martes, 18 de octubre de 2016

Sepúlveda: iglesia y santuario de la Virgen de la Peña


En la parte alta de la ciudad, allá donde termina ese alargado brazo chinesco que es el casco antiguo de Sepúlveda y apenas alejado unos insignificantes metros de la sede de la Guardia Civil, otro notable santuario nos recuerda, como en el anterior de Brihuega, la veneración a una Mater, que si bien el color no lo evidencia en la talla que se venera en el altar mayor de la iglesia, sus orígenes son tan oscuros -¡oh, hijas de Jerusalén!- como la matriz donde se la encontró: la Virgen de la Peña. La cueva donde se halló la imagen, en ese singular siglo XII en el que parece que hubo una auténtica explosión de apariciones y descubrimientos marianos –algo comparable a lo sucedido apenas terminada la Segunda Guerra Mundial con esas cosas que se ven en el cielo-, en los que los guardianes del Camino, es decir, esos cambeadores y celosos guardianes de la tradición que fueron los templarios, casualmente no andaban lejos, todavía existe en la actualidad, si bien la última vez que estuve visitando el santuario, las lluvias habían producido desprendimientos de tierra en la ladera y no se podía bajar.

Tiempos de caminos y caminantes; de prodigios y milagros; en definitiva, de espiritualidad. Una espiritualidad desbordante, que a partir de la Reforma y con posterioridad a ella –como ya advirtiera Jung, en una conferencia pronunciada en Viena, en 1931-, sería, posiblemente, el caldo de cultivo para un racionalismo que habría de elevar a la materia a la categoría de Pater Noster o cuando menos de avatar en las eras posteriores. Sin olvidar el espíritu, puesto que precisamente le da sentido a ésta entrada, pero dejándonos llevar irremediablemente por el materialismo implícito al santuario y su conjunto, no estaría de más añadir que posee éste unas singularidades, que a pesar de todo, conectan todavía con ese mundo medieval, donde lo fascinante quedaba moldeado en piedra para aviso de peregrinos, navegantes y psicólogos modernos. Peregrinos y a la vez psicólogos, seguramente, fueron esos canteros que, cual salvaje –por lo de libre- manada de ocas, dejaron marcada en los sillares la impronta de sus patas, como una bandada que hiciera el camino inverso, es decir, de oeste a este, buscando, quizás, el lugar donde nace el sol para completar el círculo al compás de un fenómeno batallador, llamado Reconquista.

Porque viendo el exceso de libido en algunas de esas representaciones, que en modo alguno habría que interpretar de una manera literal, uno se siente héroe que, a pecho descubierto, reclama esa flecha dorada que ha de clavarse en su corazón. Lo que, de alguna manera se hace, cuando menos simbólicamente hablando, al acceder al santuario de la Madre, representatividad de un inconsciente en el que hay que sumergirse para volver a ascender: en definitiva, muerte y renacimiento.


lunes, 3 de octubre de 2016

Brihüega: iglesia y santuario de la Virgen de la Peña


'MEFISTÓFELES:
No es bueno descubrir tan gran misterio...
Hay diosas en sus tronos solitarios,
que no rodea el tiempo ni el espacio;
resulta muy difícil hablar de ellas.
¡Son las Madres!'.
[Goethe: 'Fausto']

Siempre resulta una experiencia realmente emocionante, tener la oportunidad de acceder a un antiguo lugar de culto, independientemente de la provincia donde éste se sitúe, sin importar, después de todo, que los efectos del tiempo y sobre todo, aquellos quizás más importantes provocados por la mano del hombre, resten una buena parte de la excelencia sacra que éste tuvo en su momento. Uno de los más interesantes, y a la vez, del que todavía podemos sacar relevantes conclusiones, no es otro que este Santuario de la Virgen Peña. Localizado en la histórica ciudad alcarreña de Brihuega, nos revela no sólo lo que debió de ser, en tiempos, un verdadero centro espiritual de culto a la figura primordial de esa Gran Diosa Madre que, llámese como se quiera –Isis, Ashera, Astarté, Tanith, etc- bajo su manto –sea o no éste el original con forma inequívoca de triángulo, señalando ese carácter tripartito que tenían muchos de los santuarios más primitivos- se acogieron y nutrieron prácticamente todas las culturas de la más remota Antigüedad, sino que además, en su propia historia, o mejor dicho, en esa corriente popular que generalmente suele llevar siempre consigo algo de inmaculada agua histórica –como suelen decir algunos autores, entre ellos el estimado Maese Alkaest (1)-, viniendo, quizás, a indicarnos, así mismo, olvidadas y ancestrales rutas de peregrinación de las que cada vez van quedando menos huellas en ésta, nuestra mágica Hesperia.

No parece ser casual ésta advocación –de la Peña-, a la que además hay que añadir el detalle del color específico de las imágenes –negras- que parece señalarnos unos lugares muy determinados, cuyo denominador común –aparte del dato consignado de su remoto culto-, parece ser la presencia de una orden que, si hemos de tener en cuenta sus supuestos estatutos secretos, tenían a la figura de Nuestra Señora como el principio y final de su religión, porque ya existía antes que las montañas –aquéllas a las que se refería el propio San Bernardo, como parte de los mejores lugares de aprendizaje- y la tierra: la Orden de los caballeros templarios.

Y los lugares que merece la pena reseñar y que conformarían una auténtica ruta de Vírgenes Negras atravesando diferentes provincias de la Vieja y la Nueva Castilla, no son otros que Calatayud, Ágreda, Brihuega y Sepúlveda. Aquí, además, se da la circunstancia de que en la propia tradición que envuelve esta asombrosa figura, se cita a personajes, como la princesa mora Zulema, hermana de otra doncella mora cristianizada, en cuyo honor se levantó también en un lugar de antiguos cultos precristianos en la Bureba, un magnífico santuario: SantaCasilda. De la cristianización de este lugar, así como de la posterior tradición eremítica que se instaló en él, llaman la atención los escalones labrados en la roca, así como la presencia de dos arcos románicos, que a su vez recuerdan otro lugar, no excesivamente lejano, donde también se cristianizó un lugar precristiano, levantándose una ermita en honor a Santa Elena junto a la cueva sagrada, en cuya entrada puede apreciarse otro singular arco románico: la ermita y cueva de la Santa Cruz, en Conquezuela, en la vecina provincia de Soria. Si bien la reproducción que podemos ver en este santuario es una copia, sin duda, responde fielmente al original, que se conserva en la cabecera de la iglesia que lleva su nombre, levantada sobre el mismo farallón, al lado del antiguo castillo moro, hoy día, cementerio municipal.




(1) Rafael Alarcón Herrera.