domingo, 24 de febrero de 2013

De Liébana a Covadonga



'No se puede recorrer la tierra lebaniega sin sentir emoción, sin sentir la vida que palpita en ella; en sus montañas, en sus estrechos valles, en sus sendas y caminos milenarios, en sus graciosos pueblecitos, colgados como nidos de águilas en los escondidos rincones de las montañas...Parece como que se respira el heroísmo y la espiritualidad de siglos de incomparable grandeza...' (1)

Quien haya estado en la Liébana, siquiera sea por unas breves horas, estoy seguro de que sabrá aceptar y dar por veraces las palabras de Fray Juan Ariceta, haciendo propio el sentimiento de profunda admiración que emana de ellas. Sobre esta base, no es difícil imaginar el sentimiento que anidaba en lo más profundo del corazón del peregrino que, por los motivos que fuera, subía hasta este paraíso montañés para orar junto a la porción más grande que se conserva de la Vera Cruz, en el monasterio de Santo Toribio, antiguamente San Martín de Turienzo, para después proseguir ruta en dirección a Oviedo y la catedral de San Salvador, sin olvidar, por supuesto, desviarse lo suficiente en su camino y visitar el Santuario de la Santa Patrona de Asturias: la Virgen de Covadonga.
Lo hacía, siguiendo una ruta realmente de ensueño que, dejando atrás el bullicio de ciudades al menos hoy en día populosas e imposibles de transitar, sobre todo en verano, como Potes; pasaba junto a esa maravilla prerrománica de visita inexcusable, que es la iglesia de Santa María de Lebeña, donde se venera a una preciosa Virgen de la Leche, románica, similar a aquélla que, según la leyenda diera de su propio pecho la leche de la sabiduría (2) al que fuera una de las mentes más preclaras y Alma Mater del Císter, San Bernardo de Claraval; descendiera por el intrincado y sobrenatural desfiladero de La Hermida, y ya en territorio astur, continuara por Panes, siguiendo la denominada senda del Cares, con la visión a su izquierda, algunos kilómetros más adelante, de todo un emblema asturiano, como es el Naranco de Bulnes. Es de imaginar, que posiblemente se detuviera en ese sencillo monumento fechado el 8 de diciembre de 2004 en honor de don Alfonso Martínez, guía eterno del lugar, y contemplando la grandeza de tan imponente gigante natural, pensara, es un suponer, en aquéllas legendarias gestas del Camino Francés y en otro tipo de gigantes, que dieron también cuerpo a la Inventio compostelana.
Después, camina o revienta, como un Lute huyendo de una realidad sin magia, afrontaría con optimismo los, aproximadamente cuarenta kilómetros de distancia que le separaban de su meta, haciendo breves paradas en Villaverde, para visitar una de las joyas románicas existentes en el camino, como es la iglesia de Santa María, del siglo XII -también llamada de Santiago, por el caballero pintado en su ábside-, rezara una plegaria por las almas del purgatorio, en la capilla de La Estrada, que recibe precisamente ese nombre, aunque sea más conocida, familiarmente, como el Santuarín y dejando atrás Corao, ascendiera hasta la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, donde presentaría sus respetos a los sarcófagos donde, según la tradición, recibieron sepultura el fundador de la dinastía asturiana, Don Pelayo y su esposa, la reina Gaudiosa. Y quién sabe si, siguiendo el curso de antiquísimas peregrinaciones, se detuviera también a escasos dos kilómetros del Santuario y visitara un lugar por el que pasaron y dejaron huello, otros peregrinos desconocidos, cuya mirada siempre apuntaba hacia el ocaso: Cardes y la cueva del Buxu.

