domingo, 1 de abril de 2012

De Astorga a Ponferrada: El Ganso

'Oca (simbología). Animal benéfico asimilado a los peligros y fortunas que se producen antes de llegar a regresar al seno materno. Se relaciona con el destino como lo prueba el clásico "juego de la oca", que no es sino el tránsito por la vida anes de lograr volver' (1).


Muchos, en efecto, son los tópicos simbólicos que arrostran estas singulares y simpáticas palmípedas, como múltiples son los autores y los diccionarios de simbología que se ocupan de desenmarañar unos ovillos ancestrales de los que, para ser honestos, hemos de reconocernos ajenos a las claves originales que les dieron auténtico sentido en su vuelos por los infinitos caminos jacobeos medievales. Así, por ejemplo, un benedictino francés del siglo XVIII -Dom Antoine-Joseph Pernety- masón y Conservador de la Biblioteca Real de Berlín en tiempos de Federico II escribió, en 1798, su Diccionario Mito-Hermético (2), en el que relacionaba a éstas míticas aves con el Arte Supremo de la Alquimia. De hecho, si acudimos a la página 203 de la obra referenciada, nos encontraremos con el llamado Ganso de Hermógenes, que no es otra cosa que el Disolvente de los Filósofos, llamado por Trevisano, celebérrimamente como Portero del Palacio del Rey. Y tradicionalmente, aunque en un sentido más humano, bien que se podría decir que tanto ocas como gansos fueron unos excelentes porteros, de tal manera que, cuál perrillos bien amaestrados, avisaban a sus dueños de la presencia de extraños. Quizás por eso, porque me siento más atraído por la vertiente humana y literaria de la vida, aquélla que conlleva el placer de sentarse tranquilamente con una pluma en la mano y rememorar los recuerdos de los últimos vuelos por esos infinitos caminos de Dios, posiblemente prefiera la versión de un crítico como Ambrose Bierce. El ganso, para Bierce, no era otra cosa que un ave que proporciona plumas para escribir. Pero incluso un cínico como él, reconocía importantes diferencias entre aquellos otros gansos que escribían con las plumas de sus congéneres, de tal manera que, aunque muchos sólo poseen cualidades triviales e insignificantes, hay algunos que son grandes gansos (3). Mucho me temo que yo no soy uno de éstos y sí, por el contrario, uno de aquéllos otros; es decir, uno más del montón de gansos que chillan y patalean cuando erran un rumbo o maldicen a las musas cuando se marchan de vacaciones sin avisar.
De vacaciones, si tal podemos considerar un simple fin de semana, llegué a este pueblecito maragato, situado a escasos diez kilómetros de Astorga y muy cerca, quizás demasiado cerca de Rabanal del Camino y las antiguas minas de oro romanas -La Fucarola- que, parece ser que se sabe explotaron los inquietos freires del Temple. Poco o nada sé, sin embargo, de aquéllos primeros gansos que le dieron su nombre al pueblo, pero no descarto, en absoluto, que entre ellos hubiera algún inquieto jar que empleara sus conocimientos al amparo de los monjes con espuelas, como definía Gustavo Adolfo Bécquer a los mencionados freires. Señales, desde luego, quedan pocas en el pueblo. En realidad, por no quedar, no queda ni la estela funeraria en el muro de la iglesia, que tan confiada y sorpresivamente deseaba mostrarme un atento Magister Alkaest que, sin embargo, no tardó mucho en reparar en la sencilla cruz de madera, utilizada a modo de monxoi de tributos pétreos peregrinos, situada en un viejo muro de piedra, a escasa distancia de la espadaña de la iglesia. Sí pude observar, en el maderamen de feo color amarronado de la puerta de acceso al pórtico, que en el fondo, los carpinteros aún recordaban -posiblemente de una manera más paradigmática que pragmática- la vieja cruz paté de cantos rodados que solían lucir en sus pechos los belicosos monjes, incluso cuando se lanzaban voluntariamente al martirio.
También pude comprobar que, como en otros muchos pueblecitos, la nostalgia y el abandono se coadyugan para hacer del lugar quizás un remedo de lo que auténticamente fue. Eso lo demuestran las numerosas ruinas que se aprecian, muchas de ellas pertenecientes a las antiguas y tradicionales teitadas, casas de piedra con las cubiertas de paja o murga.
Eso sí, en la carretera difícil resulta no ver a un ganso emprendiendo vuelo hacia Rabanal y Foncebadón.



(1) José Felipe Alonso: 'Diccionario de Alquimia, Cábala y Simbología', Editorial Master, S.L., 1ª edición, junio de 1993, página 278.


(2) Dom Antoine-Joseph Pernety: 'Diccionario Mito-Hermético', Ediciones Indigo, 1993.


(3) Ambrose Bierce: 'El diccionario del diablo', Ramdon House Mondadori, S.A., 1ª edición, octubre de 2007, página 222.