domingo, 5 de junio de 2011

Cirauqui

De camino a la Rioja, y algunos kilómetros antes de Estella, el peregrino busca acomodo y cobijo en éste pinturesco pueblecito navarro de Cirauqui. Aunque breve, de mi estancia en Cirauqui recuerdo, con nostálgica claridad, una mañana donde las nubes se habían confabulado para restar protagonismo a un sol deseoso de dorar unos campos que rezumaban la frescura de un húmedo invierno; una estrecha y empinada Scala Dei, que es su calle principal, que desemboca en el albergue de peregrinos, a escasos metros de unos escalones de piedra que conducen a la pequeña plazuela situada al pie mismo del pórtico principal de entrada a la iglesia de San Román. Este hermoso ejemplar del románico navarro del siglo XII, posiblemente sea, en esencia, el lugar más emblemático del pueblo. Ese punto neurálgico que concentra la atención del peregrino desde tiempo inmemorial, ofreciéndole, a través del simbolismo de sus curiosos capiteles, mensajes subliminales que manos expertas consignaron, labrando magia en la hasta entonces inerme piedra.

Una magia, que inventó a la Sirenita siglos antes de que Andersen soñara su cuento y Copenhagen la convirtiera en emblema nacional; un emblema nacional que, curiosamente, sufre continuos y similares aguillotinamientos que las figuras de muchos de nuestros templos. Enfrente de ella, dos grifos enfrentados continúan ese viaje virtualmente simbólico que asocia elementos mitológicos con virtudes y pecados, los cuales han de orientar el camino espiritual de unos fieles nacidos a abismal distancia de la Cultura.

Algo más abajo, aunque no muy lejos de donde una estela de finales del siglo XVI nos recuerda la veneración de los navarros por este arcaico ornamento funerario, la iglesia de Santa Catalina, situada enfrente del frontón del pueblo, convertido ocasionalmente en mercadillo, continúa ejerciendo -aunque con las páginas de sus capiteles terriblemente roídas por las polillas del tiempo- esa labor pedagógica medieval, introduciendo, en los canecillos de su ábside, un elemento que se observa en numerosos templos de la provincia: los gemelos.

Pero sin duda, la imagen que con más nitidez y de manera más entrañable acude puntual a mi memoria cada vez que pienso en Cirauqui, no es la figura de ese gato negro que cruza por delante de mí con esa lejana elegancia de modelo característica de los felinos, sino la visión de esos hermanos del Camino que, en solitario o en grupo, ascienden indolentemente la cuesta, el rostro curtido a la intemperie y los pensamientos volando detrás de la próxima etapa.