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Mostrando entradas de 2020

Castro Urdiales: sin novedad en Ítaca

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Tiene Castro Urdiales un no sé qué, qué sé yo, que me atrae profundamente, liberando esa adrenalina de la psique, cuyos arquetipos, igual que una sinfonía de Beethoven, tienen la virtud de despertar de su letargo a esa desocupada burguesa, que en el fondo es la ensoñación. De ensoñaciones despertadas bruscamente por el beso de lo impredecible –y utilizo a conciencia el lenguaje de los pájaros, pues eso me libera del engorroso estado de gracia de aspirar a que se me entienda, detalle que me permite continuar siendo acreedor de mi propia independencia- recuerdo en particular aquélla ocasión, en la que paseando por un puerto que antaño había sido portazgo de conmilitones templarios y aduana de peregrinos que acudían a la Hispania libre de la morisma con el deseo de adorar los restos del Apóstol Prisciliano –que Unamuno era un pelmazo, pero eso no significa que tuviera un pelo de tonto en la barba- me encontré embarcado –supongo que de polizón, porque no me consta haber sacado billete algu

La legendaria fundación de Noya

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Situada a la vera de una ría, que la protege en parte de la violencia de un mar que no en vano es el causante de que a esta maravillosa zona atlántica de la costa coruñesa se la conozca como de la Muerte, Noya –Noia para los gallegos- es una de esas afortunadas villas, cuyo magnetismo y encanto, induce al visitante que se aleja un irreprimible deseo de volver. Éste no tarda en descubrir, cuando ve un curioso navío en su milenario escudo, el motivo de su nombre y el por qué de la maravillosa leyenda sobre su fundación. El navío, como empezarán a sospechar, no es un barco cualquiera, sino una representación, más o menos imaginativa, del que quizás sea el primer barco de cabotaje de la humanidad: el Arca de Noé. ¿Y qué tiene que ver el Arca de Noé con Galicia y con Noya?, se preguntarán, con toda la razón del mundo. Pues todo o nada, según sea su grado de credibilidad hacia esas precursoras de la Historia, que después de todo, son las leyendas y las tradiciones. Refiere la leyenda –que aq

El misterio de la Virgen minera de Almadén

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  A lo largo de los siglos, la figura virginal de María, siempre ha estado rodeada de un fascinante halo de controversia, misterio y fenómenos paranormales –apariciones y milagros- que han hecho de su figura, después de todo, uno de los grandes pilares del Cristianismos. No cabe duda, tampoco, que desde los primeros tiempos de evangelización, la Península Ibérica, posiblemente por predisposición, ha sido considerada, con todo merecimiento, como un bastión eminentemente mariano. Lo cual no deja de ser, en el fondo, una conveniente continuidad de los viejos cultos de índole matriarcal, donde Ataecina, Ceres, Cibeles o Diana atraían la atención de culto de los viejos pueblos que desde el más remoto pasado de asentaron. Recientemente, tuve la oportunidad de viajar a un lugar de La Mancha, de cuyo –a diferencia de Don Miguel de Cervantes y rompiendo moldes por primera vez- yo sí quiero acordarme: Almadén. Podría decirse, para entendernos, aún dentro del resbaladizo mundo de las comparacione

Viajando con la leyenda: la Ciudad de Salomón

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Hablar de Medinaceli, es poner un dedo en la llaga de la España Mágica y abrir lo suficiente esa puerta de chiquero por donde ha de salir a los ruedos de la Historia, ese imponente morlaco que es siempre la Tradición. La Tradición, cuando de Medinaceli se trata, es como Peter Pan, metafórica y comparativamente hablando: ese Puer Aeterno, que se mantiene firme en sus trece, negándose obstinadamente a crecer e integrarse en una sociedad adulta, que ha perdido definitivamente sus alas. En ella, en Medinaceli, estuvieron los romanos, cuando andaban a la gresca con una Celtiberia que no se conformaba con ser felpudo de las sandalias imperiales, levantando sus temidas falkatas o espadas cortas, en la defensa del sagrado suelo patrio de Gárgoris y Habidis. Cuando estos sucumbieron también, fueron los visigodos quienes, después de saquear en Roma lo que previamente Tito había saqueado en el Templo de Jerusalén, decidieron –o al menos, eso refiere la leyenda- depositar aquí, en algún lugar igno

La joya gótica de Castro Urdiales

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  Tiene Castro Urdiales, además de la belleza que le proporciona su situación y su condición como uno de los principales puertos del Mar Cantábrico, una de las joyas góticas más impresionantes y carismáticas, de cuantas se levantaron, cuando menos, en la milenaria Comunidad de Cantabria: su iglesia, que iba camino de convertirse en catedral, dedicada a la figura de Nuestra Señora de la Asunción. Su ábside, mirando hacia el este y dándole la espalda a ese vehículo inmemorial de transmisión de cultura y sabiduría que es el mar y también dándole la espalda al pequeño castillo y su faro, nos recuerda, en los gestos fieros e incluso burlones de sus guardianes, las gárgolas, ese lenguaje secreto o argot, que según el misterioso autor Fulcanelli, utilizaban las hermandades de canteros medievales, no sólo para comunicarse entre sí, sino también como una forma de expresión codificada, por la que tan sólo los verdaderos iniciados podían acceder a su oculto mensaje. Éste, su mensaje, aún mal heri

Mirador de la Peña Ubiña: lugar de conciliábulo de las brujas asturianas

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‘Round about the cauldron go; In the poison’d entrails throw... Double, double toil and trouble; Fire burn, and cauldron bubble’. [‘Giremos alrededor del caldero; arrojemos en él entrañas envenenadas... Redoblemos, redoblemos trabajos y afanes; ¡que arda el fuego y que hierva el caldero!’] William Shakespeare: ‘Macbeth’, acto IV, escena I En tiempos de Shakespeare, la brujería era un tema que estaba a la orden del día. A pesar de tratarlo en numerosos episodios de sus dramas y tragedias, el inmortal William –ese niño bonito, mimado por su madrina la Musa- jamás fue desconsiderado y mucho menos irrespetuoso, siendo consciente, con toda probabilidad, que se trataba de un mundo alternativo, rescoldo, acosado y perseguido, después de todo, de un universo ginolátrico –el Mundo de la Diosa, o si lo prefieren: ‘aquello que ya existía, antes de que Dios creara el cielo y la tierra’- que siempre se negó a desaparecer, siendo particular y furiosamente atacado por un judeo-cristianismo al que, co