martes, 23 de noviembre de 2010

Una visión apócrifa de las Caras de Bélmez

Si hemos de encontrar culpables, no se me ocurre ninguno mejor, que esa Dama, burlona y en ocasiones cruel, que se llama Providencia. Ahora bien, no deja de ser un aserto honesto, también, que en la presente historia, el hombre dispone y la Providencia, que no Dios, me parece a mí y el Diablo tampoco, hace el resto.
Desde un punto de vista lovecraftiano, no puedo comparar los impenetrables y sombríos bosques de Providence, en Rhode Island, con esas fascinantes extensiones de altivos olivos, que caracterizan a la provincia de Jaén. Pero sí puedo comparar, en parte, esos tenebrosos Mitos de Cthulhu, con un no menos tenebroso Mito, eminentemente nacional, cuyas raíces se hunden en esta tierra con idéntica profundidad a como lo hacen las arcanas raíces de los olivos que la representan: las Caras de Bélmez.


Lamento decir, que no he estado en Bélmez de la Moraleda. Y bien que lo siento, porque, de hecho, su visita formaba parte de esas alternativas que, caso de ser necesario para mantener el interés del personal, ocupan siempre un segundo plano en el orden universal y preeminente de toda Ruta que se precie. Porque en realidad, hablar de Bélmez conlleva, necesaria y obligatoriamente, sacar a relucir ese lado marginal que, en el fondo, constituye apenas una diminuta pieza en el engranaje fundamental de la gran máquina extra o parasensorial en la que se basan todas las religiones a la hora de afrontar lo que hoy por hoy, continúa siendo la única certeza evidente: la muerte. Ir más llá de esto, constituye una pseudo-verdad, más o menos revelada, que se basa, fundamentalmente en mi opinión, en dos conceptos clave -Fe y Esperanza- que responden a la angustia humana que genera el miedo a dejar de existir.

Los fenómenos que genera ésta gran máquina extrasensorial -o ésta situación, si se prefiere- quedan determinados o englobados en una pseudociencia -aceptada y considerada como materia universitaria en algunos países- denominada Parapsicología. Y dentro de la Parapsicología, y siguiendo la extraordinaria aceptación o conmoción causada por dos agentes de ficción, Mulder y Scully, los casos más persistentes o más relevantes, y por supuesto sin cerrar, más que nada porque no hay Dios que se atreva a cerrarlos -como algunas salas de fiesta, donde el politiqueo está a la orden del día- pasan a ser considerados como Expedientes X. Tal y como suena; una importación más como Halloween, o Santa Claus o Papá Noel.
Bélmez, y esas caras que parecen perseguir a una familia en cuestión, aunque conservan en su fuero interno la denominación de origen made in Spain, continúa siendo, aún en la actualidad, todo un expediente X.
No obstante, cuando se tiene la oportunidad de conocer a un testigo, que a su vez conoce a la familia, y de hecho, ha estado muchas veces en la casa y ha visto las caras -o caretos, según expresión textual- y también la hucha -creo que entendí bien, aunque no me quedó claro si estaba sólo como adorno- depositada en un aparador de la entrada a la vivienda en cuestión, uno vive, en parte, ese expediente del que, al parecer, y vista ésta versión, ni siquiera el clásico escrito por Manuel Martín Serrano (1) tiene, por decirlo de alguna manera, la última palabra.
Aquí, desde luego, entran en escena dos factores que están más acá, pero mucho más allá de la Parapsicología y sus insondables misterios: un lugar acogedor en el que escuchar plácidamente una historia, y una anfitriona con encanto más que suficiente para contarla: Missis B.
El caso es espeluznante, desde luego, pero juro que, a pesar del misterio; de los detalles escabrosos y del terror que pueda producir el hecho de que a medida que vayan falleciendo en la casa, vayan apareciendo caras que recuerdad -y lo digo con todo el respeto del mundo- a los seres queridos, en mi vida me he podido reír tanto. Hay testigos de cuanto digo, desde luego, y en su conciencia dejo corroborarlo o, por el contrario, hacer como aquél ambiguo personajillo romano, que de nombre Poncio y apellido Pilatos: lavarse las manos.
Ahora bien, en mi descargo, tan sólo añadiré que, mientras Missis B hablaba, la tarde se abatía sobre una tranquila, quizás somnolienta Albanchez; el Aznaitín, como queriendo dar a entender que también era rey y parte del misterio, lucía una gloriosa corona de niebla que le tapaba la cara, ¡perdón, la cima!, y alguien -como ese Voldemor de la serie Harry Potter, que no debe ser nombrado- tranquilizaba en su regazo al pequeño Mongui.
Para mi desgracia, en esa ocasión me falló la grabadora.

(1) Manuel Martín Serrano: 'Sociología del milagro. Las caras de Bélmez'.