domingo, 12 de junio de 2011

Puente la Reina-Gares

En el principio estaba el puente, afirmaba el historiador navarro José María Jimeno Jurío a quien, entre otras obras de interés, debemos agradecer un excelente monográfico acerca de la vecina ermita octogonal de Santa María de Eunate (1). Pero aparte del Puente y de constituir ese Axis Mundi Jacobeo donde todos los Caminos se hacen Uno, Puente la Reina es un bastión simbólico que atrae la percepción del peregrino a todo lo largo y ancho de su inmemorial Calle Mayor.

El viaje simbólico, como una jugada imaginaria de ese inmemorial Juego de Caminantes, comienza apenas dejado atrás el albergue de los Padres Reparadores, situados ya a pie del pórtico de entrada a la iglesia templaria del Crucifijo (2), donde el peregrino se siente integrado en una jugada afortunada, que le indica que lleva el camino correcto, cuando vislumbra, en el primer capitel de la izquierda, un signo de éxito y avance: dos ocas felizmente unidas por sus cuellos. Despues, aproximadamente en el centro del arco de medio punto, y entre una gran variedad de figuras simbólicas, vislumbrará un curioso rostro, con la boca abierta, en actitud de soplar que, en sentido figurado, le insuflará aliento o fuerza vital para continuar su camino. Pero no lo hará nunca, antes de entrar en la iglesia y meditar unos minutos frente a otro de los Símbolos Primordiales de Puente la Reina y el Camino Jacobeo: el Cristo renano del siglo XIV, crucificado sobre una cruz con forma de Pata de Oca.

El Viaje, lejos de terminar, se hace puramente argonáutico a partir de aquí, y continúa algunos metros más adelante, sin abandonar nunca esa ancestral Calle Mayor, que como una entrañable aya -que sabe más por vieja que por aya- nos conduce a las puertas de otro templo de visita ineludible. Un templo donde Maitre Jacques, el Santo Patrón, nos recibe en su acepción de Beltza -o como diría cualquiera de las tres antiguas Maris desaparecidas (3), no os extrañéis, hijas de Jerusalén, de que mi piel sea negra, es que me la ha tostado el sol- y este color, el negro, se nos vuelve a hacer presente con el hermanamiento que existe entre esta ciudad de Puente la Reina y Segovia, con el vínculo de una cuarta Virgen Negra, la Soterraña, que mora en las profundidades del Monasterio de Santa María la Real de Nieva y vuelve a recordarnos los antiguos misterios. Misterios que continúan más abajo aún, al comienzo de ese puente con forma de lomo de asno -no olvidemos que el asno, aunque menos elegante quizás que el caballo, siempre ha cumplido, como éste, una importante misión como portador del Conocimiento- donde ya no veremos a la Virgen del Puy que custodiaba el paso del río Arga, pero donde hay que poner siempre mucha atención por si acaso algún día la fortuna nos brinda la ocasión de encontrarnos, ya convertidos en auténticos Peregrinos, con ese mágico Txori, que nos limpie también la cara y nos alivie los sufrimientos del Camino.

Y si después de este pequeño viaje iniciático, queremos meditar en paz sobre todo cuanto real o imaginario hemos contemplado durante nuestra visita, nada mejor que hacerlo cómodamente sentados en una terraza, en compañía de un buen vaso de vodka con naranja y rodeados de Amigos del Camino con los que, aunque no se cruce una palabra, una simple mirada basta para saber que, después de todo, Todos -y perdón por la redundancia- caminamos en la misma dirección.

Puente la Reina-Gares: un lugar inolvidable.






(1) José María Jimeno Jurío: 'Eunate, hito jacobeo singular', Colección Panorama nº26, 1ª reimpresión, Gráficas Lizarra, 2003.

(2) Antiguamente, se denominaba Santa María del Orzs, de los Huertos, y perteneció al Temple hasta años después de la extinción de la Orden, en que pasó a ser propiedad de los Hospitalarios.

(3) Santa María de Eunate, Santa María de los Huertos y aquélla otra que residía al comienzo del Puente y recibía cada amanecer la visita del pájaro Txori que le limpiaba la cara, la Virgen del Puy.