 
(1) Fr. Juan Ariceta, 'Santo Toribio de Liébana y la reliquia de la Santísima Cruz', Ediciones AFAR, S.A.
(2) ¿No nos recuerda este detalle, el antiguo mito celta de la poción mágica de Corridwen, la bebida de cuyas gotas, en número exacto de tres, ofrecía la sabiduría y la inmortalidad?.

lunes, 18 de febrero de 2013

Peregrinando por Asturias: de Llanes a Covadonga


'Cae la tarde, lenta y apacible...Se acercan los peregrinos; llegan en grupos de quince, de veinte, de veintedós...Algunos han recorrido muchas leguas de montaña. Son labriegos que dejaron el arado, obreros que dejaron el martillo sobre el banco del taller...Su peregrinación es sacrificio, es molimiento, es dolor...Algunos llegan descalzos y suben de rodillas a la cueva, besan el suelo y hablan a la Virgen...
Después se desparraman y se pierden: las honduras y los montes se los tragan. Pero la interminable caravana continúa llenando los caminos...' (1)

No todos los peregrinos que desembarcaban en Llanes, continuaban hacia Compostela siguiendo la ruta de la costa. Muchos de ellos, sin duda atraídos por la fama del lugar e imitando a los romeros asturianos, como tan vívidamente lo describe aquél gran asturianista que fue Constantino Cabal, encaminaban sus pasos hacia el interior, con la intención de ver, sentir y presentar sus respetos a la Señora, en el que posiblemente sea el Santuario Mayor de la Provincia: Covadonga.
Durante su camino hacia Covadonga, el peregrino tenía la oportunidad de recalar en diferentes lugares situados estratégicamente a lo largo de una ruta señalada por el discurrir alegre, y en algunos tramos indómito, de un río cuya historia está también muy ligada al sentimiento del pueblo astur: el Sella. De tal manera que, dejando atrás Arriondas -población de cierta importancia, en la que podían encontrar asistencia y refugio-, uno de los pueblos que primeramente se encontraban en su trayecto, era el de Las Rozas, pinturescamente asentado sobre una de las curvas de ballesta -parafraseando a don Antonio Machado y su referencia al Duero y San Saturio-, que hace este peculiar río al discurrir por esta población en su imparable camino hacia el mar. A las afueras de Las Rozas, y siguiendo un senderillo que se adentra en el bosque, apenas pasado el puente y a la izquierda, el peregrino podía dar rienda suelta a su imaginación, pensando que, quizás, no fuera casual una ermita dedicada a un extraño santo que muda la piel como la serpiente y simbólicamente incita los conceptos de renovación e inmortalidad: San Bartolomé. Muy modificada con el paso del tiempo, del románico rural de la ermita de San Bartolomé, que posiblemente se remonte al siglo XIII, pocos elementos originales quedan sobre los que especular, a excepción de un par de cabezas empotradas junto al sencillo pórtico de acceso, manteniéndose está a cubierto bajo un porche, desde cuyo lado sur se tiene una magnífica panorámica del río y el pueblo. A través de una abertura de la puerta de madera, se puede tener un pequeño atisbo del interior: una ermita austera, en cuyo altar una figura, es de suponer que del santo titular, recuerda, por su aspecto, a esos venerables ancianos a los que los celtas veneraban por sus conocimientos y sabiduría: los druidas. A unos metros de la ermita, y prácticamente cubierta por la hiedra y la vegetación salvaje, hay una antigua casona, que quizás fuera un viejo molino. El sendero, remodelado con tablones de madera que conforman un pequeño embarcadero, desciende hacia la orilla del río. Un río éste, el Sella, que adquiere en este punto una increíble tonalidad azul al ser acariciadas sus aguas por los rayos del sol.
