jueves, 29 de septiembre de 2011

Pueblines del Camín: La Carballosa




'Véote, querida Asturies, / humilde y acurrucada / entre los Picos de Europa / y el Puerto de Vegarada, / que te guardan y defienden / como se guarda a una infanta, / princesa o doncella hermosa / po les bruxes encantada...'.

[Carlos de la Concha (1)]



Hay varias maneras de llegar a este pequeño pueblín de La Carballosa: una es siguiendo la carretera general, que termina precisamente allí, en una rotonda, y otra es hacerlo a pie desde Busloñe, adentrándose por un caminillo en cuesta que, delimitado por un pequeño aunque tupido bosquecillo, puede parecer el lugar ideal para las tretas y celadas de cuélebres y diaños burlones. No obstante, recomiendo armarse de valor y seguir este agradable sendero, sobre todo, porque no tardaremos en darnos cuenta de que el empedrado que pisamos es Historia; y aunque ya no se escucha el eco, seco y estremecedor, de las suelas de las sandalias de los curtidos legionarios, constituye, sin embargo, el pequeño vestigio de una antigua calzada romana.

En La Carballosa, escuché por primera vez hablar de la Senda de los Quirosanos -curetes, cairos, queiros, quiros ancestrales- aquélla ruta que, posiblemente, tomaran Pelayo y los soldados de Morcín que le acompañaban, hasta depositar el Arca con las reliquias en la cima del Monsacro (2).

Y aquí, en La Carballosa, conocí al mismo tiempo, a un personaje peculiar, de nombre Francisco, del que tuve la impresión de que detrás de su aspecto de rudo campesino montañés, se ocultaba, en realidad, el corazón de un poeta y la sabiduría de un genio.

Evidentemente, también me topé con restos de pasado con agridulce sabor a misterio, como las cruces monxoi que salvaguardan los tímpanos de algunos hogares; algunos símbolos solares grabados y además pintados en la centenaria madera del hórreo de Francisco, a cuya sombra, orgullosos aún por su estado de conservación y utilidad, descansaban un carro y un molino con genuino sabor a medievo.

Centinelas que no pierden detalle alguno -no en vano, tienen fama de que sus ojos pueden traspasar los límites de la realidad- los gatos posaban para la cámara con una mundanidad verdaderamente sorprendente: ora plantados en el alféizar de la ventana, cual comadres que no pierden detalle de cuanto sucede en el pueblo; ora buscando la plácida sombra debajo del campanín de la pequeña ermita del Cristo de la Misericordia, o tumbados cuan largos son, en el entramado con forma de pata de oca de un granero, con el telón de fondo de la ladera del Monsacro, transfigurándose con los últimos rayos de sol.

Por el contrario, al otro lado, las cimas más altas de la Sierra del Aramo y el Angliru comenzaban a revestirse de sombra y niebla, preparando el terreno al lobo y sus misterios.



(1) Poeta nacido en Villaviciosa, en 1877. Cultivó la poesía tanto en bable como en castellano.
(2) Piedra del Camín (límite entre Quirós y Morcín), Llanos del Texu, Vildeo, Pan de la Forca, Braña Ce, Vega Bobies, Los Bragaories, So Les Talles, Tres Los Bragales, Papera, El Colleu, Canal de la Hierba, Xunceo, Cuitu Utiel (límite entre Riosa y Morcín), Cima del Cordal del Cerro, Al Rozo Morcín, Cobarriella, Canal de la Espina...y el Monsacro.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Pueblines del Camín: Busloñe

'Asturias es, sin disputa, la región española más rica en leyendas y mitos. Hermana de Galicia y del incomparable Bierzo, en ninguna otra han perdurado más que en ella las creencias precristianas...'.

[Mario Roso de Luna (1)]



Llegar a Busloñe me supuso conseguir, sino un conocimiento profundo, porque tal cosa sería desproporcionada e imposible en relación al tiempo que permanecí allí, sí al menos una aproximación a uno de los interesantes pueblecitos que, cual diminutos satélites, orbitan alrededor del Monsacro, y por extensión, perviven plácidamente adormecidos a la vera de la Sierra del Aramo, junto a otro de los montes más emblemáticos de Asturias: l'Angliru.

