miércoles, 22 de diciembre de 2010

Retorno a Santa María de Melque

Manteniendo aparte, por su irrelevancia, la disputa territorial entre La Puebla y San Martín de Montalbán, no deja de ser una experiencia casi mística embarcarse un día por estos parajes, y permitir que la esencia del misterio que los acompaña a lo largo de los siglos, seduzca nuestros pensamientos con presencias legendarias. Tal podría ser, por ejemplo, el caso de esos mártires de Dios, como se ha denominado en numerosas ocasiones a los templarios, quienes -causal o casualmente- forman parte también de un entorno que, situado a una distancia aproximada de 30 kilómetros de ese goético y tradicional Axis Mundi que es la ciudad de Toledo, pueden ofrecer una buena pista para considerar la importancia del lugar.
La última vez que estuve, la sosegada tranquilidad del lugar -solitario, cuál oasis en mitad de unos montes que se prolongan en la distancia como un vaivén infinito de olas- se veía ocasionalmente perturbada por unos estampidos secos, fuertes y en ocasiones desgarradores, que procedían, principalmente, de la dirección donde, unos tres ó cuatro kilómetros más allá, se localizan las ruinas del castillo de Montalbán. Un castillo que, además de constituir la base de la que partió el grueso de las fuerzas templarias que en julio de 1212 participó en la determinante batalla de las Navas de Tolosa, ofrece, tanto al curioso como al investigador, docenas de marcas de cantería que, de alguna manera, lo hacen decididamente especial. Y por supuesto, también foco de numerosas leyendas y divagaciones.


Divagaciones que, en el fondo, no dejan de tener algún sentido geométrico determinante, por cuanto que algunos kilómetros antes de llegar al pueblo de San Martín de Montalbán, y siguiendo un desvío en el que llega un momento que el coche ha de quedar irremediablemente aparcado, se localiza el tercer elemento mistérico de importancia en la zona: el complejo megalítico. Ermita visigoda, castillo y dolmen, conforman los ángulos de un triángulo imaginario bajo cuya influencia, como se ha venido demostrando en numerosos lugares de la Península, los freires milites se sintieron poderosamente atraídos.

A juzgar por los restos que aún sobreviven, se ha determinado que Santa María de Melque fue uno de los monasterios más importantes que existían antes de la famosamente triste batalla del Guadalete, acaecida en el año 711 y la invasión árabe de la Península. Muchos de sus secretos, se han perdido a lo largo de las riadas históricas que, como aves de rapiña, han pasado por el lugar. Entre ellos, se especula con las dos vírgenes que había, una Blanca y otra Negra, aunque se sabe que la que llevaba por advocación Virgen de la Leche fue robada hace muchos años. Tampoco queda rastro de las estelas funerarias templarias que, según me comentó en su momento mi inestimable amigo Rafael, se localizaban hace años en la zona del ábside, precisamente donde se ubican la mayoría de enterramientos.

Aún a día de hoy, el origen del pueblo godo continúa siendo un fascinante enigma para los investigadores. No así el hecho de que conocían y utilizaban en sus construcciones la geometría sagrada, y en particular la proporción aúrea. Lo comento, por si alguien que no conozca el lugar y sienta un día deseos de hacerlo, escrute tranquilamente la iglesia y sus proporciones porque, quién sabe, quizá por un momento adquiera la increíble facultad de poder leer las piedras.