La siguiente población en interés, y punto de destino, qué duda cabe, de viajeros y peregrinos, se localiza algunos kilómetros más adelante, muy cerca de Cangas de Onís, la antigua capital del Reino de Asturias: Villanueva de Cangas. Hoy día reconvertido en Parador Nacional, el de San Pedro fue uno de los monasterios más importantes y más espectaculares en su ejecución y sus detalles, del Reino de Asturias. Mejor dicho, de los casi cien monasterios que hubo en tiempos. Del antiquísimo cenobio, aún sobrevive la iglesia, románica de pura cepa y con una belleza tan sorprendente, como sorprendentes son, así mismo, los símbolos que muestra, artísticamente esculpidos en la piedra. En su portada, una de las más interesantes del románico peninsular, la tradición popular ve, en los capiteles relativos a la partida del caballero, la histórica sesión de caza en la que el rey Fabila fue muerto por un oso. Curiosamente, en lugar del oso, junto a las escenas de la partida y el beso románico más apasionado que conozco, aparece uno de los más terroríficos seres de la mitología de todos los tiempos, y en particular, de la astur: el terrible cuélebre. Desconcertante es, también, cierto capitel de los absidiolos de la cabecera, que muestra un extraño objeto que a todo el que lo ve le parece lo mismo: la rueda de un tractor. Y no es moderno, sino original, como el resto. Merece la pena intentar acceder al interior de la iglesia, pues los motivos y escenas de los capiteles de su interior, son sumamente interesantes y de una excelente calidad.
A menos de uno o dos kilómetros, la antigua Cangas, la ciudad donde Pelayo estableció la Corte, acoge a visitantes y peregrinos con calor festivo. Enclavada a orillas del Sella, es famosa por el gran interés y el turismo que despliega todos los veranos en su tradicional descenso del Sella, acontecimiento lúdico-deportivo más conocido como le fieste de les Piraues. Independientemente de los numerosos atractivos que tiene este pinturesca y encantadora ciudad, cabe mencionar la imponente prestancia de su formidable puente medieval, de cuyo ojo principal cuelga con orgullo la Cruz de la Victoria, y la histórica ermita de la Santa Cruz. Construída encima de un antiquisimo dolmen, cuenta la tradición, que aquí fue enterrado el rey Fabila, aunque no hay evidencia histórica de ello. De hecho, tampoco la ermita es la original, ya que ésta fue volada durante la Guerra Civil y curiosamente, lo único que sobrevivió fue precisamente el dolmen. Éste se puede ver, y aunque se realizaron numerosos estudios, encontrándose diversos objetos, no apareció cadáver o huesos humanos que pudieran corroborar la historia. Algunos arqueólogos, opinan que los restos humanos fueron llevados por corrientes subterráneas de agua. En fin, para los románticos, el enigma continúa. Merece la pena darse una vuelta por esta ermita de la Santa Cruz y después, siguiendo esa misma calle, perderse entre las terrazas y deleitarse bebiendo tranquilamente una ambrosía de la tierra: la sidrina.
Por último -dejadas atrás poblaciones como Cardes, con su espectacular Cueva del Buxu- es de suponer que caminar por el entorno de Covadonga, ha de parecerle al peregrino lo más parecido a haber descubierto un pedacito de cielo en la tierra. Y es que, como dice la coplilla refiriéndose a la Santina, no hay pintor del cielo que la pintara. La majestuosidad del Monte Auseba, la Cueva-Santuario, los bosques, los riachuelos, las praderas vestidas eternamente con el color de las esmeraldas, las brumas....han de parecerla, cuando menos, irreales. Y en medio de todo esto, sin perder de vista la Cueva de la Patrona -custodiada por dos simbólicos leones- la basílica. Una basílica que apunta hacia el cielo con sus espectaculares agujas y que en origen fue diseñada por un asceta de origen alemán y corazón astur, llamado Roberto Frassinelli: el alemán de Corao.
No está en el camino, desde luego, y la ascensión andando es un auténtico Vía Crucis, pero si algún peregrino no se arredra y tampoco le preocupa vivir prisionera de ese maldito concepto que conlleva el Tiempo y su maléfica disposición, una subida a los Lagos le proporcionará una de las mayores experiencias de su vida. 