Hacía calor, desde luego, y apenas acababa de dejar la bolsa con las escasas pero imprescindibles pertenencias, en mi habitación de La Casa Vieja, el hotel rural de Santa Eulalia de Morcín, en el que estuve cómodamente alojado en éste, mi último desplazamiento al Principado. No obstante los avatares de un viaje largo, quizás con más paradas para comer y repostar que las realizadas en viajes anteriores -faltando a mi costumbre, no me detuve a observar las hermosas tonalidades azul celeste del embalse del río Luna, en la provincia de León, muy cerca de un puente, el de Fernández Casado, que siempre me ha recordado, aunque a menor escala, evidentemente, el de San Francisco, en las inmediaciones del pinturesco pueblecito de Cangas de Luna- el cansancio apenas resultaba un inconveniente en comparación con el deseo de perderme por aquellos inolvidables parajes; de sentir una naturaleza viva, en ebullición, que incita siempre a hacer propio el famoso carpe diem latino, o lo que es lo mismo, de aprovechar y gozar al máximo el momento; de ver símbolos, cuando no señales, y sobre todo de escuchar cuanto tuvieran que decirme unas gentes sencillas, a las que en cierto modo envidiaba porque tenían la oportunidad de vivir inmersos en esa mitosis ancestral a la que hace referencia Roso de Luna. También es cierto, que nada de esto hubiera sido posible sin la guía y buena disposición de una amiga, residente en Santolaya, pero originaria -perdón, por volver a vueltas con la causalidad o la casualidad- de esa región hermana, que es el Bierzo leonés.

Llevaba planes en la agenda, evidentemente. Pero también es cierto, que en toda agenda que se precie debe haber siempre un espacio en blanco -y no me refiero al programa radiofónico de igual nombre- para lo imprevisible; un espacio a llenar con todo aquello con lo que no cuentas por ignorancia o desconocimiento, pero que te encuentras inesperadamente, y cuya mayor sorpresa radica, posiblemente, en que además forma parte del tema o los temas que te interesan.

En este sentido, buscar huellas de un pasado que se supone fue rico y ameno, implica llevar como complemento, una lupa muy especial -la de la intuición- y unos oídos capaces de escuchar, sin desdeñar de antemano todo aquello cuanto recogen, desestimándolo a priori por fantástico o hipotético.

Antes de encontrar la cruz paté en el dintel de una de las casonas de Busloñe -como me aseguró la persona que me acompañaba- ya me había tropezado con el misterio simbólico -del que hablaré en otro momento y lugar- oculto en los maderos cuarteados por las vetas indelebles del tiempo, de unas construcciones típicas y dignas de tener en cuenta: los hórreos. Los hórreos encierran verdaderos enigmas, y son una fuente de información muy útil en cuanto a gentes, creencias y arraigos ancestrales, que merece un estudio aparte.

De la cruz paté, efectivamente localizada, así como de otra con posibles características prerrománicas -independientemente de la presencia de una fecha del siglo XVII labrada a su vera- los vecinos, perdida una memoria que desafortunadamente yace con los deudos en los cementerios cercanos, aún recuerdan, nos obstante dubitativos, ecos de su posible origen: un convento de monjas, del que ya no queda ni rastro, que sitúan, unos en El Pumar y otros en Molín la Puente.

Pero quizás lo más curioso, aquello que puede parecer fantástico en principio, aunque no improbable, desde luego, vino a raíz de una distendida conversación, con el detalle incluido de una generosa invitación y un agradable refresco; se dice, se comenta, se rumorea acerca de la pervivencia templaria en las aldeas de alrededor. Una pervivencia, que habría que situar una vez disuelta la Orden, en la que algunos de los fratres, lejos de incorporarse a la disciplina de otras órdenes religioso-militares, optaron por casarse y fundar hogares, teniendo siempre a la vista los familiares contornos de enclaves eminentemente sagrados, como son la Sierra del Aramo y, por supuesto, el Monsacro, que con toda probabilidad, un día guardaron.

