domingo, 21 de diciembre de 2014

La Catedral de Barcelona


Situada en la Plaza de la Seu, en pleno centro de Barcelona, la catedral, dedicada a la figura de Santa Eulalia, es una obra cumbre, que no sólo conserva en su magnífica conjunción la magia de los canteros medievales, sino que además, es heredera, también, de una larga y cumplida historia, repleta de misterios y detalles por descubrir. En vista de parte de ella, quizás no sea en modo alguno aventurado pensar que quizás no fuera casualidad, que en éste preciso lugar donde sus piedras cantan la sinfonía del universo, elevando su voz hacia las esferas del infinito, se elevara, en tiempos prerrománicos, una iglesia que estaba bajo la advocación de la Vera Cruz. Y no parece ser casual, tampoco, que el primer convento-fortaleza que los templarios tuvieron en la Ciudad Condal -en cuyo solar, se eleva en la actualidad la llamada Casa de l'Ardiaca o Casa del Obispo-, se levantara a escasos metros de una de las portadas que transmite, simbólicamente hablando, esa luz de conocimiento o luz interior, que define el nombre de su madrina: Santa Llúcia o Santa Lucía. Tampoco parece casual, como vimos en la entrada anterior, que entre tanto símbolo, se localice también ese enigmático y maravilloso Jardín de la Oca, cuyo simbólico camino, recorre y desarrolla el peregrino en su trascendente epopeya hacia la Unidad. Ni la presencia, aunque sea como réplica, de esa singular Virgen Negra, que es Madre y Corazón de Catalunya: Nuestra Señora de Montserrat. Ni el enigmático misterio, irresuelto todavía, de la enigmática calavera atravesada por una daga, situada en el cercano puente que une la Generalitat con la Casa del Canonges. Tanto dentro de ese bosque inconmensurable, donde la hueca opacidad de los propios pasos parecen confundirse con los antiguos cantos druídicos, como en sus aledaños, todo es un sublime mundo simbólico por descubrir. Y es que, contemplar esta singular monumentalidad, no deja al espíritu indiferente; como tampoco le pasó inadvertido, aquél venturoso día del mes de octubre de 1211, a un visitante singular -San Francisco de Asís, cuya firma era una Tau-, cuando, apenas desembarcado en el puerto de Barcelona,dijo aquello de:

- Gracias, Señor, por haberme enviado aquí a cumplir tu mandato. Porque este lugar es la antesala del Paraíso.