sábado, 30 de noviembre de 2013

La iglesia de Santiago, en Barbadelo


Otro de los templos relevantes del Antiguo Camino o Camino Francés a su paso por la provincia de Lugo, es el levantado en la población de Barbadelo, a la figura del Apóstol Santiago. Un templo curioso, que por su aspecto, y comparativamente hablando, ofrece ciertas semejanzas con aquél otro dedicado a la figura de San Pedro, que se levanta en A Mezquita, pueblo situado en la vecina provincia de Orense. De este templo, que según el Padre Yepes formó parte de un monasterio que fue anexionado a Samos en el año 874, y a pesar de las sucesivas reformas sufridas a lo largo de los años, se conservan piezas de extraordinario interés, sobre todo referidas a los motivos grabados en el tímpano de su portada principal, orientada al oeste, donde se localiza la misteriosa -y quizás prerrománica- figura del orante, a cuyos lados parecen advertirse dos soles. Por debajo de ella, se aprecia, así mismo, un curioso motivo de aros entrelazados, en cuyo centro se sitúa una extraña figura de rasgos animaloides, que quizás represente una especie de guardián del templo, a modo de demonio Asmodeo que, según la tradición, custodiaba el Templo de Salomón. Los capiteles, a pesar del considerable desgaste, también muestran elementos de interés, entre los que destacan la presencia de aves afrontadas, leones, incluida la tradicional referencia a Daniel, pequeñas cabezas surgiendo de la maleza e incluso una posible Adoración.
A diferencia de muchos otros templos, también el tímpano guarda una sorpresa por su parte interior, donde se localiza una cruz -similar a la Cruz de la Victoria asturiana- en cuyo centro se aprecia una estrella de siete puntas. Completan el diseño, una singular variedad de motivos solares. En uno de los pilares de acceso a la torre, y de cara a la entrada, el peregrino puede apreciar, justamente en el sillar situado por encima de la pequeña pila de agua bendita, una curiosa cruz monxoi -en la que se vislumbran los simbólicos escalones del Templo de Salomón- de brazos patados, de esmerado tamaño y profundamente grabada en el sillar. Los capiteles interiores, muestran gran profusión de motivos foliáceos y una curiosa representación arbórea, donde el tronco del árbol en cuestión, se divide en dos grandes ramas cuyos vértices apuntan a derecha e izquierda, respectivamente. Aún en deplorable estado de conservación, el Retablo Mayor muestra una interesante iconografía. Presidido por una impresionante imagen de Santiago ataviado de peregrino, túnica negra, manto rojo, bordón y libro cerrado en la mano, por encima de localiza una magnífica talla de Cristo gótico. A un lado, una pequeña imagen de una santa -difícil de identificar, puesto que tan sólo se distingue una hoja de palma en su mano-, y al otro, una pequeña talla de Virgen con Niño. Completa la imaginería principal, otra excelente talla de San Juan Evangelista, con la copa o grial en la mano. Este es uno de los templos citados por Aymeric Picaud, aunque refería que aquí, en el pueblo de Barbadelo, al igual que en Triacastela, solían acudir con cierta frecuencia emisarios de los hoteleros compostelanos que embaucaban a los peregrinos con falsas promesas de hospitalidad (cita comentada por el Padre Valiña en su Guía).

