sábado, 21 de junio de 2014

Villacibio: eremitorio de San Pelayo


La tercera punta del tridente o imaginaria pata de oca que conforma esta pequeña pero interesante ruta mágica, se localiza a ocho kilómetros de Olleros y a cinco kilómetros escasos de Mave y Santa María de Mave. Siguiendo una carretera comarcal que se adentra en las peculiaridades de un hermoso paisaje, donde campos de labor y monte bajo se alternan a uno y otro lado con melancólica indiferencia, dejamos atrás el pequeño pueblo -sería mejor decir poblado o aldea- de La Rebolleda y dos kilómetros más adelante, antes de llegar a Villacibio, hemos de tomar un pequeño sendero rural que aparece repentinamente a nuestra derecha. A diferencia de muchos lugares del norte, un cartel bien visible a pie de carretera, nos avisa oportunamente del lugar al que queremos dirigirnos: el eremitorio rupestre de San Pelayo. O lo que vendría a ser lo mismo, pero antes de la cristianización y de los Concilios de Toledo de 609 y 610 contra los veneratore lapidi: San Pelagio o San Pelasgo.
 
El sendero es desigual, sin asfaltar y lleno de baches, pero se puede superar fácilmente con paciencia y una velocidad lo suficientemente moderada, como para hacernos disfrutar de las peculiaridades de un terreno que aún recuerda, en su morfología, parte de esos misteriosos bosques, que seguramente debieron de ser poco menos que impenetrables antes de que las diferentes generaciones humanas se dedicaran a devastarlos para transformarlos en productivos campos de labor. A poco de penetrar en él, veremos, también a nuestra derecha, parte del espinazo de una Madre Tierra, que hace miles, millones de años practicó los primeros partos sin dolor en los más profundos abismos pleistocénicos. No resulta difícil confundirse y pensar que en él se encuentra el eremitorio que buscamos. Pero no, hay que continuar sendero arriba, sorteando de la mejor manera posible los baches que nos salen al encuentro, durante unos trescientos metros. Recorridos éstos, y apenas doblada una curva, el espinazo al que hacíamos referencia, parece volver a surgir de las entrañas de la tierra, recordándonos, en su forma, esas murallas que rodeaban a los antiguos castros. Desde aquí, y mirando desde la punta del espinazo hacia el frente y nuestra izquierda, veremos una impresionante panorámica del valle.
 
Mencionado ya en cierto documento fechado el año 1155, los arqueólogos, según se puede leer a duras penas en un descolorido cartel situado en las proximidades de la entrada principal, en la que una cancela de hierro impide el acceso, dudan entre la posibilidad de que fuera iglesia o cementerio. Menos espectacular y también menos grande que el espolón que sirve de base a la iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor, en Olleros de Pisuerga, éste eremitorio tan sólo consta de una nave, donde en la cabecera se observan dos pequeñas oquedades, a modo de capillas absidiales, cuya forma recuerda las puertas de herradura de la arquitectura mozárabe. Un buen ejemplo de ello, sería la puerta de acceso a la ermita soriana de San Baudelio de Berlanga. En ellas, aún se aprecian diminutas oquedades cuyo fin parece claro que era el de guardar objetos de culto o quizás reliquias, que tanto proliferaron antes, durante y después de la Edad Media. Es posible que, a semejanza de la iglesia de Olleros, también aquí hubieran existido, en tiempos, retazos de arte prehistórico, perdidos definitivamente hoy día, sustituidos por toscas cruces labradas en las paredes.
 
De cualquier manera, y aparte de la impresión de que se ha perdido parte de una historia que todavía permanece prácticamente desconocida en los abismos insondables del tiempo, la sensación más generalizada que se experimenta, sobre todo si se accede al lugar en solitario, es de completo aislamiento. Una sensación de paz, que posiblemente se sienta con una intensidad inaudita, sobre todo en aquellos espíritus acostumbrados a la salvaje barbarie de las grandes ciudades.

martes, 17 de junio de 2014

Santa María de Mave


Siguiendo esta pequeña pero sugerente ruta mágica por el corazón de esta parte de la palentina Tierra de Campos, supongamos que en el centro de una imaginaria pata de oca, custodiando de cerca los enclaves sagrados formados por la iglesia rupestre y el castro cercano a Olleros de Pisuerga, así como el pequeño eremitorio de San Pelayo, situado en el término municipal de Villacibio, las pequeñas poblaciones de Mave y Santa María de Mave, comparten en lo más profundo de sus cimientos una historia lejana, que tiene como base el establecimiento de una comunidad benedictina, que al amparo de la Regla de San Benito, dejó profunda huella en el lugar, con la típica forma y los privilegios de un fantástico monasterio, que aunque venido a menos con el paso de los siglos y reconvertido en la actualidad en un privilegiado complejo hostelero deja entrever, no obstante, parte de esas grandiosidad que lo caracterizó un día.
 
