a escasos kilómetros del Gran Santuario de la Diosa Madre, que es Covadonga. Se localiza al pie de esa carretera AS-114 que, aproximadamente, cuarenta kilómetros más allá, desemboca en esa llave a los Picos de Europa, que es la pintoresca villa de Panes. Aproximadamente a un kilómetro de su casco urbano, en un altillo, se localiza también uno de los más emblemáticos templos del Principado: Santa Eulalia de Abamia. Un templo que, según la tradición, fue mandado construir por Don Pelayo, y en el que fueron enterrados éste y su esposa Gaudiosa. Aún cerrado a cal y canto, en su interior todavía se conservan ambas lápidas sepulcrales, así como los restos de este singular personaje, que fue Roberto Frassinelli, el alemán de Corao. Restos que, en un principio, recibieron cristiana sepultura en un nicho del pequeño cementerio situado a escasos metros de la iglesia. Una iglesia, que ha visto cómo las últimas reformas llevadas a cabo, la han restado no sólo buena parte de su atractivo original –de este detalle, tuve ocasión de comprobar el disgusto de los vecinos-, sino también numerosos elementos que, no cabe duda, hubieran sido claves para intentar desglosar el gran enigma de su curioso mensaje. Parte de este enigma, se puede apreciar aún en las labras de su portada principal. Una portada, en cuya visión uno se estremece, viendo por un lado la tortura a que son sometidos los condenados en el infierno –sobre todo observando cómo un pobre infeliz, está siendo cocido vivo por un demonio- y por el otro, la resurrección de los muertos, saliendo éstos de la prisión de sus ataúdes, aunque siendo atentamente observados por la terrible figura del que quizás sea el animal más persistente de la fascinante mitología astur: el Cuélebre. Del lado de los condenados, se aprecia también una hermosa talla que muestra a un demonio arrastrando de los pelos a un personaje. Algunos opinan que se trata de una mujer, dado su largo cabello, aunque sin tener en cuenta que los antiguos astures se dejaban el pelo largo (2), tal y como queda consignado en varias fuentes clásicas. Aquí, la tradición insiste en afirmar que se trata del traidor obispo godo, Don Oppas. En este lugar, ha de tenerse en cuenta, así mismo, que se levantaban tres dólmenes, de los que no queda rastro alguno, como tampoco queda rastro de las numerosas lápidas romanas que había en Corao y sus alrededores, muchas de las cuales indicaban lo costoso que había sido para las legiones romanas tomar este territorio.