miércoles, 27 de noviembre de 2013

La iglesia de San Salvador de Sarriá


Veintitrés son los kilómetros que separan al peregrino que sale de Portomarín para dirigirse hacia otro de los enclaves obligados en esta parte del Camino de las Estrellas que atraviesa una provincia, Lugo, donde no faltan multitud de referencias de toda índole. Si bien Sarriá ha crecido alrededor de su calle Mayor, sus murallas y sus templos más emblemáticos dedicados a las figuras de Santa Marina -ojo al dato- y San Salvador, respectivamente, de su antiguo esplendor histórico-artístico apenas sobrevive, más o menos entero, éste último, pues de las murallas apenas quedan algunos retazos y la iglesia de Santa Marina ofrece, cuando menos, un aspecto totalmente remozado. También existía el hospital de San Antonio, sobre el que se puede añadir -valiéndonos de la información proporcionada por Don Elías Valiña (1), fallecido párroco de O Cebreiro- que se piensa fue fundado por el propio conde de Lemos, siendo su gran protector el clérigo Leonís de Castro y Portugal, hijo del marqués de Sarria, como se deduce de su testamento de 1588. Este hospital, hoy en día reconvertido en la sede de los Juzgados, ofrecía al peregrino cama, luz y asistencia sanitaria, basándose ésta en la figura de los cirujanos de la época, que cobraban un sueldo fijo por sus servicios, tal y como se ha constatado en otros hospitales situados, por ejemplo, a lo largo de la costa cantábrica.
Volviendo al templo de San Salvador, se puede afirmar que, a pesar de su aparente sencillez, en su vertiente ornamental se localizan detalles y singularidades, sobre las que merece la pena detenerse, siquiera sea para echar un breve, pero interesante vistazo. Uno de los detalles que más ha de llamar la atención de los peregrinos y los visitantes que se sitúan frente a su portada oeste, es un capitel que conlleva una clara alusión al Grial -al menos, en su vertiente cristianizada (2)-, donde se muestra a un ángel con una copa o grial en la mano. Precisamente la figura angélica, que en no pocas representaciones artísticas, tanto de índole románica como posterior, se muestra recogiendo en la copa la sangre que brota de las heridas de un Cristo todavía crucificado. Junto al ángel, en otro capitel, se muestran dos bestias, probablemente leones -símbolo de conocimiento- unidos por la cabeza. Ahora bien, en la serie de capiteles de la derecha, entre diferentes alusiones a la Madre Tierra en su esplendor vegetal, volvemos a encontrarnos con una significativa figura, cuya presencia quedó oportunamente constatada en las visitas a los templos de Vilar de Donas y Portomarín: el controvertido Árbol de Conocimiento; o del Bien y del Mal. O del Demonio, como se opina en Vilar de Donas a sugerencia del párroco, en virtud del número de ramas: seis. Elemento con idéntico número de ramas que no sólo se observa en este lado oeste del templo, sino que también se vuelve a localizar en el tímpano de la portada norte, donde, además, lo hace por partida doble, a ambos lados de otra no menos curiosa y controvertida figura, a la que generalmente se identifica con un orante. Cierran el conjunto -que el mencionado párroco de O Cebreiro describe en su libro como un Pantocrátor- dos pequeñas cruces paté, inmersas en su correspondiente círculo, situadas por encima de ambos árboles. Y como broche, queda llamar la atención sobre los magníficos herrajes, de época y factura idéntica a los que se encuentran también en la iglesia de San Salvador -Ruta de los Salvadores- de Vilar de Donas; unos herrajes, de los que aún se pueden encontrar rastros, no tan bien conservados, seguramente, en lugares tan lejanos como la iglesia de San Juan de Rabanera, en Soria capital, reconstruida con los restos del cercano templo dedicado a la legendaria figura de San Nicolás.

 
(1) Elías Valiña: 'El Camino de Santiago: Guía del peregrino a Compostela', Editorial Galaxia, Vigo, 1992, página 216.
(2)Sería interesantes, recordar aquí la estupenda clasificación que sobre el Grial realizó en su momento Andrew Sinclair, gran especialista en la materia, quien, en su obra 'El descubrimiento del Grial', Editorial Edhasa, 2003, dice lo siguiente: 'Si los bardos celtas optaron por un Grial de sangre y sacrificios, y los trovadores franceses escogieron un Grial de abundancia y amor, los poetas alemanes de la época prefirieron un Grial de caballeros y de piedra'.

