viernes, 10 de abril de 2009

Peregrinando hacia el Misterio. La Riba de Santiuste: el 'castillo de Manuela'

Uno de los detalles más fascinantes del Camino, es aquél en el que uno, pensando que sabe dónde va, ignora, sin embargo, dónde puede terminar y por tanto, cuáles son, en realidad, los planes de ese hado fatuo que conocemos con el nombre de destino. Aunque tenía una cita en Conquezuela, provincia de Soria, terminé merodeando por la vecina provincia de Guadalajara, visitando lugares interesantes y misteriosos que, aunque de oídas conocidos, nunca sospeché que estuvieran tan al alcance de la mano y mucho menos que de una forma tan inusualmente inesperada, terminaran cruzándose en mi camino.
A una distancia equivalente de Sigüenza y Conquezuela -unos 13 ó 15 kilómetros, aproximadamente- y a pesar de ser un pueblo bonito y relativamente grande, la Riba de Santiuste hubiera pasado desapercibido -como tantos otros pueblos- si hace ya al menos unos 30 años, la Cadena Ser, y más concretamente el equipo del programa Medianoche -dirigido por Antonio José Alés- no hubiera pernoctado una noche, intentando atrapar al fantasma de Manuela -o Manola- doncella cuyo espíritu, al cabo de los siglos de su muerte, posiblemente violenta, y siempre según la rumorología local, seguiría deambulando por las murallas y las habitaciones del formidable castillo en el que habitó un día.
Como era de esperar, la noticia también se hizo eco en el programa Cuarto Milenio de un auténtico sabueso del misterio, como es Iker Jiménez, quien recogió los testimonios de aquélla primera expedición, cuyos miembros todavía se estremecen al recordar los pormenores de su insólita aventura. Estos son datos de sobra conocidos por los vecinos, quienes parecen desconfiar -y en algunos casos acertadamente- de todos cuantos se interesan y pretenden subir al castillo.
El cerro rocoso sobre el que se asienta, es visible en la distancia, como corresponde por ley a este tipo de construcciones, que jalonan España de una punta a otra. Mi primera impresión, al verlo, fue de la de recordar la historia bíblica del Arca construída por Noé para eludir las terribles consecuencias del Diluvio Universal. Y es que, después de una fatigosa caminata cuesta arriba, al observar la rosada mole pétrea de cerca, no pude por menos de compararla con la quilla de un formidable navío varado en la cima de aquél extraordinario peñasco.
Antes que nosotros -y cuando digo nosotros, me refiero también a José Luis, mi guía durante la memorable jornada del Jueves Santo y también el 'culpable' de alterar mi destino para aquél día, consiguiendo que llegara a conocer, al menos de manera parcial, este hechizado enclave- unos moteros habían llegado a las puertas del castillo.
Tiene ésta una inequívoca y arabizada forma de cerradura, que recuerda aquélla otra que oculta una auténtica joya artística, como es la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga. También tiene un enrejado de hierro y un candado -posiblemente el enésimo interpuesto por su dueño- para evitar visitas inoportunas. Y por si fuera poco, señales evidentes en sus muros -tanto exteriores como interiores- de la visita de algún grupúsculo de extrema derecha, que todavía no ha aprendido a respetar parte de los componentes de ese ultranacionalismo conservador -e incido en el amplio sentido del verbo conservar- que tanto defienden cuando se manifiestan por las calles armados hasta los dientes.
Según nos comentaron unas vecinas que estaban sentadas al sol, en un banco situado enfrente de la iglesia y la casa consistorial, el dueño toma estas precauciones porque no quiere que penetre nadie al interior del castillo, basándose en su mal estado, aunque no es esa, precisamente, la impresión que da y sí, por el contrario, ofrece una visión de compacta constitución que ha desafiado al tiempo desde el siglo X en el que se fechan sus orígenes. En realidad -y no es de extrañar, tampoco- en el pueblo están cansados de aventureros, vándalos, satanistas -que haberlos, haylos, y muchos- cazafantasmas y curiosos.
Inseparable de su báculo egipcio, regalo de un amigo, José Luis charla animadamente con los moteros, mientras yo deambulo fascinado por los alrededores, aunque -y dejo constancia del hecho- sin observar nada anormal: ninguna aparición en las almenas; ningún grito sobrenatural -otra de las características atribuídas al fantasma de Manuela- si exceptuamos el trino repentino de algún ave, detalle éste que puede ser una genuina señal de que todo 'marcha bien' y no hay nada raro en el ambiente.
En definitiva, que posiblemente decepcionados ante la ausencia de experiencias sobrenaturales con las que poder adornar las páginas de este blog -no descarto en el futuro intentar obtener el consentimiento del dueño del castillo y pernoctar una noche, como el equipo de Antonio José Alés- abandonamos el castillo encantado de la Riba de Santiuste. Eran, aproximadamente, la una y media del mediodía y ya llevábamos un buen tute para el cuerpo. Eso sí, las vistas que se disfrutan desde allí hacen, no me cabe duda, que el esfuerzo de la ascensión siempre merezca la pena. Y quién sabe: a lo mejor en la próxima ocasión el indolente fantasma de la doncella puede que se muestre con menos timidez, y nos ponga la carne de gallina.