 
(1) Constantino Cabal: 'Covadonga', GEA, Grupo Editorial Asturiano, Oviedo, 1990, página 23.

viernes, 8 de febrero de 2013

Peregrinando por Asturias: caminos de la Costa


'Si alguna vez me pierdo (¡ojalá sea pronto y para siempre!), que me busquen aquí. O mejor aún: que no me busquen en ninguna parte' (1).

El Cantábrico, un mar bravío y misterioso, pero a la vez, generoso en recursos y camaleónico en sus tonalidades. En definitiva, como la maga Circe, hechizador. En sus profundas aguas, y a la vera de sus escarpados acantilados, se tejieron innumerables leyendas. A través de la espuma de sus aguas, muchos fueron los peregrinos que llegaron a la Península para tener la oportunidad de vivir y experimentar el sueño inmemorial de la Inventio. De ellos, unos arribaron a los puertos cántabros de Laredo, Santoña o San Vicente de la Barquera, adentrándose hacia el interior, por puertos de difícil acceso, como el del Escudo, desembocando en las Merindades burgalesas. No es de extrañar, por tanto, que uno de los motivos más repetitivos en el románico de la región, haga precisamente referencia a este acontecimiento, mostrando, en sus capiteles, la conocida talla del barquito con dos o tres figuritas a bordo (2). Otros, sin embargo, optaban por navegar un poco más allá, desembarcando en los puertos astures. Uno de estos puertos, quizás el principal -no olvidemos, que dentro de su término, se localizan una veintena de playas, e incluso un enigmático objeto de culto antiquísimo, como es el llamado ído de Peña Tú, en Vidiago- era Llanes. En Llanes, todavía quedan huellas de las torres y murallas que la protegían contras las feroces incursiones foráneas, protagonizadas sobre todo por vikingos y normandos, y en algunas de sus antiguas casonas nobiliarias, restos de escudos y otros aditamentos artísticos de notable antigüedad, que demuestran su pasado esplendor. De éste, qué duda cabe, sobresale su imponente iglesia-colegiata de Santa María, lugar de parada obligatoria del peregrino, en la que todavía sobreviven dos portadas románicas, siendo la principal, aquélla por la que se accede desde el lado sur, una auténtica obra de Arte en la que, aparte del misterioso caballero que porta una preciosa cruz Tau en su pecho y una campanilla en su mano izquierda, hay también numerosas referencias al Camino y a los peregrinos. Mucho más sencilla, aún hundiendo sus raíces en aquél lejano siglo XII, una pequeña ermita, cercana al puerto, nos recuerda a una santa que goza de buena salud en el Principado, en cuanto a fervor y devoción inmemorial se refiere: Santa María Magdalena.
A escasos kilómetros de Llanes, y junto a la playa que lleva su nombre, San Antolín de Bedón es uno de los escasos monasterios de aquél centenar, aproximadamente, que había en el Principado. De su historia, habla incluso una épica leyenda asociada con cierto noble que para expiar las culpas por el asesinato de una amada que no le correspondía, legó sus bienes para la edificación del monasterio, tomando los hábitos hasta el día de su muerte que, obviamente, se produjo en santidad. Se trata, en la actualidad, de un monasterio privado y las ruinas de las edificaciones que se alzan a su vera, dan testimonio de que en tiempos fue un lugar, cuando menos pródigo en vida y seguramente próspero.