En fin, sorpresas inesperadas que continúan diseminadas, como las piezas desmembradas de un puzzle fantástico e inimaginable, en otros pueblines del Camín. Como, por ejemplo, La Carballosa. Pero claro, eso ya será otra historia.




(1) Mario Roso de Luna: 'El tesoro de los lagos de Somiedo', Editorial Eyras, 1980, página 155.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Pueblines del Camín: Santa Eulalia de Morcín (Santolaya)




Cuenta la Tradición, que fueron guerreros de Morcín los que, habiendo acudido a la llamada del rey Rodrigo y habiendo sobrevivido al desastre del Guadalete, guiaron y escoltaron a don Pelayo por las montañas del interior de Asturias, hasta llegar a la cima del Monsacro, donde depositaron el Arca con las sagradas reliquias que Santo Toribio había traído de Jerusalén. Sucedía esto, poco antes de la caída de la capital del reino visigodo, Toledo, y la prueba de su veracidad, la encontramos en el interior de la Cámara Santa de la catedral de San Salvador de Oviedo, a donde fueron trasladadas por mandato del rey Alfonso II el Casto. Precisamente aquél rey, bajo cuyo reinado se produjo el milagroso descubrimiento de los restos del Apóstol Santiago; rey que, motivado por tan extraordinario suceso, se convirtió, propiamente hablando, en el primer peregrino, inaugurando, en su desplazamiento, el que sería conocido como Camino Primitivo, que se desarrollaba desde Oviedo, por el interior de Asturias, hasta el Locus Sancti Iacobi, en Santiago de Compostela.

Recuerdo esto, porque la Tradición, el Monsacro y Santa Eulalia de Morcín, están estrechamente ligados. No en vano, ésta emblemática población asturiana, se encuentra situada a los pies mismo de un monte que ya ostentaba su condición de Sacro, siglos, quizás milenios antes de que las reliquias recalaran en él, como demuestran -o mejor dicho, demostraban- los dólmenes que había en su cima (1), de los que no queda rastro, así como los túmulos funerarios que, aún disimulados en la orografía del terreno, aún se pueden contemplar.

Situada a escasos ocho kilómetros de Oviedo, en plena cuenca minera -doce kilómetros la separan de un pueblo minero por excelencia, como es Mieres del Camino- los avatares históricos modernos han causado mella en uno de los elementos, bien determinados, que hubieran podido convertirla, hoy en día, en otro foco cultural de atención principal, en lo que al llamado Arte o Prerrománico Asturiano se refiere: su iglesia dedicada a la figura de Santa Eulalia de Mérida.

Como en muchos otros lugares de la Península, el arte religioso asturiano se vio terriblemente afectado por periodos históricos bien determinados: la invasión francesa, la desamortización de Mendizábal, la revolución de octubre de 1934, y por supuesto, los terribles avatares de la Guerra Civil. Durante la revolución minera de 1934, la iglesia de Santa Eulalia fue incendiada y prácticamente destruída. Bien es cierto, que las posteriores remodelaciones no la han hecho ninguna justicia, aunque de aquélla arcana solera que se remonta -según su piedra fundacional, que milagrosamente se conserva en uno de los muros situados enfrente del altar- al año 896, aún se pueden distinguir algunos elementos interesantes: las jambas del pórtico de entrada, con impresionantes polisqueles y un extraordinario nudo de Salomón; un ventanal en el ábside; la pila de consagración original y un ara celta, cubierta de yeso, disimulada en una de las capillas laterales, aunque no existencia no ha pasado desapercibida para Cultura y Patrimonio.





