domingo, 20 de noviembre de 2011

Peregrinos en Villafranca Montes de Oca: Primera Parte



'Polvo, barro, sol y lluvia

es Camino de Santiago.

Millones de peregrinos

y más de un millar de años...' (1)



Finales de agosto. El verano bosteza, preparando las maletas para hacer turismo por otras latitudes, otros hemisferios, en cuyo hotel ya ha hecho la reserva, como es habitual. Aún así, el sol continúa zurrando de lo lindo; calentando con saña, sin importar lo temprano de la hora. Su caricia sofoca en campo abierto y muy pocos son los que se parar a mirar el vuelo de las aves. Todas, en formación y desde luego en solidaria comandita, forman una punta de lanza que señala hacia Oriente. El peregrino, mochila al hombro y bastón en mano, lo intuye; pero no detiene nunca su marcha, excepto en los puntos previamente establecidos en su ruta. Se sabe peón activo en el Gran Juego Vital en el que está participando y considera sus ampollas y penalidades como estigmas que ponen siempre a prueba su fortaleza y su fe.

Poco después de amanecer, llegan los primeros peregrinos. Por la dirección, es de suponer que proceden de Espinosa del Camino -nombre que define a la perfección dos conceptos iniciáticos que conlleva toda peregrinacion que se precie- descendiendo la colina de San Felices por un caminillo rural que, más o menos un kilómetro más allá, les adentra en ese centro neurálgico del Camino Jacobeo, que es Villafranca Montes de Oca; o de Auca, como se la denominaba antiguamente.



Solos, en pareja o en grupo y vistos al contraluz desde las ruinas de lo que, allá por el siglo IX fuera el orgulloso ábside de la iglesia del monasterio de San Félix, podrían ser confundidos con espíritus surgiendo de esa luz primordial que, aseguran los que han experimentado ese incierto estado clínico denominado ECM (2), se encuentra siempre al final del túnel. Porque ese, en mi opinión, podría ser un buen símil: el Camino es ese túnel, en cuya consecución, cada uno haya su Luz.

Al borde del camino, y a algunos metros por delante de donde la rapiña, el tiempo y la erosión han contribuido en su justa medida a que los restos del ábside del milenario monasterio semejen una abandonada casamata, un pequeño mojón con una vieira y una flecha, señala la dirección a seguir. Como en muchos otros lugares del Camino Jacobeo, y a semejanza de Fontcebadón y la pirámide formada por las piedras depositadas a lo largo de los siglos por los peregrinos que acudían y continúan acudiendo en tropel a Santiago de Compostela, el mojón se ha convertido en un pequeño altar simbólico, en el que casi todos los peregrinos que pasan, rememorando una antigua costumbre, depositan una piedra. Hay quien piensa que dicha costumbre, pueda estar basada en una antiquisima tradición, pagana, para más señas, que a modo de diezmo -no olvidemos, que aún en la Edad Media se mantenía la costumbre de enterrar a los difuntos con una moneda en la mano o dos monedas colocadas en cada ojo, para pagar los servicios del terrible barquero Caronte-, aplacaba a los dioses de los caminos, asegurándose un feliz viaje.

No puedo dejar de pensar que quizás aquí, en el caso que nos ocupa, la piedra que incluso yo he depositado -una de las primeras, aunque parezca mentira- constituya, aún sin saberlo, una especie de vela simbólica en memoria de Diego Rodríguez Porcelos: aquél conde que fundara la ciudad de Burgos y que, según la Tradición, fuera enterrado precisamente aquí, en el ya inexistente monasterio de San Félix (3).
Con el sol alto ya sobre la línea del horizonte y una incierta, quizás nostálgica sensación de pérdida en mi caso, dejamos atrás la colina de San Felices y sus fantasmas históricos, encaminándonos, sin abandonar el término municipal de Villafranca, a otro inolvidable cuando no imprescindible santuario del Camino: la ermita de Nª Sª de Oca.


(1) Versos de un peregrino anónimo, escritos en un muro a la entrada de Nájera. Esta referencia está sacada del libro de José Manuel Somavilla: 'Guía del Camino de Santiago a pie', Ediciones Tutor, S.A., 2ª edición, 2003.

(2) Experiencia Cercana a la Muerte.

(3) Otros dicen que murió en el también pueblecito burgalés de Cornudilla.