Siguiendo la costa, y en parte lo que bien se podría denominar como la senda de los monasterios perdidos, en Caravia aún se recuerda la existencia de al menos dos de ellos, uno benedictino y el otro dicen que templario, emplazados ambos al lado de la costa, pero de los que no queda una sola piedra hoy en día. Cuenta Caravia, así mismo, con unas playas magníficas, de las cuales quizás destaque, por su belleza y porque es muy frecuentada por los amantes del surf, aquélla que llaman el Arenal de Moris.
Obviando para mejor ocasión, Gijón y Avilés, ya que de Villaviciosa se ha hablado en entradas anteriores, uno de los siguientes puntos que atraen la atención del peregrino, es el pinturesco pueblecito marinero de Cudillero, colgado como un farol a la vera del mar, que destaca, sobre todo, por lo empinado de su calle principal y por la gran afluencia turística en verano.
Santianes de Pravia, es paso ineludible en el Camino. Allí trasladó la Corte el rey Silo, aproximadamente en el año 779, y allí se localiza otra de las obras magistrales del Arte Asturiano: la iglesia de San Juan Evangelista. Para los amantes del misterio, y en especial de los enigmas epigráficos, añadir que en éste iglesia se localiza el denominado cuadro mágico o laberinto de Silo, donde se puede leer, en todas las direcciones, el aserto latino Silo princeps fecit. Es decir, lo hizo el príncipe Silo. A unos 15 kilómetros de Pravia, en dirección al interior, se localiza el monasterio de San Juan Bautista, en Cornellana.
La villa blanca de la costa verde es, qué duda cabe, todo un poema a la belleza, sobre todo si se la contempla en toda su extensión desde el mirador de la Atalaya. Allí, junto al faro y el cementerio -por cierto, uno de lo más bonitos del mundo- y en una pequeña ermita muy modificada con el paso de los años, se venera a la patrona del lugar, la Virgen de la Blanca. Cuenta también con mucha devoción, el Cristo Nazareno. Pero sin duda, la pieza que más destaca y a la que apenas se presta atención, no sólo por su pequeño tamaño, sino porque está semi oculta por las sombras en lo más alto del Retablo Mayor, es una hermosa Santa Ana Triple que, posiblemente, pertenezca a una época remota, como pudiera ser el siglo XIII. Aunque no conserva apenas nada de sus orígenes prerrománicos, volvemos a encontrarnos aquí con otra iglesia dedicada a una santa que, al igual que María Magdalena, goza, podríamos volver a decirlo así, de buena salud en el Principado: Santa Eulalia de Mérida. Parece ser, además, que los templarios tuvieron aquí, en Luarca, un hospital para peregrinos. Y aunque de orígenes modernos, que no por ello menos enigmáticos, mencionable es la festividad del 22 de agosto en honor de San Timoteo y la costumbre de regalar roscos de pan con forma de T o Tau. Aunque claro, si se pregunta, dicen que es por la inicial del nombre del Santo.

