viernes, 8 de febrero de 2013

Peregrinando por Asturias: caminos de la Costa


'Si alguna vez me pierdo (¡ojalá sea pronto y para siempre!), que me busquen aquí. O mejor aún: que no me busquen en ninguna parte' (1).

El Cantábrico, un mar bravío y misterioso, pero a la vez, generoso en recursos y camaleónico en sus tonalidades. En definitiva, como la maga Circe, hechizador. En sus profundas aguas, y a la vera de sus escarpados acantilados, se tejieron innumerables leyendas. A través de la espuma de sus aguas, muchos fueron los peregrinos que llegaron a la Península para tener la oportunidad de vivir y experimentar el sueño inmemorial de la Inventio. De ellos, unos arribaron a los puertos cántabros de Laredo, Santoña o San Vicente de la Barquera, adentrándose hacia el interior, por puertos de difícil acceso, como el del Escudo, desembocando en las Merindades burgalesas. No es de extrañar, por tanto, que uno de los motivos más repetitivos en el románico de la región, haga precisamente referencia a este acontecimiento, mostrando, en sus capiteles, la conocida talla del barquito con dos o tres figuritas a bordo (2). Otros, sin embargo, optaban por navegar un poco más allá, desembarcando en los puertos astures. Uno de estos puertos, quizás el principal -no olvidemos, que dentro de su término, se localizan una veintena de playas, e incluso un enigmático objeto de culto antiquísimo, como es el llamado ído de Peña Tú, en Vidiago- era Llanes. En Llanes, todavía quedan huellas de las torres y murallas que la protegían contras las feroces incursiones foráneas, protagonizadas sobre todo por vikingos y normandos, y en algunas de sus antiguas casonas nobiliarias, restos de escudos y otros aditamentos artísticos de notable antigüedad, que demuestran su pasado esplendor. De éste, qué duda cabe, sobresale su imponente iglesia-colegiata de Santa María, lugar de parada obligatoria del peregrino, en la que todavía sobreviven dos portadas románicas, siendo la principal, aquélla por la que se accede desde el lado sur, una auténtica obra de Arte en la que, aparte del misterioso caballero que porta una preciosa cruz Tau en su pecho y una campanilla en su mano izquierda, hay también numerosas referencias al Camino y a los peregrinos. Mucho más sencilla, aún hundiendo sus raíces en aquél lejano siglo XII, una pequeña ermita, cercana al puerto, nos recuerda a una santa que goza de buena salud en el Principado, en cuanto a fervor y devoción inmemorial se refiere: Santa María Magdalena.
A escasos kilómetros de Llanes, y junto a la playa que lleva su nombre, San Antolín de Bedón es uno de los escasos monasterios de aquél centenar, aproximadamente, que había en el Principado. De su historia, habla incluso una épica leyenda asociada con cierto noble que para expiar las culpas por el asesinato de una amada que no le correspondía, legó sus bienes para la edificación del monasterio, tomando los hábitos hasta el día de su muerte que, obviamente, se produjo en santidad. Se trata, en la actualidad, de un monasterio privado y las ruinas de las edificaciones que se alzan a su vera, dan testimonio de que en tiempos fue un lugar, cuando menos pródigo en vida y seguramente próspero.
Siguiendo la costa, y en parte lo que bien se podría denominar como la senda de los monasterios perdidos, en Caravia aún se recuerda la existencia de al menos dos de ellos, uno benedictino y el otro dicen que templario, emplazados ambos al lado de la costa, pero de los que no queda una sola piedra hoy en día. Cuenta Caravia, así mismo, con unas playas magníficas, de las cuales quizás destaque, por su belleza y porque es muy frecuentada por los amantes del surf, aquélla que llaman el Arenal de Moris.
Obviando para mejor ocasión, Gijón y Avilés, ya que de Villaviciosa se ha hablado en entradas anteriores, uno de los siguientes puntos que atraen la atención del peregrino, es el pinturesco pueblecito marinero de Cudillero, colgado como un farol a la vera del mar, que destaca, sobre todo, por lo empinado de su calle principal y por la gran afluencia turística en verano.
Santianes de Pravia, es paso ineludible en el Camino. Allí trasladó la Corte el rey Silo, aproximadamente en el año 779, y allí se localiza otra de las obras magistrales del Arte Asturiano: la iglesia de San Juan Evangelista. Para los amantes del misterio, y en especial de los enigmas epigráficos, añadir que en éste iglesia se localiza el denominado cuadro mágico o laberinto de Silo, donde se puede leer, en todas las direcciones, el aserto latino Silo princeps fecit. Es decir, lo hizo el príncipe Silo. A unos 15 kilómetros de Pravia, en dirección al interior, se localiza el monasterio de San Juan Bautista, en Cornellana.
La villa blanca de la costa verde es, qué duda cabe, todo un poema a la belleza, sobre todo si se la contempla en toda su extensión desde el mirador de la Atalaya. Allí, junto al faro y el cementerio -por cierto, uno de lo más bonitos del mundo- y en una pequeña ermita muy modificada con el paso de los años, se venera a la patrona del lugar, la Virgen de la Blanca. Cuenta también con mucha devoción, el Cristo Nazareno. Pero sin duda, la pieza que más destaca y a la que apenas se presta atención, no sólo por su pequeño tamaño, sino porque está semi oculta por las sombras en lo más alto del Retablo Mayor, es una hermosa Santa Ana Triple que, posiblemente, pertenezca a una época remota, como pudiera ser el siglo XIII. Aunque no conserva apenas nada de sus orígenes prerrománicos, volvemos a encontrarnos aquí con otra iglesia dedicada a una santa que, al igual que María Magdalena, goza, podríamos volver a decirlo así, de buena salud en el Principado: Santa Eulalia de Mérida. Parece ser, además, que los templarios tuvieron aquí, en Luarca, un hospital para peregrinos. Y aunque de orígenes modernos, que no por ello menos enigmáticos, mencionable es la festividad del 22 de agosto en honor de San Timoteo y la costumbre de regalar roscos de pan con forma de T o Tau. Aunque claro, si se pregunta, dicen que es por la inicial del nombre del Santo.

 

(1) Fernando Sánchez Dragó: 'La prueba del laberinto', Editorial Planeta, S.A., 1ª edición, octubre de 1992, página 258.
(2) No confundir con un motivo muy similar, de hecho bastante recurrente en el románico alavés, que muestra parecido diseño, con la diferencia de que las figurillas -generalmente, dos- representan a pescadores -simbólicamente, pescadores de hombres- mostrando las redes e incluso unos graciosos pececillos debajo de la barca.