Situada, aproximadamente, a tres kilómetros de Olleros, aún se puede apreciar, en su iglesia, la planta basilical que caracterizaba a las construcciones visigóticas. Su cabecera, dotada, así mismo, de tres ábsides en los que sobresale el ábside central, muestra, aunque bastante deteriorados en algunos casos, unos interesantes canecillos, cuyas temáticas muestran, entre su diversidad, las típicas presencias de elementos foliáceos, algún que otro músico y aunque amordazadas sus patas y su cuello por una cuerda, la siempre relevante presencia de un animal reconocido y a la vez querido por todo peregrino: la oca.


La hiedra que se adhiere a las paredes de las antiguas dependencias monacales -como se ha dicho, reconvertidas en hotel en la actualidad-, así como la presencia de las emblemáticas y siempre bien vistas cigüeñas anidando en la espadaña, ofrecen al conjunto una nota de pinturesca melancolía, que transmite al espíritu vibraciones perdidas de tiempos pasados.
 
A cinco kilómetros de distancia, y recogido sobre un lugar no menos pinturesco, tranquilo y solitario, nuestra próxima parada: el eremitorio rupestre de San Pelayo.

sábado, 7 de junio de 2014

Rezando en el corazón de la piedra: la iglesia rupestre de Olleros de Pisuerga


No importa si el Camino se desarrolla dentro o fuera de los márgenes previamente establecidos en itinerarios históricos, inmemoriales o recientemente recuperados; y tampoco importa si los lugares que visitamos han de aportarnos exclusivamente hitos, indulgencias o delirios mágico-religiosos. En el fondo, lo que verdaderamente importa es el Camino en sí y todas las experiencias que han de llenarnos y enriquecernos mientras lo recorremos. Bajo este punto de vista, no nos costará mucho imaginar, entonces, que convirtiéndonos voluntariamente en jugadores de excepción y utilizando las singulares propiedades de ese Tablero Mágico por antonomasia, que conoce bien todo peregrino, nos dejemos llevar por el vuelo trascendental de las Ocas, y diciendo adiós, o mejor aún, hasta la vista a Daroca y sus ángeles cantores, nos introducimos, una vez más, en las singularidades y maravillas de una tierra legendaria, como es Palencia. Una vez allí, apartándonos de la monotonía de esa autovía que, numerada con las siglas A67 conduce al viajero hacia Reinosa y las brumas arcanas del reino cántabro, recalemos, por carreteras secundarias, en lugares que no por pequeños, han de parecernos necesariamente irrelevantes. Uno de tales lugares, es Olleros de Pisuerga, un municipio pequeño pero acogedor, en cuyo término se encuentra aquella maravilla que muchos consideran -me congratulo, desde ahora mismo, con ese grito popular de sabia justicia-, como la basílica del eremitismo rupestre: la iglesia de los Santos Justo y Pastor.
El lugar, telúrico donde los haya, se localiza a resguardo de un pueblo cuyas casas conforman una estrecha piña que protege y salvaguarda la entrada. Una solitaria torre de época más moderna -siglos XVII-XVIII- se levanta, como un faro, al pie de un camino que en primavera reverdece con un inusitado cuando no mágico esplendor. Cualquiera diría que es el sonrojo emocionado de una Madre Tierra que comienza a bostezar, abandonando el lecho donde ha permanecido aletargada durante los largos y fríos meses de invierno, aunque soñando con la Vida. De vida y muerte, o si se prefiere, de ciclos inevitables, hay sepulcros antropomorfos, al pie de las cuevas de ese duro costillar de piedra, que aún vacíos, hablan inequívocamente de Historia Antigua. También hay escalones que conducen a una portada neo-clásica, que franquea con respeto todo visitante que penetra en la arteria principal de este auténtico corazón del espíritu. Y es que, una vez que se entra, el espíritu se siente mareado frente al torbellino de siglos que le contemplan desde esas galerías primorosamente labradas en la piedra por mineros espirituales, que buscaban en lo más profundo de la matriz de la tierra, respuestas más allá de un mundo que se debatía en la barbarie de la guerra y el ocaso.
Se estima, por otra parte, que la construcción que se puede admirar en la actualidad, se remonta, cuando menos, al siglo X. Pero quizás pocos saben que en este mismo refugio, mentes del Neolítico o del Paleolítico, dejaron señales del despertar de la conciencia, transmitiendo, posiblemente, esas mismas inquietudes que han acompañado a la Humanidad a lo largo y ancho de su existencia. Sus señales, bien por efecto del tiempo bien por la intransigencia de otros grupos humanos, ya no se pueden apreciar, es cierto, pero estuvieron ahí, demostrando las especiales cualidades de un lugar que, después de todo, nunca dejó de ser sacralizado.
Antecedente de otros lugares de similares características que se localizan, sobre todo, en la cercana zona cántabra de Valderredible, Olleros de Pisuerga constituye, de hecho, la punta del iceberg de una interesante ruta mágica y espiritual, conformado por lugares como el castro de Monte Cildá, el monasterio de Santa María de Mave o el también, aunque más reducido eremitorio rupestre de San Pelayo, en el cercano término de Villacibio.