 

(1) Fernando Sánchez Dragó: 'La prueba del laberinto', Editorial Planeta, S.A., 1ª edición, octubre de 1992, página 258.
(2) No confundir con un motivo muy similar, de hecho bastante recurrente en el románico alavés, que muestra parecido diseño, con la diferencia de que las figurillas -generalmente, dos- representan a pescadores -simbólicamente, pescadores de hombres- mostrando las redes e incluso unos graciosos pececillos debajo de la barca.

martes, 5 de febrero de 2013

El Arte Asturiano en el camino del peregrino


'Verás la maravilla del Camino,
camino de soñada Compostela,
peregrino...'.
[Antonio Machado]
 
Como decía Antonio Machado, puedo afirmar, que no presumir, de haber andado muchos caminos. No tanto, quizás, con la añoranza de Compostela como por el deseo implícito de contemplar con mis propios ojos esas innumerables joyas de belleza y sabiduría que, fuera o no su intención cuando las levantaron, bien es cierto que nos legaron las generaciones pretéritas. De ellas, y por supuesto, lejos de menospreciar tantas y tantas otras, me rindo, resignado, ante la imponente majestuosidad de aquéllas que fríamente son consideradas como prerrománico asturiano, pero de las que, siquiera sea de corazón, comparto plenamente la definición de Jovellanos: Arte Asturiano. Un Arte propio, que rompe moldes, pero que nos introduce, a través de su genuina idiosincrasia, en la magia de una arquitectura sagrada cuyas piedras, desde la primera a la última, definen, cuando menos, las irreprimibles ansias de libertad de un pueblo.
Poco me importa, por otra parte, y dudo mucho que tal detalle le preocupe en el fondo al peregrino, que el racionalismo histórico -aquél que amparándose en los principios de la Ilustración, consintiera en venderse al absurdo de la etiqueta- califique a estas respetabilísimas joyas de acuerdo al periodo y reinado en el que fueron levantadas. Alfonsinas, Ramirenses, postramirenses, siloinas -digo esto, pensando en Santianes de Pravia y su famoso laberinto- no dejan de ser, en el fondo, ecos vanos de un concierto para sordos. Amo el Arte, aunque Dios no me haya dotado de inteligencia retrospectiva para saborearlo desde esos cimientos invisibles sobre los que se sustenta;y sin embargo, me compensa saber que mi corazón late como un caballo desbocado cada vez que tengo oportunidad de subir a mi añorado Norte y sentir esa voz cálida que brota de cada segmento de piedra de cualquiera de estos edificios, invitándome al relajo y la meditación. Esa voz hechicera, como la de una xana, que me tienta a tratar de descorrer el velo del misterio, aún a sabiendas de que soy ciego, mudo y sordo y que el Trivium y el Cuadrivium eran materias que en mis tiempos de infancia -¡ay, barquito de papel!- ni aún siquiera con sangre terminaban entrando. Feliz, no obstante, en mi ignorancia, que a nadie extrañe si en todos mis viajes, retorne como el hijo pródigo y dedique unos momentos a dejarme llevar por la magia de Santa Cristina de Lena. O que, aún detestando ser más gris todavía en la maldita urbanidad de las grandes ciudades, atraviese Oviedo como una flecha y me encarame a esa cima del mundo que es el Monte Naranco, presentando mis respetos a Santa María y San Miguel. E incluso, yendo aún más allá, me introduzca por caminos seguramente estrechos para una pareja de bueyes y en Bendones deje una prenda de amor colgada de una celosía.
Feliz soy, ¡qué diantres!, al poder hacerme eco de aquéllas palabras de Sócrates: sólo sé, que no sé nada. 
Feliz tú, peregrino, que hoy besas el suelo donde habitan mis amores.
Nostalgias de un Caminante

domingo, 3 de febrero de 2013

Peregrinando por Asturias: concejos de Sariego y Siero


'En España existe un museo cuyas salas se extienden a lo largo de ochocientos kilómetros'.
[Luis Carandel]
 
