viernes, 29 de enero de 2016

Colmenar de Oreja: Santa María la Mayor


Colmenar de Oreja, como muchos otros pueblos más o menos cercanos a Madrid, cuenta en su haber con una antigua y rica génesis, que generalmente suele pasar desapercibida, pero que, apenas uno se permite la licencia de husmear en sus rastros más significativos, siente que no puede evitar dejarse llevar por la imperiosa sensación de que fue más importante de lo que aparenta en la actualidad y de que, después de todo, sus pies, aún con infinitas modificaciones producidas por los avatares del tiempo, pisan Historia Antigua . No sólo en ese haber cuenta con vestigios de poblaciones que se remontan, cuando menos, a la Edad del Hierro, sino también con importantes testimonios de las culturas íbera y romana, que consideraron una suerte de ideal disposición asentarse en las fructíferas riberas del Tajo, sino también con la posterior presencia árabe en ésta, la antigua Aurelia, como así la bautizaron los conquistadores romanos, en honor de su augusto emperador. Éstos fueron definitivamente desalojados en el año 1139, cuando el rey Alfonso VII conquistó definitivamente la ciudad, otorgándole su correspondiente Fuero. Tal y como ocurría generalmente en las cruentas batallas de la Reconquista, las órdenes militares, siempre a la vanguardia, jugaron un importante papel; de manera, que no ha de extrañarnos, que la sangre de sus mártires tuviera como pago no sólo la concesión de grandes honores, sino también el otorgamiento de extensos territorios. Colmenar de Oreja, la antigua Aurelia, fue entregada en el año 1171, por el rey Alfonso VIII a la Orden de Santiago, siendo maestre Pedro Fernández de Fuentecalada, a quienes se reconoce la construcción de la imponente iglesia-castillo de Santa María la Mayor, situada justamente detrás de la monumental Plaza. Y reitero lo de iglesia-castillo, porque esta singular construcción –iniciada en el siglo XIII y posteriormente remodelada en el siglo XVI-, aprovechó el antiguo castillo conquistado a los árabes para fomentar sus cimientos. Destaca, en su interior –como así se puede constatar todavía en algunas grandes catedrales, como la de Zamora y la de Sigüenza- el enorme mural, situado en un lateral, que muestra parte de los mitos antiguos reconvertidos al Cristianismo: la espléndida y enorme figura del Christóphoro o Portador de Cristo, popularmente conocido como San Cristobalón. Las pinturas de la cabecera, modernas, como el hijo predilecto de la Villa que las pintó y del que se hablará en una próxima entrada –Ulpiano Checa-, muestran la Presentación en el Templo y la Anunciación. Si bien en el monumental Retablo Mayor, se localizan varias figuras marianas, destaca, situada en un lateral, la presencia de una curiosa imagen gótica que, aun conservando su condición de theothókos, muestra a la Madre y al Hijo compartiendo el Conocimiento por medio de un libro abierto entre ambos.