jueves, 4 de noviembre de 2010

Otoño en el embalse de la Cuerda del Pozo


A veces creo que fue ayer, en este mismo lugar, donde un muchacho que se parecía a mí, soñaba, junto a las tranquilas aguas del embalse, con ese corazón de las tinieblas de Conrad -de ahí el por qué del título de la canción de Supertramp que acompaña al vídeo- y aún espantado y maravillado a la vez por la grandeza y la miseria que convierten el corazón humano en un campo de batalla entre el Bien y el Mal, abandonaba sigilosamente África, para embarcarme en esa fantástica Nave de los Sueños, y continuar con una travesía incierta por los oscuros laberintos de las calles de Praga. Buscaba al Dominico Blanco, y la única carta de presentación que tenía, allí, debajo de la sombra del mismo pino -hubiera sido impedonable, elegir otro árbol en Tierra y Corte de Pinares- era el nombre de un caballero que cambió su carrera en el banco, por el placer de la ruina literaria. El caballero en cuestión, se llamaba Gustav Meyrinck, y no tanto por su condición de judío como por los esoterismos a los que era aficionado, su nombre era uno de los muchos que encabezaba la lista negra de la Gestapo. Algo más allá, en esas mismas orillas cuyas aguas intentan lamer mis pies, empujadas por el viento, mi tío lanzaba las cañas, sin duda soñando con sacar a la Reina del Agua. Es decir, a la trucha más espectacular y vieja de cuantas moran en sus ignotas profundidades y anidan en el limo de lo que antaño fuera el pueblo de La Muela. A veces, cuando el nivel de las aguas lo permite, se ven los restos de una fábrica e incluso la torre de su antigua iglesia románica. Por aquél entonces, el románico y yo estábamos, no diría que enfadados, pero sí distanciados por un abismo cultural que, repito, viendo a aquél muchacho capturado por la lectura de lo hipotético y lo fantástico, no reconozco al hombre apasionado que hoy día es capaz, al menos de intentar ver más allá de un simple templo y habla de Arte con la inocente pasión de un suicida.
Sólo mirando a estas olas del presente me doy cuenta de lo fácil que es hacer un alegato, poniendo por testigo a los vanidosos caballeros del recuerdo. ¡Ah, qué fácil es volar cuando todavía se está en la edad de Peter Pan!. ¡Sin duda el Otoño ejerce una extraña influencia en el corazón del Peregrino!.