Colmenar de Oreja, como muchos
otros pueblos más o menos cercanos a Madrid, cuenta en su haber con una antigua
y rica génesis, que generalmente suele pasar desapercibida, pero que, apenas
uno se permite la licencia de husmear en sus rastros más significativos, siente
que no puede evitar dejarse llevar por la imperiosa sensación de que fue más
importante de lo que aparenta en la actualidad y de que, después de todo, sus
pies, aún con infinitas modificaciones producidas por los avatares del tiempo,
pisan Historia Antigua . No sólo en ese haber cuenta con vestigios de
poblaciones que se remontan, cuando menos, a la Edad del Hierro, sino también
con importantes testimonios de las culturas íbera y romana, que consideraron una
suerte de ideal disposición asentarse en las fructíferas riberas del Tajo, sino
también con la posterior presencia árabe en ésta, la antigua Aurelia, como así
la bautizaron los conquistadores romanos, en honor de su augusto emperador.
Éstos fueron definitivamente desalojados en el año 1139, cuando el rey Alfonso
VII conquistó definitivamente la ciudad, otorgándole su correspondiente Fuero.
Tal y como ocurría generalmente en las cruentas batallas de la Reconquista, las
órdenes militares, siempre a la vanguardia, jugaron un importante papel; de
manera, que no ha de extrañarnos, que la sangre de sus mártires tuviera como
pago no sólo la concesión de grandes honores, sino también el otorgamiento de
extensos territorios. Colmenar de Oreja, la antigua Aurelia, fue entregada en
el año 1171, por el rey Alfonso VIII a la Orden de Santiago, siendo maestre
Pedro Fernández de Fuentecalada, a quienes se reconoce la construcción de la
imponente iglesia-castillo de Santa María la Mayor, situada justamente detrás
de la monumental Plaza. Y reitero lo de iglesia-castillo, porque esta singular
construcción –iniciada en el siglo XIII y posteriormente remodelada en el siglo
XVI-, aprovechó el antiguo castillo conquistado a los árabes para fomentar sus
cimientos. Destaca, en su interior –como así se puede constatar todavía en
algunas grandes catedrales, como la de Zamora y la de Sigüenza- el enorme
mural, situado en un lateral, que muestra parte de los mitos antiguos
reconvertidos al Cristianismo: la espléndida y enorme figura del Christóphoro o Portador de Cristo, popularmente conocido como San Cristobalón. Las
pinturas de la cabecera, modernas, como el hijo predilecto de la Villa que las
pintó y del que se hablará en una próxima entrada –Ulpiano Checa-, muestran la Presentación en el Templo y la
Anunciación. Si bien en el monumental Retablo Mayor, se localizan varias
figuras marianas, destaca, situada en un lateral, la presencia de una curiosa
imagen gótica que, aun conservando su condición de theothókos, muestra a la
Madre y al Hijo compartiendo el Conocimiento por medio de un libro
abierto entre ambos.