miércoles, 22 de julio de 2015

Peregrinando por el norte de Burgos


Una espesa niebla se abate fantasmal sobre el desfiladero de Pancorbo, desprendiendo una ligera llovizna que preludia la llegada de un rocío, cuyas imaginarias lentejuelas plateadas se van acrecentando sobre una hierba que se obstina en sobrevivir en el duro suelo de unos caminos montañeses. Hermanada con uno de los múltiples promontorios que a la luz de la luna adquieren, cuando menos, formas mucho más amenazadoras que a la luz del día, una pequeña espadaña y un sagrado campanil avisan y dirigen al peregrino desorientado de la proximidad de un pueblo –llamado también como el desfiladero bajo el que se asienta-, en el que podrá encontrar cobijo y resarcimiento de las penalidades del Camino...

Este podría ser el comienzo de una de las muchas historias, a cual más amena y fantástica, que se pueden vivir en ésta zona, lindante con Álava y La Rioja, donde las rutas no son fáciles para el peregrino, pero la experiencia, a modo de compensación, puede resultar, después de todo, sumamente gratificante, toda vez que a la espectacularidad de unos paisajes verdaderamente arrobadores, se suma la contemplación de una serie de monumentos históricos, artísticos y religiosos, que incluso desde la más miserable ruina a la aparentemente más sencilla ermita rural pueden ofrecer claves de intenso conocimiento, muchas de ellas inesperadas e incluso poco conocidas en general. Es, en ese misterioso terruño de la Vieja Castilla, donde el peregrino e incluso también el curioso o simplemente el viajero, puede encontrarse con ascetas orientales –tipo budas o brahmanes, al lado de sapos, espárragos y peces-, como parte de la ornamentación de una iglesia románica; o toparse con otra Santa Gadea del Cid, que poco o nada tiene que ver con la del famoso episodio cidiano, en cuyas afueras podrá contemplar, no obstante, una hermosa ermita románica dedicada a una figura mariana de curiosa advocación, la Virgen de las Eras, y algunos kilómetros más allá, un monasterio que ha perdido su primitiva belleza, pero cuyo nombre –de La Espina-, está ligado no sólo a la historia de una legendaria aparición mariana, que vendría a sustituir, como el caso de la mencionada de las Eras, los antiguos cultos precristianos del lugar, probablemente dedicados a la figura de la Gran Diosa Madre –también en ocasiones representada en capiteles que suelen confundirse con la lujuria, por las serpientes que maman de los pechos- en muchos casos, sino también a profundos significados alegóricos no desconocidos para todo peregrino: como son sacrificio, iniciación y conocimiento. O las rústicas pero sugerentes, simbólicamente hablando, aves que coronan el tímpano de la pequeña iglesia de Bortedo; la arruinada iglesia de Encío, elevada en solitario sobre una colina, bajo la advocación de dos santos, médicos y gemelos, como son Cosme y Damián; la no menos significativa ermita de la Virgen del Castro –cuyo nombre ya indica el lugar sobre el que se eleva-, en Momediano, a cuyos canecillos, habrá que prestar una especial atención…

En fin, un pequeño viaje peregrino por los confines de Burgos, visitando lugares que, alejados y dentro o fuera de las rutas tradiciones de peregrinación, no sólo merece la pena conocer, sino que, además, invitan a la reflexión y la especulación. Se inicia, pues, una nueva etapa.