viernes, 22 de noviembre de 2013

La iglesia de San Xoan de Portomarín


Portomarín es un espejismo en el Camino de Santiago; una villa reconvertida aún más si cabe en marinera cuando se llevó a cabo la creación del embalse de Belesar, bajo cuyas aguas y en un lecho de limo y olvido, yacen eternamente muchas de las casas del antiguo pueblo. Por eso, poco o nada es lo que parece, pues incluso su monumento histórico-artístico más destacado, la iglesia de San Nicolau o de San Xoán, como es más conocida, tampoco está en su lugar original, sino que fue trasladada piedra a piedra de su emplazamiento a la orilla del río. Y aún así, no obstante, quien visita Portomarín y se detiene a contemplar ésta insigne maravilla que en tiempos formó una de las encomiendas más importantes de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén en la provincia de Lugo, miente si afirma que no le impresionó. Y es que, contemplando la soberbia estructura de templo-fortaleza que tiene esta emblemática joya arquitectónica cuyos orígenes se remontan al siglo XIII, es difícil no pensar en la catedral de Santiago y escuchar, siquiera sea en la imaginación, el sonido maravilloso de esas prodigiosas campanas, reconquistadas a la morisma siglos más tarde de la terrible razzia de Almanzor, que alentaron con su dulce tañido la sublime creación del Maestro Mateo. Porque aquí, en la belleza y la perfecta factura de sus tres pórticos vemos, cuando menos, parte de esas sutilezas anímicas de un Maestro y de una Escuela que, a base perfección y equilibrio, fueron situando estratégicamente diferentes enciclopedias pétreas para maravilla de unas gentes, peregrinos principalmente, que acudían a Compostela sabiendo -o mejor, intuyendo- que en su duro camino se encontrarían con los mensajes de una escuela subliminal, especialmente preparada, cuya gramática, pura y universal, se basaba, principalmente, en la fuerza que conlleva el rey supremo de los arquetipos que subyacen en lo más profundo del alma colectiva de los pueblos: el Símbolo.
Alentado, quizás, por esa música celestial que, desafiando al tiempo y a la imaginación, parecen interpretar los veinticuatro ancianos del Apocalipsis en peremne sinfonía desde el estrado de su portada oeste o principal -recordemos que como en el caso de las iglesias del entorno de O Cebreiro el peregrino entraba, simbólicamente, de la muerte al renacimiento, del ocaso a la luz-, el peregrino sabe que su próximo etapa queda tan sólo al tiro de piedra que suponen los 9 kilómetros que lo separan de Paradela y los veintitrés de Sarriá.