A este respecto, es interesante hacer notar que en el referido discurso póstumo de Alejandro Pidal y Mon, se añade lo siguiente, con respecto a Frassinelli: las inscripciones copiadas por éste eran más fáciles de descifrar que los originales esculpidos en las antiguas piedras, y las carteras del arqueólogo alemán conservan los restos de monasterios y castillos que descubrió en sus largas correrías a pie, en los más apartados valles de las más remotas montañas, y de los que ya no existe ni la más lejana memoria.
Seguir el rastro de las colecciones de Frassinelli, es poco menos que imposible en la actualidad. Muchos de sus dibujos, quedaron en manos de amistades, cuyo legado, supongo que se habrán ido transmitiendo de generación en generación y otros muchos descansan en bibliotecas inaccesibles, como el Palacio Real e incluso en el mismísimo Monasterio de El Escorial. Dibujos que, de poderse consultar, estoy seguro de que arrojarían una luz superlativa a la historia cultural del Principado, y arrojarían mucha información sobre monumentos hoy día desaparecido y cuya memoria escrita se fue perdiendo, sucesivamente, en el transcurso de los nefastos años que siguieron a la revolución de octubre de 1934 y el posterior proceso de la Guerra Civil del 36, si bien antes, la desamortización de Mendizábal había echado al traste muchos otros.
La Casa de Frassinelli, en Corao, está actualmente en obras. Perteneció a la familia González-Teleña –a escasos kilómetros de Corao, en un alto con unas vistas preciosas, está el pueblecito de Teleña- y fue ocupada por Frassinelli en 1854. Será la futura sede de la colección privada de Don Maximino Blanco del Dago, que contará, según se puede leer en el cartel informativo, con detalles sobre historia local, destacando los apartados de cerámica asturiana, los relojes de Basilio Sobrecueva, la historia de Covadonga y los dibujos de Roberto Frassinelli, aunque de éstos últimos, o al menos de su número, mantengo ciertas dudas, que espero poder satisfacer en un futuro.
Al otro lado de esa mentada carretera general AS-114, y sobre un montículo enclavado en propiedad privada, se puede avistar la famosa Cueva del Cuélebre, donde Frassinelli realizó excavaciones, consiguiendo extraordinarias piezas arqueológicas que, según tengo entendido, regaló a sus amistades. Es significativo detenerse unos segundos a meditar y pensar que algunas veces, las leyendas se revisten de cierto halo de verdad, pues en la mitología, el temible Cuélebre era el guardián por excelencia de ricos tesoros.
No muy lejos de Corao, aproximadamente a un par de kilómetros, o a lo sumo tres, el pueblecito de La Estrada cuenta con una pequeña joya, igualmente cargada de leyendas: el Santuarín o Capilla de las Ánimas. Se trata de una pequeña capilla del siglo XVIII, única superviviente de las que jalonaban el camino Real, y a la que asocian numerosas leyendas, en las cuales aparece no sólo la figura del demonio, sino también la del sempiterno Cuélebre, alguna de las cuales, comentaré en una próxima entrada.
Covadonga y Frassinelli, están íntimamente ligados. De hecho, el diseño de la Basílica está basado –aunque no respetado en su totalidad- en los diseños de este singular personaje, que fue arqueólogo, dibujante, arquitecto, bibliófilo, literato, botánico y médico y que gracias a él, se salvó buena parte del legado ancestral asturiano, y que merece el honor de un libro aparte, cuando menos. Puede ser una tarea de futuro...
Un personaje extraordinario, Don Roberto Frassinelli y Burnitz, frente a cuya vida no puedo, si no, hacer propias las palabras de Roso de Luna, al final de la primera parte de su entrañable novela (3):

¡Las campanas del Santo Graal astur, sonaban, sonaban, hablaban, con el majestuoso tema wagneriano, y yo, pobre e ignorante Parsifal, precedido de Miranda, mi Gurnemanz, caía de hinojos anonadado, presa mi alma del estupor del infinito!...




(1) Pidal y Mon, Alejandro: ‘Discursos y artículos literarios’, Madrid, Ed. Trillo, 1887, pp. 351-360.
(2) Como, por ejemplo, en Estrabón, y como también refieren algunos viajeros modernos, basados en estas mismas fuentes, como Francisco de Paula Mellado, quien, en sus Recuerdos de un viaje por España, Ediciones de Arte y Costumbres, S.A., 1985, Tomo I, página 87, afirma: ‘…creemos que los astures llevaron como los godos un sayo corto de lana o de piel, grandisimos calzones muy forrados, y la cabellera larga y partida sobre la frente, pues así aparecen representados en dos monumentos de diversa época, pero de igual autoridad histórica, que son la columna de Arcadio en Constantinopla y la portada del monasterio de San Pedro de Villanueva, media legua de Cangas de Onís’.
(3) Mario Roso de Luna: ‘El tesoro de los lagos de Somiedo’, Editorial Eyras, 1980, página 94.

Publicado en STEEMIT, el día 12 de febrero de 2018: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-maestro-de-los-montes-herbaceos-i

jueves, 3 de mayo de 2012

Lagos de Covadonga: breve crónica de una excursión al misterio


'...antes de las siete ya estaba, paso a paso, caminando hacia el lago, deseoso de extasiarme ante el claro espejo de sus aguas diáfanas, y ver de cerca el lugar de aquel progidio que había leído antaño en Los Doce Césares del romano Suetonio, de que, al ir Galba a tomar posesión de la prefectura Tarraconense, cayó del cielo un rayo en el lago Cantábrico o Enol y aparecieron doce hachas de piedra, señal inequívoca, decían, de estar llamado el nuevo gobernador a vestir la púrpura de los Césares'. (1)

