jueves, 14 de julio de 2016

San Xulián de Moraime


'El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja,
no te arredres. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha,
pero en las grietas está Dios, que acecha...'.
[Jorge Luis Borges]

No llegan ni siquiera a media docena los kilómetros que separan Muxía de otra población, asentada más al interior, pero que conoce bien todo peregrino, pues sin duda en su acercamiento a la iglesia, hallará en la fría escultura de la piedra detalles de interés, que pueden o no hacer más sutil y relevante su, en apariencia, viaje iniciático: Moraime. Todavía quedan suficientes huellas de su primitivo origen bizantino en la iglesia de San Julián o San Xulián, si respetamos, cuando menos en los lugares, los aforismos lingüísticos locales. No ha de extrañarnos, por tanto, que en nuestro acercamiento a este curioso cenobio coruñés, encontremos candelas todavía encendidas junto al pórtico principal de entrada, orientado hacia poniente, como en la mayoría de los templos gallegos, y algún que otro peregrino desmadejado en la pradera, bien descansando bien meditando sobre los pormenores de su circunstancia personal o quizás, digo sólo quizás, haciéndose cábalas sobre el verdadero significado de la curiosa Santa Cena que ocupa por completo el tímpano de la portada del lado sur, con varios de los apóstoles señalando inequívocamente a una pequeña figura que permanece sentada a la diestra del Mesías. Para un tiempo de dieguitos y mafaldas, como cantaba Joaquín Sabina, puede que los viejos misterios sean tan intrascendentes como esa mota de polvo que lleva el viento y que despertó refinados acordes de protesta en la guitarra de Bob Dylan. Pero para aquél que ve en todo esto claves iniciáticas puestas a propósito en su camino, puede que este detalle, unido a esas lápidas anónimas que muestran un símbolo netamente caballeresco y campeador, la espada, le recuerden otra clave necesariamente relacionada, como es la hidria de las bodas de Caná que, según la Tradición, los caballeros templarios custodiaban en la iglesia de Santa María de Cambre.

Porque, como dice el poema del inimitable Borges, el Camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha...