martes, 13 de diciembre de 2011

Feliz Navidad



A punto de entrar por esa Porta Infernii, con la que Jano, el dios bifronte, nos muestra su lado más frío y gélido, marcándonos el camino del solsticio de invierno, que para los cristianos coincide con la Navidad, es bueno hacer un alto en el Camino y descansar. Al menos, en lo que respecta a éste caminante. Es sólo una breve parada; digamos, que he caído en la cárcel de ese mágico tablero que es el Juego de la Oca y debo permanecer algunos turnos sin jugar.

Ahora bien, no quería hacerlo, sin acordarme de los amigos de este blog, de vuestros amables comentarios y sobre todo, no quería dejar pasar la ocasión de mandar un recordatorio de paz, de salud y de cariño a todos aquéllos amigos del Camino, que aún en estos días tan especiales, y lejos de sus hogares y sus familias, afrontan con determinación la dirección de Compostela y el Finis Terrae, sin importar las vicisitudes por las que tengan que atravesar -duras, no me cabe duda- ni tampoco los motivos que les lleven a hacerlo. Pero estoy seguro de que todos encontrarán esa Luz al final de su Camino.

Hace siglos, el hospicio de peregrinos de Roncesvalles, se hizo eco de unas magníficas palabras del arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada:


'La puerta se abre a todos, enfermos y sanos.

Así a los católicos como a los paganos'.


Así, pues, a todos os deseo yo también una Feliz Navidad; un Venturoso Solsticio de Invierno, y sobre todo, ¡un muy Feliz y Próspero Camino!.




jueves, 8 de diciembre de 2011

Frías: encanto medieval




'El ciego sol se estrella

en las duras aristas de las armas,

llaga de luz los petos y espaldares

y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.

Por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos

-polvo, sudor e hierro- el Cid cabalga...' (1)


Caminos del Cid; caminos de misterio y gloria. De Frías, recuerdo particularmente una tormenta que nos sorprendió poco después de dejar atrás la ermita de Tobera y la capilla del Santo Cristo del Milagro. El agua, que caía en abundancia, nos sorprendió apenas nos alejamos del vehículo, el cual dejamos estacionado en los aparcamientos habilitados a la entrada de la ciudad, debajo de las murallas de su imponente castillo. Un castillo que, visto así, desde abajo, parecía extender sus milenarias almenas hacia un cielo gris, impenetrable, semejando la prolongación de los tejados de unas casas que, apiñadas en hilera por su calle principal, aún conservan esa arcana esencia de su glorioso pasado medieval. Por estas calles, escalonadas y en cuesta, el agua descendía alegremente, en regueros que más abajo habrían de fundirse con la afortunada tierra de un valle de Tobalina, en cuya defensa, ciudad y castillo jugaron en tiempos un importante papel.

[continúa]









(1) Manuel Machado