Mea culpa: emprendí este viaje, siguiendo las recomendaciones de un intrépido Caballero de la España Mágica, como fue aquél atrevido caminante llamado Juan García Atienza, recientemente fallecido. Dicen que todo viaje es un sueño; incluido el más largo de todos, aquél cuya amarra es cortada súbitamente por la Parca, para facilitarnos el retorno a los orígenes de la tierra. Tal vez Juan, instalado plácidamente al otro lado del espejo, haya encontrado respuestas a los múltiples interrogantes que se fue planteando en su incansable caminar. Puestos a especular -quizás porque la esperanza sea lo último que se pierde- tal vez se encuentre en estos momentos compartiendo una pinta de ambrosía con Roso de Luna y con Roberto Frassinelli, dos singulares personajes sobre cuya vida también especuló, y quienes, años, siglos quizá o incluso distancias estelares antes que él, emprendieron este mismo camino, deseosos, no cabe duda, de llevarse consigo algo más que el recuerdo de un lugar especial y evidentemente, inolvidable.
Hay santuarios, repartidos a lo largo y ancho de todos los caminos, que conservan entre sus muros inestimables objetos ancestrales; reliquias sagradas, que en muchos casos se ven alteradas y despedazadas por manos peregrinas que desean suerte y protección en su camino. Tal fenómeno ocurre, incluso, con algunas imágenes Crísticas con fama de milagrosas, como el Cristo del Relicario, de la Colegiata de San Pedro de Teverga o, como tuve ocasión de comprobar a finales del pasado mes de enero, con el Cristo de los Milagros que veneraban los templarios de Ponferrada: a ambos, curiosamente, les falta el dedo índice de la mano derecha. ¿Casualidad?, lo dudo mucho. ¿Deterioro involuntario?, pudiera ser. ¿Premeditación mesiánica?, posiblemente. Porque a veces, la fe y la pasión traspasan los límites del respeto -independientemente de las creencias- y seducen al hombre a cometer actos de injustificable sacrilegio.
A diferencia de éstos, otro acto sacrílego sería, en mi opinión, acudir a un Santuario ancestral, como es Covadonga y su entorno, y no dejarse seducir por la experiencia de saberse en un lugar mítico, sagrado y especial, cuyos efluvios antediluvianos atraen el corazón con la fuerza incontenible de un imán.


Si bien mi ascensión a los Lagos se produjo de manera similar a como Roso describe en su novela su propia experiencia, a diferencia de éste, yo ascendí los once kilómetros que separan Covadonga de los Lagos, plácidamente acomodado en una cabalgadura veterana que, sumisa e incansable en estos ocho años de trote ininterrumpido por esos infinitos caminos, ha sabido ser un amigo fiel, aunque a veces tuviera que regresar a casa con el honor en entredicho, ayudándose de una oportuna muleta llamada grúa. Dos veteranos, pues, compartiendo aventura y buscando fantasmas en lo más excelso del Santuario de la ancestral Diosa Madre.
La carretera, estrecha y sinuosa, transcurrre como algo impropio, antinatural, por valles y quebradas donde la vegetación, en mayor o menor medida, ocupa un lugar de dominio y privilegio. Ésta es más exhuberante en los primeros tramos, allí donde bosque y selva se confunden y la zarza, a falta del capricho romántico de la piedra, se enreda alrededor de los troncos de los árboles, proporcionándoles una túnica natural de color verde oscuro. Helechos y espinos -plantas simbólicas relacionadas con todo camino de iniciación- protegen la superficie de una tierra en cuyo interior se ocultan y sobreviven con fuerza ancestrales raíces. La mejor perspectiva del monte Auseba y el Santuario se aprecia, posiblemente, desde el primero de los miradores que el viajero se encuentra en su camino: el Mirador de los Canónigos. Quiero pensar que en esos mismos bancos, a la dulce frescura de la sombra, Roso recuperó aliento en su atrevida ascensión -incluso en la época en que describe su visita al lugar, principios del siglo XX, la afluencia de gente había colmado todas las cabalgaduras- y Frassinelli soñó una obra de Arte, encontrando la inspiración para los bocetos de la futura Basílica, aunque éstos no fueran finalmente respetados en toda su extensión.
Aproximadamente tres kilómetros más arriba, otro mirador, denominado de la Reina -no resultará nada extraño, encontrar en el Principado miradores y caminos de peregrinación con semejante nomenclatura- exige una nueva parada. La vegetación se torna más huidiza y tal vez por ello, la visión de un paisaje fundamentalmente montañoso se vuelve, cuando menos, más romántica y espectacular: los bancos de niebla ascendiendo desde lo más profundo de los valles, filtrándose como el telón de fondo que oculta a la Estantigua, o a la Güestia o a la rondalla de almas en pena, si se prefiere, entre las cuñas de unos montes en gran parte vírgenes; las pequeñas aldeas, balanceándose en las laderas como barquitos de papel entregados a las airosas caricias del viento; los humores de las cocinas que calientan el primer café de la mañana, liberándose del abrazo mancilloso del hollín de las chimeneas; las rapaces, oteando en círculos en un cielo que hasta ayer mismo estuvo cargado de nubes; los ciervos, retornando prudentes al cobijo que les proporciona lo más profundo e inaccesible de los bosques... Y hacia el norte, allá donde el asfalto de los hombres no puede llegar, el faro eterno, inmutable y nevado de los Picos de Europa.