Por lo demás, el visitante que accede por primera vez al lugar, se encuentra, si es observador, con una Santa Eulalia estructurada en dos estratos bien diferenciados: uno, señorial, que se localiza al principio del pueblo, compuesto por algunos bares -incluido el Robert, donde solía acudir por la noche a tomar un bocadillo y una cerveza- y algunas manzanas de pisos con características residenciales, y otro más cercano y rural, localizado más arriba, junto a la rotonda, con la iglesia, el ayuntamiento, la farmacia y un pequeño supermercado de comestibles. Unos metros más arriba de ellos, llama la atención una antigua casona de varios pisos y las paredes pintadas de varios tonos de verde, el color del campo asturiano. Se trata del hotel rural La Casa Vieja, cuyo propietario, Maxi, cuenta con un hórreo y un antiguo molino, que gusta de enseñar a los curiosos, y que a día de hoy, funciona perfectamente. Precisamente en mi último desplazamiento, acaecido hace apenas una semana, la ventana de mi habitación daba a la parte del molino. Después de un intenso día de recorridos y descubrimientos, con la ventana abierta, resultaba gratificante dejarse llevar por los brazos de Morfeo, escuchando el dulce sonido del río -no sabría decir a ciencia cierta si el Riosa o el Morcín, ambos afluentes del Caudal- y esa nana misteriosa que, traída por el viento de las neblinosas cimas del Monsacro se colaba en la habitación en silencio y a oscuras, trayendo consigo la magia de antiguas historias.




(1) Se supone que una de las dos ermitas románicas que hay en la cima, la denominada capilla de arriba o ermita de Santiago, de planta octogonal, se levantó precisamente encima de un dolmen.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Pueblines del Camín: Bandujo

Acceder a un lugar tan especial como Bandujo, conlleva, casi obligatoriamente, plantearse el ejercicio de una aventura en toda regla. Una aventura que, desarrollada en los límites del concejo de Proaza, comienza apenas se deja atrás la localidad de igual nombre -con restos de una lejana, cuando no misteriosa historia aún por descubrir en todo su esplendor- y se sigue la dirección de un cartelito que, situado a la derecha de la carretera general, que lleva, entre otros lugares de interés, al concejo de Teverga y a lugares tan pinturescos como San Martín y Villanueva, indica: Proacina y Bandujo. No bien tomado el desvío, resulta fácil dejarse llevar por la imaginación, e imaginar que nos estamos deslizando por los intrincados recovecos estomacales de una desproporcionada anaconda, con sus pendientes y sus bajadas, y entre unas y otras, curvas tan cerradas como la palma de la mano. Esto se hace más evidente, sobre todo, cuatro kilómetros más allá, una vez dejado también atrás el pueblo de Proacina.

Bandujo dista de éste, si los carteles no mienten, cinco kilómetros. Cinco kilómetros que, a medida que se recorren, parecen ser más; muchos más. Pero ésta ficticia distorsión temporal que se suele experimentar en carreteras secundarias, sobre todo cuando se recorren por primera vez, se ve inmediatamente compensada por la gratificante visión de un paisaje tan espectacular, que parece sacado de un cuento de hadas.





Bien es verdad que Asturias no tiene, precisamente, fama de calurosa; pero ese día que me aventuré hacia Bandujo, el sol pegaba tanto, que sus rayos parecían levantar una barrera sobrenatural sobre las cimas de los montes más altos, dotándolas, imagino, con un aspecto similar al que pueden llegar a tener esos peligrosos efectos ópticos que conocemos con el nombre de espejismos. Tal aspecto, que se puede observar, sobre todo en algunas de las fotografías del segundo vídeo que ilustra la presente entrada, me hizo recordar, posiblemente encandilado por semejante belleza, los inolvidables paisajes que el artista y místico de origen ruso, Nicolás Roerich, hiciera de las herméticas montañas del Himalaya, allá por el primer tercio del siglo XX. Creo recordar que era la misma época -poco antes de la Segunda Guerra Mundial- en la que el novelista norteamericano James Hilton, hiciera soñar al mundo con Shangri-Lá o el Valle de la Luna Azul. No es menos cierto, que cuando vi el valle, allá, en lo más hondo, donde se asentaba el pueblo, pensé que Asturias tenía, también, un Shangri-Lá comparable al idílico valle soñado por Hilton.