Esta reflexión de Luis Carandel, en referencia al Camino de las Estrellas, lejos de ser banal ofrece, en mi opinión, una visión objetiva acerca de lo que se encontraba el peregrino que, sin importar la ruta seguida, encaminaba sus pasos en dirección a Compostela. Un museo grandioso, monumental, donde la fatiga del largo camino se veía recompensada no sólo por los misterios que, en forma de enseñanzas el peregrino iba deshojando a lo largo de los diferentes tramos que recorría, sino también por el fenómeno inigualable de una Naturaleza que se desplegaba ante sus ojos con la fuerza elemental de una Gran Madre, primigenia, antigua, total. Este despliegue de fuerza en todo su esplendor, quizás fuera más sentido y a la vez admirado, por aquéllos peregrinos que decidían atravesar Asturias, encaminando sus pasos hacia Oviedo y su imponente catedral de San Salvador. Si se tuviera la oportunidad de desplegar un mapa, como de hecho existe, uno se quedaría realmente alucinado de la infinitud de caminos que, atravesando la difícil cordillera, pasando por la no menos accidentada y sufrida costa cantábrica o ya perdiéndose por las entrañables peculiaridades del interior, recalaban en esa Ovietum cortesana, que algunos recientes descubrimientos arqueológicos sitúan cuatro siglos -cuatro- más antigua de lo que se venía aceptando hasta el momento.
Si volvemos un poco la mirada hacia la entrada anterior y volvemos a situarnos en ese maravilloso Valle de Dios y, una vez visitados sus lugares más significativos, es decir, el Conventín y el monasterio de Santa María y volvemos hacia la carretera general, tenemos la oportunidad de continuar nuestro camino por otra ruta que, en algo más de una veintena de kilómetros, nos conducirá a Oviedo llevándonos, una vez dejadas atrás las hostilidades del puerto, por caminos llanos, donde predominan los verdes valles que caracterizan a los concejos de Sariego y Siero. De hecho, en Sariego, la aviación republicana, aprovechando dicha cualidad, dispuso de varios aeródromos durante la infausta Guerra Civil. Tampoco ésta pasó desapercibida por la zona, sufriendo las iglesias una terrible desolación. Por este motivo, principalmente, el peregrino que llega hasta el templo de Santiago el Mayor, apenas reconozca una estructura que fue un grandioso templo prerrománico en sus orígenes, de cuya etapa apenas conserva algunos elementos, entre ellos, varias celosías que, como ya he aventurado en más de una ocasión, son auténticas obras de arte, labradas con maestría en una sola pieza. Algo más de fortuna, aunque menos grandioso en apariencia, el cercano templo de San Román permanece de puertas abiertas al peregrino, quien puede reconfortarse con las duchas habilitadas en el interior de la sacristía.
Algo más de fortuna, y dentro de las lindes del pueblo de Vega de Sariego, la iglesia de Santa María de Narzana, conserva interesantes elementos románicos, cuyo simbolismo no ha de dejar indiferente al peregrino que encamina sus pasos hacia ella. Si es observador y ha seguido la ruta escrita por Villaviciosa y su entorno, verá el vuelo de esas bandadas de gansos medievales que, llamados canteros, quisieron dejar testimonio de su paso por el lugar, labrando una portada poco menos que gemela de aquélla otra que tuvieron oportunidad de admirar en la iglesia de Santa Eulalia de La Lloraza. Merece la pena pedir la llave en la casa vecina y admirar los capiteles del arco absidial del interior, así como los recuerdos dejados en las paredes por turistas y peregrinos procedentes de otros países con otros cultos que, a la postre, vienen a demostrar que las creencias de cada persona, no tienen por qué estar reñidas con el respeto.
Introducidos en el concejo de Siero, qué duda cabe, de que uno de los mayores atractivos para el peregrino -e incluso para el investigador que sin importale la carencia de documentación histórica, busque por estos lares la sombra escurridiza de los freires del Temple- el templo de San Esteban de Aramil, también llamado de los Caballeros, vuelve a poner de manifiesto la importancia que ese pretendido taller de canteros, de posible origen normando, tuvo en muchas de las construcciones románicas del Principado. Aquí, entre otros interesantes elementos, volvemos a encontrarnos con la peculiar portada conformada por aves. Unas aves en cuyo rostro, por poco que nos esforcemos, podremos ver una misteriosa reseña cantera que predomina, sobre todo, en numerosas construcciones afines al Camino de Santiago: la pata de oca. En las cercanías, también el pueblo de Argüelles, ofrece otro curioso templo que el peregrino debe visitar: el de San Martín.
Dejando atrás la Pola de Siero, sin abandonar por un momento la dirección de Oviedo, conveniente es detenerse en Colloto. De sus orígenes prerrománicos, no quedan huellas en la iglesia de Santa Eulalia, pero no ocurre lo mismo con el maravilloso puente medieval que, aunque más pequeño, sigue los mismos patrones que el de Puente la Reina: lomo de asno, por el que los peregrinos ascienden simbólicamente a los cielos.
La ruta poco menos está hecha. Sólo faltan cinco kilómetros escasos para que en Oviedo, éstos presenten sus respetos al Señor.