Podría decirse que uno se topa prácticamente de bruces con el primero de ellos, el lago Enol -o Cantábrico- apenas se sale de una de las innumerables curvas del camino. Es un ojo azul, inmutable, quizás de cíclope que, no obstante, transmite la fría magnificencia de las estrellas, protegido por unos párpados de color verde esmeralda, que no son otros que aquellos que forman la hierba que se despliega a su alrededor. Sus aguas, tranquilas, transmiten una extraña paz, y no descartaría que en lo más profundo morara una arcaica xana, pues contemplándolas, juro que uno siente deseos de sumergirse en ellas y liberar para siempre todas y cada una de sus frustraciones. Aunque ahora bien, dejando aparte las fantasías particulares, algo de especial debe de tener este pequeño ombligo acuoso, pues en él situó Suetonio el episodio mágico de Galva, donde narra que, cuando se encontraba precisamente aquí, cayó un rayo del cielo y aparecieron doce hachas -número que se presta a numerosas conjeturas- que los augures vaticinaron como señal inequívoca de que el militar romano estaba predestinado a vestir la púrpura de los Césares. Sin embargo, algunas fuentes sitúan este episodio en otro lugar: en un lago de Medina de Pomar, en plenas Merindades burgalesas.
El lago Ercina -¿Encina, árbol sagrado de los antiguos moradores céltico-astures que habitaron estos pagos?- hemos de situarlo kilómetro y medio o tal vez dos kilómetros más adelante. Más cercano al fondo glaciar de los Picos de Europa y su imponente panorámica, su visión es como un espejismo: otro ojo polifémico, abriéndose al sol de la mañana y surgido en mitad de una verde pradera. Desde luego, es menos discreto que su hermano, el Enol, sensación en la que influye, no cabe duda, el aparcamiento anexo al restaurante habilitado apenas a algunas docenas de metros de sus orillas. Pero no cabe duda de que es igual de hermoso que aquél. Su hermosura, como la hermosura del lago Enol, instantes después de contemplarlos, parece sobrenatural y de alguna manera, recuerda a esas praderas celestiales que constituían el Valhalla o Paraíso -comparativamente hablando- de los indios norteamericanos. Lugares idílicos, aún a pesar de la interminable afluencia de visitantes. Creo que a dos o tres kilómetros a partir de este punto, hemos de situar el pequeño lago glaciar en el que se bañaba ascéticamente Roberto Frassinelli; lugar que, en homenaje a este Maestro que pasaba largas temporadas en estas maravillosas soledades, se conoce como el Pozo del Alemán.
Todos los regresos tienen un agridulce sabor. De vuelta a Covadonga, aún extasiado o quizás más bien, embriagado de belleza, imposible no dejarse llevar por un repentino sentimiento de pérdida. Me pregunto, si quizás es cierto que en el fondo de estos lagos mora el espíritu de una xana y su influjo, como una maldición, acompaña a todo aquél que sube hasta aquí por primera vez. A diferencia de Frassinelli, aún no he decidio instalarme en sus cercanías. Pero nunca se sabe: hay voces que trascienden incluso el tiempo. Y el tiempo, en definitiva, es el Gran Burlador. Seguir las huellas de los Maestros es una empresa ardua, pero también gratificante, en la que uno no sabe nunca lo que va a encontrar.

(1) Mario Roso de Luna: 'El tesoro de los lagos de Somiedo', Editorial Eyras, 1980, página 307.

Publicado en Steemit, el día 2 de junio de 2018: https://steemit.com/life/@juancar347/los-lagos-de-covadonga-breve-cronica-de-una-excursion-al-misterio