miércoles, 24 de diciembre de 2014

El misterio de la calavera del puente de la calle Bisbe


La Ciutat Comtal y sus misterios. Tal vez sea porque venga en los paquetes turísticos, en las guías esotéricas que vuelven a estar de moda o quizás porque la gente, cansada de esa realidad cotidiana del sota-caballo-rey ha desarrollado un sexto sentido para evadirse y dejarse llevar por la imaginación, es un hecho curioso, cuando no cierto, que todo el que pasa por la calle del Bisbe, o calle del Obispo, la busca con obstinada determinación, para llevarse el recuerdo fantástico a su casa. También hay quien, no conformándose sólo con el recuerdo gráfico, realiza el pequeño ritual de pasar abrazado por debajo del puente que la alberga, sin duda pensando, cuando menos, que realizada dicha acción, si no la suerte o quizás la amistad o incluso el amor, perdurará por obra y gracia de un enigma del que apenas se sabe nada y lo poco que se sabe, tan sólo son conjeturas, que incrementan, más aún, si cabe, su arcana idiosincrasia. Cierto es, así mismo, que uno, al verla, puede pensar que lleva allí mil años; o meditarlo mejor, para no caer en la trampa de la exageración y la burla de un mundo que se las da y se las toma de racional, y pasar más rápido las pesadas hojas del calendario histórico, acercándola a épocas más modernas; tal vez a ese siglo XVIII, que comenzaba a ser tocado por la influencia vital de lo que no tardaría en convertirse en el Grial o Cáliz Amargo de la Revolución Industrial y pensando no sólo en el romanticismo añadido de la época, sino también en esas oscuras hermandades de magia y masonería que comenzaban a aflorar de los subterráneos de las grandes ciudades, asumir la hipótesis de que tal vez un capítulo sangriento de que otro burlador, similar al de Sevilla, pagó cara la audacia de sus devaneos amorosos. Lógicamente, porque el tema atrae y las modas revolotean, yendo y viniendo como la bola en la ruleta de un casino, recordará -disculpen, si servidor se abstiene de quemarse los dedos en tan espinosa cuestión-, esa otra forma de ritual templario, que pone de manifiesto la eterna cuestión de si éstos no serían algo más que monjes y guerreros, o magos de capítulo secreto para dentro. La cuestión es que, todo el que pasa por la mencionada calle del Bisbe y atraviesa el puente que une la Generalitat con la casa dels Canonges, queda inmediatamente hechizado por el sublime magnetismo de unas cuencas vacías, una sonrisa fatal, helada por el hielo de la muerte y una daga que, asentada entre la base del cráneo y la mandíbula, recuerda la calavera de Adán y ese árbol o cruz primordial donde habría de inmolarse el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo: la calavera del puente de la calle del Bisbe.