sábado, 9 de noviembre de 2013

La iglesia de San Salvador de Vilar de Donas


Estoy plenamente convencido, de que este templo de San Salvador de Vilar de Donas, es uno de los ejemplos más singulares, simbólicos y misteriosos de cuantos elementos conforman esa maravillosa universidad mistérica que es, después de todo, el Camino de Santiago. Es una pena, así mismo, que la bondadosa locuacidad del respetado párroco de O Cebreiro, don Elías Valiña -que en merecida paz descanse-, no le haya dedicado a este fascinante lugar más que unas breves líneas, que se antojan indiferentes ante la importancia de su dimensión. En ese sentido, causa estremecimiento pensar que incluso el propio lugareño que amablemente abre unas puertas cuyos maravillosos herrajes se remontan, como en la catedral de Lugo, al siglo XIII, posea una locuacidad tan certera, que el visitante experimente verdaderos apuros para seguir la línea de una conversación que se hunde, cuando menos, en esos misteriosos inicios de lo que fuera, allá por el siglo XII, un monasterio fundado por monjes irlandeses. Y tampoco ha de escandalizarse nadie, si el propio lugareño, con aires de entendido, señala, observando de reojo, esos nudos típicamente celtas; esas formas dentadas que recuerdan las olas del mar, quizás esas mismas que separan Galicia de Irlanda; y ese inequívoco símbolo solar, como es el cardo, que recuerdan, a todo aquél que la conozca, esa tradición tan viva todavía en el Monsacro asturiano, donde siguiendo la costumbre de la famosa coplilla, al que lo entrega le sirve de alivio y al que lo recibe le supone un regalo. Después, cuando se percata de que el visitante ha tomado buena nota de su observación, y a bocajarro, le pregunta si quizás ese ajedrezado que se observa también en la portada, es origen lombardo o musulmán. Y este se queda a escuadra, porque, en el fondo, no sabe a ciencia cierta a qué santo o diablo encomendarse, y acudiendo a ese más o menos lleno baúl de los recuerdos, intenta salir del paso, aludiendo que conoce a cierto profesor de lengua, residente en Málaga y de nombre Jesús García Castrillo, que mantiene unos muy interesantes puntos de vista sobre los orígenes armenios del románico. Pero las sorpresas no se quedan, en absoluto, de puertas para afuera, sino que, muy al contrario, cuando se franquea el umbral, aguijoneada el alma para aspirar las desesperantes fragancias del misterio, es cuando realmente uno se da cuenta de que la aventura apenas acaba de comenzar, y de que la Historia, Dama burlona donde las haya, no ha sino de mostrar su descarada voluptuosidad, escupiendo rudamente a la cara detalles de inequívocas referencias, que le hacen preguntarse por qué un lugar, con tan inequívocas referencias mistéricas y heterodoxas, quedaba, aproximadamente, un kilómetro fuera de la ruta oficial que continuaba hacia Melide, en tierras ya pertenecientes a la provincia de A Coruña. Posiblemente, escudriñando esas primorosas y viejas lápidas de caballeros santiaguistas, uno entienda que hacer referencias a esos puñales con las empuñaduras terminadas en forma de pata de oca; esos símbolos de conocimiento y también de reconocimiento que son perros y leones; ese supuesto árbol del Diablo, grabado en la basa de la columna izquierda absidial -en la basa de la derecha, se observan inequívocos símbolos solares-, o ese misterioso baldaquino, coronado por un templete sobre el que predomina un castillo -¿quizás una referencia al cercano castillo de Pambre, el único que no fue conquistado cuando la revuelta irmandiña?- y que, según se cuenta, albergó los restos mortales de un relevante personaje sanjuanista, entienda por qué -es sólo una suposición, de manera que nadie se tire de los pelos, pues mi respeto hacia el buen párroco es certero y sentido- don Elías Valiña, decidió no extenderse más que para añadir una relación con el lugar de dos reyes bien singulares: Alfonso IX y Fernando II. Este último, desde luego fue uno de los introductores -posiblemente aleccionado por el conde de Traba- de los templarios en Galicia. Quizás, como me consta por la información proporcionada por un buen amigo -Rafael Alarcón Herrera- todo se debiera a una simple cuestión de espacio, requerida por el editor. Pero se me hace cuesta arriba creerlo, sobre todo cuando uno se acerca al ábside a contemplar esas maravillosas pinturas góticas, y se encuentra, junto a la figura de Cristo descolgado de la cruz, no sólo curiosas representaciones mandálicas, sino también, y en número de cuatro por lo menos, de esos misteriosos, simbólicos y risueños dioses celtas que, presentes no sólo en las representaciones románicas y góticas, sino de estilo más actuales, se denominan vulgarmente como hombres verdes.
Cuando uno sale del interior del recinto, pensando, a la vez, que la presencia de tanta cruz patada sólo sea una simple y típica forma de consagración de la iglesia, no deja de preguntarse, pesaroso, cómo hubiera sido el lugar en esos siglos oscuros, cuando abundaban los dólmenes alrededor y los dioses de la Antigua Religión campaban alegremente, festejados oportunamente, por la sabia determinación de unos hombres que brillaron por su acopio de Sabiduría y Conocimiento: los Druidas. ¡Lástima que su fuerte, no fuera el pergamino y la escritura!. Ahora que, después de todo, ¡quién sabe!, quizás no todo se haya perdido y en la piedra, cuando volvamos a aprender ese lenguaje de los pájaros con el que fue escrita, nos llevemos la supina sorpresa de volver a encontrárnoslos.