'MEFISTÓFELES:
No es bueno descubrir tan gran misterio...
Hay diosas en sus tronos solitarios,
que no rodea el tiempo ni el espacio;
resulta muy difícil hablar de ellas.
¡Son las Madres!'.
[Goethe: 'Fausto']
Siempre
resulta una experiencia realmente emocionante, tener la oportunidad de acceder
a un antiguo lugar de culto, independientemente de la provincia donde éste se
sitúe, sin importar, después de todo, que los efectos del tiempo y sobre todo,
aquellos quizás más importantes provocados por la mano del hombre, resten una
buena parte de la excelencia sacra que éste tuvo en su momento. Uno de los más
interesantes, y a la vez, del que todavía podemos sacar relevantes
conclusiones, no es otro que este Santuario de la Virgen Peña. Localizado en la
histórica ciudad alcarreña de Brihuega, nos revela no sólo lo que debió de ser,
en tiempos, un verdadero centro espiritual de culto a la figura primordial de
esa Gran Diosa Madre que, llámese como se quiera –Isis, Ashera, Astarté,
Tanith, etc- bajo su manto –sea o no éste el original con forma inequívoca de
triángulo, señalando ese carácter tripartito que tenían muchos de los
santuarios más primitivos- se acogieron y nutrieron prácticamente todas las
culturas de la más remota Antigüedad, sino que además, en su propia historia, o
mejor dicho, en esa corriente popular que generalmente suele llevar siempre
consigo algo de inmaculada agua histórica –como suelen decir algunos autores,
entre ellos el estimado Maese Alkaest (1)-, viniendo, quizás, a indicarnos, así
mismo, olvidadas y ancestrales rutas de peregrinación de las que cada vez van
quedando menos huellas en ésta, nuestra mágica Hesperia.
No parece ser casual
ésta advocación –de la Peña-, a la que además hay que añadir el detalle del color
específico de las imágenes –negras- que parece señalarnos unos lugares muy
determinados, cuyo denominador común –aparte del dato consignado de su remoto
culto-, parece ser la presencia de una orden que, si hemos de tener en cuenta
sus supuestos estatutos secretos, tenían a la figura de Nuestra Señora como el
principio y final de su religión, porque ya existía antes que las montañas
–aquéllas a las que se refería el propio San Bernardo, como parte de los
mejores lugares de aprendizaje- y la tierra: la Orden de los caballeros
templarios.
Y los lugares que merece la pena reseñar y que conformarían una
auténtica ruta de Vírgenes Negras atravesando diferentes provincias de la Vieja
y la Nueva Castilla, no son otros que Calatayud, Ágreda, Brihuega y Sepúlveda.
Aquí, además, se da la circunstancia de que en la propia tradición que envuelve
esta asombrosa figura, se cita a personajes, como la princesa mora Zulema,
hermana de otra doncella mora cristianizada, en cuyo honor se levantó también
en un lugar de antiguos cultos precristianos en la Bureba, un magnífico
santuario: SantaCasilda. De la cristianización de este lugar, así como de la
posterior tradición eremítica que se instaló en él, llaman la atención los
escalones labrados en la roca, así como la presencia de dos arcos románicos,
que a su vez recuerdan otro lugar, no excesivamente lejano, donde también se
cristianizó un lugar precristiano, levantándose una ermita en honor a Santa
Elena junto a la cueva sagrada, en cuya entrada puede apreciarse otro singular
arco románico: la ermita y cueva de la Santa Cruz, en Conquezuela, en la vecina
provincia de Soria. Si bien la reproducción que podemos ver en este santuario
es una copia, sin duda, responde fielmente al original, que se conserva en la
cabecera de la iglesia que lleva su nombre, levantada sobre el mismo farallón,
al lado del antiguo castillo moro, hoy día, cementerio municipal.
(1) Rafael Alarcón Herrera.