Ahora bien, a pesar de su aislamiento ancestral, y de que aún conserva buena parte de su aspecto medieval, resulta evidente, también, que nada en la vida permanece siempre inmutable. De una quincena de años a esta parte, Bandujo comenzó a ser conocido en los medios de comunicación, y consecuentemente, sus vecinos fueron acostumbrándose a ver llegar turistas y curiosos, atraídos por la oferta de su belleza y singularidad. Alrededor de 1998, al parecer, para acceder al pueblo, apenas existía un caminillo rural, en el que pocos se atrevían a aventurarse. Pero es cierto, así mismo, que aquellos que lo hacían, no se arrepentían de su experiencia. Y es que Bandujo es especial, como veremos más adelante.

Muchos de sus elementos históricos, como la fortaleza que, al parecer, tuvo, se han perdido irremisiblemente. De ésta, tan sólo se conserva una torre que, por sus características, bien podría definirse como un auténtico donjón, dejando especular con la posibilidad de una procedencia, previsiblemente franca, de sus constructores. Hoy día, se ha reconvertido en vivienda privada, aunque aún luce en los pisos superiores el escudo armas de una de las familias más importantes del Principado, descendientes de los legendarios Quirós: los Álvarez Miranda. Anteriormente a su adquisición, la torre había pertenecido a los Tuñón, también emparentados con éstos últimos.





Ocasionalmente, y hablando con la propietaria -o la mujer del propietario, que tanto monta- de lo curioso que debe de resultar eso de vivir en una torre, salió a relucir una de las leyendas con ella asociadas. Una leyenda, de las muchas que proliferan por Asturias, y que se refiere a las ayalgas o axalgas. Las axalgas -respeto el término, tal y como lo utilizaba la señora en cuestión- son tesoros escondidos, y sus antecedentes, por regla general, se remontan a la época de los moros. En realidad, y adoptando una postura a medio camino entre la ensoñación y la decepción, nos comentó que de la axalga que se suponía enterrada en la torre, nada de nada; que lo único que se encontró, cuando se removió el suelo de la base, fue un firme de piedra tan macizo, como el de las cercanas montañas.


No obstante, aparte de la posible existencia de axalgas, en la torre o en cualquier otro lugar del pueblo y sus cercanías, los enigmas de Bandujo no terminan ahí, sino que darían para rellevar varios folios, o en su defecto, dedicarle varias entradas, por lo que sólo mencionaré, siquiera sea por encima, alguno de los principales.


Quizás el más relevante, sea el de la Virgen de Bandujo y cierto medallón a ella asociado, que contendría parte de las reliquias originales -leche de la Virgen- que la tradición afirma que trajo Santo Toribio de Jerusalén, cuyo Arca o recipiente contenedor, terminó recalando en la cima del cercano Monsacro, hasta que fueron mandadas trasladar a la Cámara Santa de San Salvador, en Oviedo, por el rey Alfonso II el Casto. Lamento decir, que no pude entrar en la iglesia, la cuál, al menos exteriormente, no parece conservar ningún rastro románico o prerrománico, aunque sí un curioso aviso, situado por encima del pórtico de entrada:


'Entra aquí con atención, pues debes considerar que ninguno debe estar, sin respecto y devoción, 21 de octubre del año + 1926 +'.


Tampoco sé, exactamente, si por Bandujo o sus cercanías, pasaba la Senda de los Quirosanos, de la que oí hablar en La Carballosa. Senda que era utilizada, también -si no completa, al menos en parte- como camino de peregrinos. Y a peregrinos, probablemente, pertenecerían muchos de los numerosos restos humanos encontrados en Bandujo, sobre todo, en terrenos situados debajo de algunos hórreos.


Para terminar, decir que los hórreos, aparte de una herencia de arquitectura ancestral, constituyen también el foco de arcanas creencias, cuya prueba más evidente la encontramos en el mistérico simbolismo grabado en algunos de ellos, incluido uno, en particular, que luce una inscripción por encima de uno de los simbólos, cuya traducción aún no he conseguido descifrar.